Como si no fuera suficiente con los candidatos acarreando cada quien agua para su molino, sin importar que en el camino tengan que decir mil y una mentiras, los estadounidenses, como millones de ciudadanos en el mundo al llegar unas elecciones, tienen que lidiar con la desinformación, cada vez más grande y virulenta.

Las campañas en Estados Unidos están llenas de frases como: votar por ellos es votar por el comunismo, es llevar el país por el camino venezolano; el país está invadido de migrantes criminales, de indocumentados que están votando; hay que cuidarse del fraude en estas elecciones, no vaya a pasarnos lo que al [pobrecito] de Donald Trump.

No sólo es en los mítines, en las campañas en los medios. Como ha sucedido en elecciones anteriores, los estadounidenses tienen sus whatsapp atiborrados de desinformación y fake news. Quienes difunden este tipo de datos saben bien que es más fácil creer en lo que compartió un pariente, un mejor amigo, un compadre, que en lo que dicen los políticos.

La desinformación se ha convertido en un monstruo de mil cabezas que ataca por varios medios y que tiene cada vez más importancia en los procesos electorales de todo el mundo.

Funciona, y muy bien, sobre todo cuando la mentira se repite una y otra vez. Hoy, en Brasil, hay simpatizantes del presidente Jair Bolsonaro que están convencidos de que le robaron la elección porque durante la campaña, el ultraderechista se dedicó a sembrar dudas en un sistema electoral que no ha recibido sino elogios a nivel internacional. Esos mismos simpatizantes reclaman al ejército defender al mandatario. En otras palabras, un golpe.

Los estafadores políticos tienen una vía muy importante para sembrar dudas y mentiras: Twitter. La usó Trump para acusar un fraude electoral inexistente y atizar a esa multitud que irrumpió en el Capitolio el 6 de enero de 2021, dispuesta a que rodaran cabezas, a que todo cayera, con tal de alzar a Trump.

Ahora, mientras en el mundo se mantiene el debate de quién controla a Twitter, su nuevo dueño, Elon Musk, decidió que es una buena idea “vender” la verificación de identidad de los usuarios. Quien tenga ocho dólares mensuales, podrá tener la palomita azul que hoy tienen mandatarios, artistas, activistas y demás personalidades y que ayuda, de alguna manera, a saber que se trata de ellos y no de impostores. Y considerando el recorte de plantilla que hizo ya en la empresa: ¿cuánta gente habrá dedicada a encontrar impostores o desinformadores?

Quizá valdría la pena recordar el lamentable evento que recientemente se registró cuando en una cuenta falsa de Twitter se difundió la información de la muerte del papa Benedicto XVI. Entre las cosas que evitaron que más medios se sumaran a la fake news estaba el hecho de que la cuenta no tenía una verificación. Ahora, en cambio, cualquiera podría decir que es alguien más, por ocho dólares mensuales. Arriba la desinformación.

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