Las relaciones entre los presidentes de Argentina,, y de Venezuela, , nunca han sido buenas. Pero tras las elecciones presidenciales venezolanas del domingo, entraron en crisis.

Milei acusó a Maduro de ser un "dictador" y advirtió que Argentina "no va a reconocer otro fraude" en Venezuela. Tras revelarse que el mandatario venezolano logró la reelección, en medio de sospechas de fraude, Maduro respondió acusando a Milei: "¡Bicho cobarde, no me aguantas un round". Luego, añadió: "¡No al nazi fascista de Milei!".

El mandatario venezolano no ahorró insultos. Acusó a Milei de ser un "vendepatrias", mientras sus simpatizantes coreaban: "¡Milei, basura, vos sos la dictadura!".

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El canciller venezolano Yvan Gil no se quedó atrás, al calificar a Milei de “nazi nauseabundo” y describir el resultado electoral venezolano como una “victoria aplastante” de Maduro, “señal inequívoca que nuestros pueblos derrotaran el fascismo que promueves”.

El confuso y tardío desenlace electoral reinstala al gobierno argentino como uno de los adversarios notorios del régimen chavista y, al mismo tiempo, repone una polarización en la política nacional que la llegada de Javier Milei a la Presidencia había reconfigurado o licuado, y parecía condenada a ser pasado.

Por sus vínculos pasados y también por los que todavía mantiene, de un lado queda nuevamente el kirchnerismo puro y duro, alineado con el régimen de Maduro, y que, con algunos representantes en Venezuela como veedores, convalida el resultado que instaló el régimen y que muchos observadores, no solo los dirigentes opositores, cuestionan o rechazan de plano.

Del otro lado, más allá de la postura más radicalizada del gobierno y de muchos matices internos, queda el espacio recreado del antikirchnerismo en el que conviven los libertarios de Javier Milei junto a lo que fue Juntos por el Cambio, incluidos los que no se han sumado ni quieren sumarse al oficialismo y tienen aún muchos cuestionamientos a sus políticas domésticas y externas. También, sectores del peronismo que no quiere volver a quedar bajo la mano kirchnerista y ahora podrían encontrar un nuevo motivo (o excusa) para marcar su distancia.

Tiene lógica esa reposición de la vieja grieta, que convierte al caso venezolano en un presente perpetuo de la realidad local. Hace ya un cuarto de siglo que Venezuela está dominada por el mismo signo político devenido en un régimen autocrático liso y llano, al que casi todo el mundo le ha solado la mano o se ha distanciado, incluidos los gobiernos progresistas de Colombia y Brasil, cuyos presidentes, en especial el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, habían sido hasta hace muy poco aliados y que en los momentos más críticos actuaban una neutralidad funcional al régimen chavista.

Las excepciones son y seguirán siendo los apoyos estratégicos del chavismo (China, Rusia, Irán y Cuba), que no se caracterizan por tener gobiernos democráticos. También sus aliados políticos de varios países democráticos, incluida la Argentina, sea por convicción y/o por beneficios, enrolados en la izquierda populista internacional, en la cual tiene un lugar destacado el núcleo duro kirchnerista.

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El chavismo lleva demasiados años administrando a su arbitrio símbolos, como la condición de resistentes al “imperialismo yanki”, e ingentes recursos con los que ha alimentado ese soporte internacional. A pesar de las evidencias y pruebas concretas de la falta de libertades, de corrupción, de negocios espurios y de las violaciones de derechos humanos básicos por parte del régimen, sus aliados internacionales se mantienen firmes.

En esta divisoria de aguas y en consonancia con su inserción internacional, alineado con los Estados Unidos, el gobierno nacional mostró claramente su apoyo absoluto a la oposición encabezada por Corina Machado y su candidato Edmundo González Urrutia, así como un enfrentamiento abierto con el gobierno de Venezuela, que Milei alimentó desde su llegada a la Presidencia.

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