En el patio de una cárcel perdida en las afueras de Pekín, 31 modelos de diferentes nacionalidades practican una excéntrica coreografía. La escena es surreal: vestidas iguales, con un mameluco azul de mangas amarillas, las jóvenes, algunas adolescentes, copian hasta el hartazgo los pasos de baile que les indican los celadores chinos mientras las señalan y se ríen burlones. “De nuevo”, ordenan cada vez que completan la danza. La pesadilla no tiene fin. Las otras presas las miran incrédulas.
“Era casi sádico, como si disfrutaran tener a tantas chicas occidentales bajo su poder”, recuerda en una videollamada con LA NACION desde Italia Florencia Cassola, una de las protagonistas de este espeluznante episodio, uno más en la lista de retorcidas torturas a las que fue sometida durante su paso por una prisión china .
Florencia Cassola estuvo presa en China en 2014 junto a otras 30 modelos. Foto: Cortesía de Florencia Cassola
Es la primera vez que esta argentina habla públicamente sobre su implicación en un polémico caso por el que decenas de modelos extranjeras terminaron presas en una cárcel pekinesa durante casi un mes a raíz de una cuestionada redada migratoria en 2014.
El caso, que mantuvo un bajo perfil para preservar la seguridad y el bienestar de las jóvenes, puso al descubierto las entrañas del sistema penitenciario chino, un perverso aparato del Partido Comunista para “torturar, abusar y disuadir”, según dijo a este medio Yaqiu Wang, principal investigadora de Human Rights Watch (HRW) sobre China.
Ahora Florencia quiere alzar la voz. “Es importante que todos sepan lo que nos pasó”, afirma.
La joven de 29 años comenzó su carrera como modelo en 2010 cuando -por casualidad- se topó en una estación de subte de la Ciudad de Buenos Aires con Gastón Stati, entonces manager de Pampita y mano derecha de Pancho Dotto durante 12 años. “La vi y me pareció monísima. En ese entonces estaba abriendo mi propia agencia así que me acerqué y le di mi tarjeta”, cuenta el dueño de Muse Management a LA NACION.
Al poco tiempo Florencia se acercó a la agencia con su tío, quien era su tutor ya que su padre había fallecido cuando era chica y su madre sufría severos trastornos psicológicos . Según recuerda Stati, el hombre “tenía muchos prejuicios sobre el modelaje”, por lo que les sugirió que se retiraran y le aconsejó a Florencia seguir con su su carrera (había comenzado a estudiar Química Industrial).
Pero un día, Florencia lo llamó y le dijo que necesitaba trabajar. “Me contó que su mamá estaba internada y que necesitaba un ingreso. Es una chica súper inteligente, dulce y con una fuerza de voluntad tremenda, así que le dije que sí y arrancó a trabajar conmigo. Empezó de cero porque no tenía experiencia. Pero con el tiempo comenzó a hacer trabajos interesantes y a desarrollar su book”, relata Stati.
Por su compleja situación familiar, Stati contactó a Florencia con una terapeuta, quien a su vez le recomendó que saliera de su casa por un tiempo. Allí comenzó la búsqueda de trabajos en el exterior.
Los primeros dos viajes fueron a la India. Después de una serie de averiguaciones, el dueño de Muse Management dio con una agencia allá y firmaron un acuerdo. “Generalmente la agencia madre cobra el 10% de lo que recauda la modelo”, explica Stati y cuenta que fueron dos experiencias muy positivas. “Le fue súper bien. La India es un país muy difícil que no todo el mundo soporta. De hecho, la primera vez viajó con otra modelo de la agencia que no aguantó y volvió antes. En cambió Flor se quedó y ganó buena plata ”.
Florencia en una campaña en la India
A su vuelta exploraron otras opciones en Asia, un mercado donde “su estilo iba mejor” y suscitaba un mayor interés. Así llegaron a Rising Star, una agencia china nueva que “ofrecía buenas condiciones”. Le pagaban el pasaje, el departamento y le daban algo de dinero para vivir .
La primera señal de peligro apareció cuando negociaban el contrato. De acuerdo con Rising Star , la visa de trabajo para este tipo de actividades en China era imposible de conseguir por lo que Florencia debía viajar como turista, algo que supuestamente hacían todas las modelos extranjeras. “Aunque nos hacía un poco de ruido, la verdad es que en muchos países funciona así. En Europa, por ejemplo, es habitual que las primeras veces las modelos trabajen como turistas porque generalmente van por tres meses o menos. No suele ser un problema”, dice Stati, por lo que decidieron avanzar con la propuesta.
Por su parte, Florencia estaba muy entusiasmada con la idea de ir a China . “Me atraía muchísimo la cultura”, indica y añade que el asunto de la visa no la desalentó.
Finalmente, con 21 años, Florencia viajó a Pekín en marzo de 2014. Las primeras cinco semanas fueron “fabulosas”. Compartía un amplio departamento en la ciudad con otras tres chicas con las que rápidamente entabló un estrecho vínculo: Zuzana de República Checa, Sonja de Serbia y la pequeña Ksenia de Rusia, que tenía apenas 17 años en aquel entonces.
Un hombre grandote y amable que se hacía llamar Jason —su seudónimo occidental— las acompañaba a los castings , donde generalmente se reunían con decenas de modelos de otras agencias.
Los primeros días de Florencia en China
Es por eso que aquel desdichado 8 de mayo había tantas chicas presentes en el lugar del falso casting. Ese jueves, acompañadas de sus bookers, las 31 jóvenes llegaron a un departamento para reunirse con un supuesto cliente de zapatos. Pero el tiempo transcurría y nadie se presentaba. (Después se supo que el fraudulento encuentro había sido organizado por una agencia rival que buscaba venganza).
Al rato se presentaron a la puerta varios policías. Dos oficiales, un hombre y una mujer, comenzaron a sacarles fotos. “Esto no generó pánico. Algunas chicas incluso se reían. Ninguna lo consideró algo serio, algo que pudiese ser una amenaza. Además, no entendíamos nada”, cuenta Florencia.
Pero la situación escaló rápidamente. Entre gritos y empujones, los policías apartaron a las jóvenes de sus representantes, las apiñaron en una combi y las trasladaron a un comisaría cercana, donde fueron interrogadas una por una durante más de seis horas con el propósito de averiguar qué estaban haciendo en el país y qué tipo de visa tenían. La mayoría acordó guardar silencio. No las dejaron llamar a un abogado, “una práctica común en China”, según explica la experta de HRW.
Los primeros días de Florencia en China
“Las van a pagar”, amenazaban los oficiales. “Ahí nos empezamos a poner muy nerviosas. Algunas lloraban, otras gritaban”, recuerda. “Una policía agarró a una de las chicas de los pelos y la zamarreó. Esa fue la primera situación que realmente nos asustó a todas”.
Por fortuna, a esa altura todavía conservaban sus teléfonos celulares y los utilizaban para comunicarse con los agentes chinos, quienes les aseguraban que todo se resolvería rápidamente al mismo tiempo que acudían a los departamentos a buscar los pasaportes –que contenían las visas de ingreso de las jóvenes– por órdenes de la policía. Otros agentes ya se habían esfumado para ese entonces. Por ejemplo, M2 Model Management, la agencia de Carla Vidal, una modelo española, las eliminó de su nómina no bien las detuvieron. “Nos borraron muy rápidamente y el dueño se escapó en un avión privado. Nadie dio la cara”, cuenta esta joven valenciana a LA NACION.
Carla Vidal
Florencia le envió un mensaje a Stati, su representante en Buenos Aires , para mantenerlo al tanto de lo que ocurría. “Me dijo que las habían detenido, que le quedaba poca batería y que quería que esté informado por si acaso, pero que por favor no le dijera nada a su familia porque no quería preocuparlos”, dice el argentino.
Ese fue el último contacto que Florencia tuvo con el mundo exterior en mucho tiempo.
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Había anochecido y todas estaban exhaustas. “Cuando uno está en una situación de tanto estrés pierde la noción del tiempo”, acota Florencia. Al cabo de unas horas, “sin dar ningún tipo de explicación” y amenazándolas con sus cachiporras, los oficiales las obligaron a subirse a un gran micro .
Fue un viaje largo. Las luces de la ciudad pronto quedaron atrás y el vehículo se aventuró hacia la profunda oscuridad del campo. Reinaba el terror. No sabían a dónde las llevaban. Pero pasados los minutos, el cansancio dio paso a la resignación.
Llegaron a destino a la madrugada. “Era una cárcel de verdad”, revela Florencia. En el ingreso les quitaron todas sus pertenencias y les entregaron el uniforme de recluso, una frazada “finita” y un tupper, del que luego comerían y beberían. Luego las enviaron a “una suerte de hospital abandonado”, según recuerda Carla, en donde las revisaron y las pesaron.
Carla Vidal
Durante el chequeo médico, Carla fue inyectada con una jeringa contra su voluntad con no sabe qué. “Nos pusieron en una fila larga. Yo estaba acojonadísima. Recuerdo las cortinas transparentes, como de carnicería. Me vienen flashes, todavía me da pánico”, cuenta. “Me hicieron pasar a una sala con una brasileña, Amanda, y nos quitaron la ropa. Ese proceso fue muy degradante porque nos trataban muy mal . Y en eso me pusieron una vacuna... no sé qué coños sería, pero me acuerdo que entré en pánico”.
Después las separaron y las acompañaron a sus celdas. A Florencia le tocó compartir el espacio con Marina, una modelo rusa de otra agencia, y otras seis prisioneras que ya estaban allí. Varias de ellas eran filipinas y estaban cumpliendo una pena por trabajar ilegalmente como costureras en el país.
En lugar de barrotes, la celda tenía una puerta maciza de metal con una pequeña ventana. Había un agujero en el piso que servía de inodoro y unas plataformas de madera que funcionaban como camas. Para soportar la soledad y el frío, Florencia y Marina dormían abrazadas. Enrollaban una de las mantas para usar de almohada y la otra la doblaban a la mitad para utilizarla de colchón y así mitigar, aunque sea un poco, la firmeza de la superficie.
En la celda también había un pequeño televisor. Antes de dormir las obligaban a mirar los canales chinos . “No podíamos acostarnos, teníamos que sentarnos y mirar la pantalla aunque no entendiéramos nada. Nos forzaban a pasar mucho tiempo sentadas. Tanto que se me hicieron cascaritas en los muslos”, recuerda Florencia.
El horario para dormir era de 22 a 6, pero solo una vez a la semana podían hacerlo de corrido. El resto de los días se repartían una guardia nocturna que consistía en observar a las demás mientras dormían. En la celda había una cámara que las vigilaba por lo que no podían zafarse de su turno. “Era una tortura. Lo hacían para que no pudiésemos dormir. Dormir era nuestra forma de escapar de la situación. Que te impidieran hacerlo era horrible porque no te dejaban olvidarte de todo y soñar”, dice la joven argentina.
A las 7 desayunaban leche caliente y un “pancito cocido al vapor” llamado “manto”. A las 11 almorzaban arroz o sopa. “A nosotras nos gustaba el manto y a las chinas el arroz entonces hacíamos una especie de trueque”, cuenta. A las 16 cenaban y ya no volvían a comer hasta el día siguiente, indica Florencia, que perdió tanto peso durante esos días que las otras chicas la llamaban “ esqueleto viviente ”.
Cada tanto las interrogaban. Una vez, uno de los policías llevó a sus hijos a la sala en la que estaba Carla atada y les pidió que posaran junto a ella para sacarles fotos, como una atracción de circo. “Era deplorable”, lamenta.
El mejor momento del día para todas era el horario del patio. Allí aprovechaban para caminar y ponerse al día con sus compañeras y preguntar si alguna había recibido novedades de sus embajadas. Los carceleros chinos no les decían nada. Cuando ellas les preguntaban cuándo iban a salir de prisión, se reían y respondían socarrones: “Mañana”. “Se convirtió en la tomada de pelo de todos los días”, agrega Florencia.
En el patio también conoció a otras presas y sus sorprendentes historias. “No tuve miedo porque la mayoría de las mujeres ahí eran buenas personas. No eran asesinas ni criminales. Eran personas que habían cometido un pequeño error. Incluso algunas estaban encerradas por haber repartido un volante en la calle en contra del gobierno”, relata.
El día que les arrebataron esas horas de patio y las obligaron a practicar una coreografía para un video promocional de la cárcel fue un punto de quiebre.
“Lloraba todos los días. Lloraba porque tenía miedo de ser deportada. Lloraba porque me gustaba un chico y tenía miedo de no verlo nunca más. Lloraba porque no había conocido la muralla china. Lloraba por mi hermana y mi mamá”, cuenta Florencia.
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A pocos días del arresto, Florencia recibió la visita de Andrea Rovelli, la cónsul argentina en China —que no respondió a las consultas de LA NACION hasta el momento de publicar esta nota— y otro funcionario. Ellos habían sido contactados por la policía. “Los vi una sola vez porque el gobierno chino sólo les permitía una visita por mes, pero se portaron súper bien conmigo. Les pedí por favor que manejaran todo con mucha discreción porque temía el efecto que la noticia podía tener en mi mamá y mi hermana. Les redacté una carta para que compartieran con mi tío. También me alcanzaron un mensaje de Gastón y 400 yuanes que me sirvieron para comprar algunas cosas básicas en la cárcel como toallitas femeninas”.
“Durante los 20 días que Florencia estuvo presa me la pasé hablando con el consulado. Andrea Rovelli estuvo siempre presente. De hecho, yo había tramitado la visa para viajar a China y ella me frenó, me dijo que mi visita podía complicar aún más las cosas. Me explicó cómo funcionaba la burocracia y me contó de las violaciones de derechos humanos allá. Uno sabe que China es un país comunista pero la verdad es que no tiene una noción completa de cómo funcionan las cosas, tan brutalmente”, dice Stati.
Luego de un trabajo diplomático conjunto por parte de las distintas embajadas, abogados y las agencias madre, con la coordinación de MAMA Group, una ONG que se dedica a “exponer, informar, alertar, compartir experiencias, comentar y asesorar sobre cuestiones que afectan a la industria del modelaje en todo el mundo”, las 31 jóvenes fueron liberadas después de casi un mes.
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Una noche a finales de mayo, dos oficiales llamaron a Florencia. “Me acuerdo que la miré a Marina con cara de pánico porque no sabía a dónde me llevaban”.
Pero para su sorpresa, la acompañaron a una oficina y le devolvieron sus cosas. “Me entregaron mi teléfono y la ropa del día del casting. Me acuerdo que me alegré de no haber usado un vestido aquel día porque estaba muy peluda y sucia. Fue un pensamiento absurdo y superficial pero creo que por los nervios y la dificultad de procesar todo lo que había vivido mi mente se distraía con esas banalidades. Mientras esperaba agarré un espejo y una pinza y empecé a depilarme las cejas, que a ese punto estaban tan crecidas que todas me cargaban y me decían Frida”, se ríe.
Florencia trabajó unos años más como modelo. Viajó nuevamente a la India y a Indonesia, en donde conoció a su actual novio, un joven italiano. Juntos se mudaron a Torino. En el vuelo de Jakarta a Roma hizo una escala en China y sintió pánico cuando le revisaron el pasaporte cuatro veces, pero “al final fue solo un susto, había pasado mucho tiempo y su período de deportación sólo duraba cinco años”.
Al poco tiempo de llegar a Italia abandonó el modelaje y finalmente se graduó en Química Industrial. Jamás volvió a China y tampoco planea hacerlo. Gastón Stati tampoco volvió a enviar modelos argentinas a China.
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