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Doha.— Todo comenzó el 11 de septiembre de 2001, cuando aviones chocaron contra las torres gemelas, en Nueva York, y el Pentágono, mientras que otro cayó en Pennsylvania. El atentado terrorista causó cerca de 3 mil muertos.
El entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, tardó unos días en apuntar como cerebro del ataque al líder de la red terrorista Al-Qaeda, Osama bin Laden, escondido en Afganistán y al que el régimen Talibán en el poder desde 1996 se negó a entregar.
El 7 de octubre de 2001, apenas un mes después del 11-S, Estados Unidos, con el apoyo de Reino Unido, lanzó la Operación Libertad Duradera contra el régimen del mulá Omar, que el mundo empezó a denunciar entonces por su represión a las mujeres y su conservadora interpretación del islam.
En dos meses de bombardeos y avances terrestres, los insurgentes fueron barridos de la faz de Afganistán. Su régimen cayó oficialmente el 6 de diciembre, pero el líder de Al-Qaeda escapó.
Bajo la batuta de Hamid Karzai comenzó la tímida reconstrucción de Afganistán, pero pocos años más tarde los Talibán se reagruparon y protagonizaron un resurgimiento con el objetivo de sacar a las tropas internacionales del país y restablecer un régimen puramente islámico. En este contexto, el entonces presidente demócrata Barack Obama volvió a poner, allá por 2009, el foco en Afganistán.
En 2011 un grupo de comandos especiales estadounidenses lograron abatir a Bin Laden en la ciudad paquistaní de Abbottabad, pero para entonces la amenaza de los insurgentes había eclipsado la peligrosidad de Al-Qaeda. En enero de 2015 terminó oficialmente la misión de combate que la Alianza Atlántica había mantenido en Afganistán y fue sustituida por la operación Apoyo Decidido, de capacitación y entrenamiento de las tropas afganas.
El fin de la misión militar internacional desencadenó una de las etapas más sangrientas de la guerra en Afganistán. El primer rayo de esperanza llegó en febrero de 2018, cuando la oficina política de los Talibán en Doha rompió con su línea habitual de rechazar frontalmente sentarse a la mesa con el gobierno afgano y sus aliados estadounidenses, y urgió a Washington a tomar parte en un diálogo “directo”.
El proceso sufrió un parón de tres meses. A finales de noviembre una visita de Trump a Afganistán culminó en otra oportunidad.