Las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos marcaron el punto más bajo para el Partido Demócrata. Perdieron la presidencia y el Congreso, perdieron el voto latino y a pesar de que temas como el aborto estaban en juego, no lograron conectar con la mayoría de las mujeres blancas de las zonas rurales, con aquellas que no tienen educación universitaria.
¿Qué salió mal? Más allá de la fuerza de Trump, el Partido Demócrata lleva años sufriendo una fuga de apoyos y hace tiempo que carece de liderazgo, de cuadros que no sólo escuchen, sino que den voz a las preocupaciones de los habitantes de las zonas rurales, los que viven al día, los se esfuerzan por llevar un plato a la mesa. Para ellos, las cifras macro, que la economía a nivel general esté bien, poco importan si los precios están por las nubes y no les alcanza.
A ellos les habló no el Partido Republicano, sino el candidato y ahora ganador de las elecciones, Donald Trump. Inflando sus propios resultados presidenciales, mintiendo descaradamente, pero respondió a las preocupaciones de la gente y atizó sus miedos, incluyendo la crisis migratoria.
Hasta este momento, nadie en el liderazgo demócrata ha hablado de la responsabilidad del partido por la debacle del martes. Mensajes de consuelo, de seguir adelante, pero ningún “escuchamos las urnas”.
El único que lo ha hecho es el senador Bernie Sanders. “No debería sorprender mucho que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora les ha abandonado a ellos. Mientras los dirigentes demócratas defienden el statu quo, el pueblo estadounidense está enfadado y quiere un cambio”, escribió. Pero Sanders no es, tampoco, una figura unificadora en el Partido Demócrata y sí el símbolo que los republicanos han usado para tachar a los demócratas de “izquierda radical”.
Por ahora, el liderazgo demócrata se enfoca... en apuntar culpas: al presidente Joe Biden por no retirarse a tiempo, al partido por elegir a Kamala Harris, que para los estadounidenses es parte de la misma administración a la que rechazan.
“Los demócratas no asumen la derrota porque están en una situación muy similar a la que le pasa a México, están esfera intelectual, en una élite intelectual, económica incluso. Piensan que las zonas más fifís son representativas de Estados Unidos cuando es justamente lo contrario”, dijo, en un foro organizado por EL UNIVERSAL tras las elecciones de EU el periodista Luis Cárdenas.
“Los demócratas no están en contacto con el pueblo estadounidense”, señaló a NBC News un demócrata que fue parte de la campaña del partido este 2024.
Un análisis del portal Axios pinta un sombrío panorama. “Los demócratas no tienen un líder o una identidad ideológica clara; la vicepresidenta Harris llevó una campaña escasa en ideas, intensa en emoción. Su rendimiento fue inferior al de Biden en 2020 en todo el mapa” electoral.
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Para los estadounidenses, los demócratas son la nueva élite. Una que los despreció al describirlos como fanáticos de Trump, al decir que él es un fascista, o al calificarlos, como hizo Biden, de “basura”, cuando la inmensa mayoría son estadounidenses que quieren una vida mejor, que tienen miedo de que el servicio médico empeore (atizado con los dichos de Trump de que los migrantes están acabando con todo), a quienes les preocupa la migración, que no saben qué está pasando con los trans y sólo escuchan las mentiras de Trump de que van a convertir a sus hijos.
“¿Por qué perdió Harris? Su incapacidad para separarse del presidente Biden; su insensata designación de Trump como fascista, que, implícitamente, sugería que sus partidarios eran cuasi-fascistas; su excesiva dependencia de apoyos de famosos mientras luchaba por articular una justificación convincente para su candidatura; su incapacidad para repudiar abiertamente algunas de las posiciones más radicales que adoptó como candidata en 2019, aparte de recurrir a expresiones habituales como ‘mis valores no han cambiado’”, señaló el columnista Bret Stephens en el artículo Un partido de mojigatos y pontificadores sufre una humillante derrota, en The New York Times.
No hay, tampoco, un Partido Demócrata unificado, sino una serie de facciones incluso enfrentadas entre sí, lo que menos necesita el ciudadano de a pie.
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El mapa que se ha pintado tras las elecciones, muestra un claro giro a la derecha. “Esto es una realineación. Nuestro país se ha desplazado hacia la derecha. No es de centro izquierda. Nuestro partido tiene que lidiar con ello y encontrar su lugar en ese mundo”, dijo la representante Nikki Budzinski.
Julie Roginsky, estratega demócrata, lanzó una dura crítica a los demócratas tras el fracaso electoral. “No somos el partido del sentido común... Es un problema que los demócratas han tenido durante años. Tenemos que volver a ser el partido del sentido común en el que la gente nos mira y dice: ‘Te entendemos. Apreciamos lo que dices porque hablas nuestro idioma. Y, hasta que lo hagamos, debemos dejar de culpar a los demás por nuestros propios errores”.
Para el Partido Demócrata, la opción es clara: renovarse o convertirse en irrelevante y resignarse a perder una elección tras otra.