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Cuando su familia estaba en crisis, Jemma Bere tomó una decisión en una fracción de segundo que cambió el curso de su vida.
A una edad en que la mayoría de la gente está preocupada por las relaciones de pareja y la carrera profesional, el único tema de importancia para Jemma eran sus dos medio hermanos.
La infancia de Jemma no tuvo nada de convencional.
"Recuerdo pasar mucho tiempo en sacos de dormir mirando las estrellas", dice.
Montada en su Land Rover azul y blanco, la familia había recorrido la mayor parte de Europa, y había viajado a lugares como Malasia o Tailandia.
"Mi madre definitivamente era un espíritu libre", dice Jemma. "Ella pensaba que era una experiencia fantástica para mí ser educada en el proceso de viajar y conocer gente nueva".
Para cuando tenía 10 años, Jemma podía hablar varios idiomas. Un año después, la familia estaba viviendo en un destartalado velero en la costa mediterránea de Turquía. Pero cuando la relación de su madre con su pareja se rompió, Jemma y Calvin, de cuatro años, regresaron con ella a Powys en Gales, Reino Unido.
"Creo que a mi madre le gustaba la idea de tener una cabaña idílica con muchos niños y perros, y rosas en la puerta", dice Jemma. "Y ella y mi abuela estaban muy unidas, así que volvimos a Brecon".
Cuando Jemma estaba en la escuela secundaria, su madre, Jane, tenía una nueva pareja, un albañil que todos conocían como Shakey, con quien tuvo un niño y una niña, Alex y Billie, 14 y 15 años más jovenes que ella.
"Shakey era muy carismático y creo que se amaban genuinamente", cuenta Jemma, "pero bebía mucho".
A Shakey le gustaba tomarse una pinta de cerveza después del trabajo, a veces muchas pintas. Se hacía tarde por la noche y Jane se preocupaba. Intentaba llamarlo, pero o no había señal o él no respondía, así que se subía al coche y lo buscaba, dejando a Jemma a cargo de los tres niños.
"Y yo no sabía cuándo volvería", recuerda Jemma.
Cuando Jane también comenzó a beber mucho, todo empezó a desmoronarse.
"Volvía a casa de la escuela y las cosas que normalmente se habrían hecho, como limpiar la cocina después del desayuno, ese tipo de cosas, estaban sin hacerse", dice.
Poco después, en 2001, Jane y Shakey decidieron mudarse a Andalucía, en el sur de España.
Habían tenido algunas dificultades financieras por el problema con la bebida de Shakey, y allí había mucho trabajo para los albañiles.
"Creo que era como un nuevo comienzo", dice Jemma, "y por lo que pude deducir, los primeros meses fueron realmente positivos".
Jemma se quedó en Gales con su abuela, pensando que podría mudarse a España después de sus exámenes, mientras que Calvin, su hermano menor, se fue a vivir con su padre.
Solo unos meses después, llegó una noticia devastadora: Jane había tenido un accidente de tráfico.
Jemma intentó telefonear a Shakey para conocer más detalles, pero no tuvo respuesta. Desesperada por obtener información, hizo buen uso de su español y comenzó a llamar a todos los hospitales del sur de España para encontrar a su madre.
Cuando finalmente logró hablar con Shakey, él estaba en un estado terrible. Estaban cruzando una calle tranquila a pie cuando Jane fue atropellada por un camión a alta velocidad, dijo. En cuestión de horas había muerto, con solo 40 años.
"Me sentí completamente perdida", dice Jemma. "Como si estuviera en el mar sin ancla ni brújula ni nada".
Después del funeral de Jane en Brecon, Shakey regresó a España con Alex y Billie.
"Eso sorprendió a mucha gente", dice Jemma, "pero creo que parte de él lo estaba haciendo porque mi madre había sido feliz allí".
Jemma todavía contemplaba unirse a ellos en España, pero como le había ido bien en sus exámenes, ahora también tenía otras opciones.
"Y decidí ir a la universidad, en parte porque creo que eso es lo que mi madre hubiera querido", cuenta.
Todas las vacaciones, Jemma buscaba el vuelo más barato para viajar a España, lo que daba a sus amigas de la universidad la impresión de que llevaba un estilo de vida bastante exótico. "No era así", dice.
Shakey y los niños vivían en una comunidad pequeña y unida; todo el mundo lo conocía porque estaba bebiendo todo el tiempo por los bares de la ciudad. Cuando Jemma lo visitó, era obvio que no se las estaba arreglando bien.
Hacía un trabajo de construcción y se gastaba todo lo que ganaba en el pub o desaparecía durante días después de salir a comprar cigarrillos.
A pesar de que se estaba volviendo cada vez más dependiente del alcohol, no estaba dispuesto a buscar ayuda.
"Tuvimos discusiones frecuentes al respecto cuando fui allí. Él no aceptaba que tuviera un problema en absoluto, estaba completamente en negación", dice Jemma.
"Creo que realmente pensaba que estaba haciendo lo mejor que podía en circunstancias realmente difíciles. Pero pasaba más tiempo en el pub que con los niños".
Durante el período lectivo, mientras Jemma estaba en la universidad, Marisa, una niñera que Shakey había contratado para ayudarlo con los niños, mantenía la situación bajo control.
"Organizó todo para que fueran a una escuela de español", dice Jemma, "y era absolutamente maravillosa, los adoraba".
Pero la madre de Marisa se enfermó y tuvo que regresar inmediatamente a Argentina.
Unas semanas después Jemma recibió una llamada en la que le informaron de que Alex y Billie habían sido acogidos por los servicios sociales.
"Estaba desconsolada", dice, "pero no muy sorprendida".
Jemma viajó a España de inmediato. Le dijeron que Shakey tendría que estar sobrio durante tres meses, mantener un trabajo durante al menos el mismo tiempo y conseguir una casa si quería tener alguna posibilidad de recuperar a los niños.
Desde que se llevaron a los niños, él se había atrasado con el alquiler y había perdido su casa. Jemma lo ayudó a encontrar un trabajo y un lugar donde vivir. Pero no pudo lograr que dejara la bebida.
"Creo que sabía que era alcohólico, pero nunca lo escuché admitirlo en voz alta", dice. "No podía parar".
Tres meses después, las autoridades españolas le dijeron a Jemma que, a menos de que alguien de la familia pudiera cuidar a Alex y Billie, serían dados en adopción. No había ninguna garantía de que los mantendrían juntos o de que serían colocados con una familia que hablara inglés.
Existía la posibilidad incluso de que Jemma no pudiera seguir viéndolos.
"Y me escuché a mí misma diciendo: 'Bueno, entonces yo los cuidaré, envíeme los formularios'".
Jemma colgó el teléfono y pronto comenzó a preguntarse qué había hecho.
"No sé si estaba bien, sino si yo era la persona adecuada para hacerlo. Me preocupaba alejarlos de un idioma y una cultura que conocían... Las personas que adoptan normalmente tienen mucho dinero, pueden tener casas bonitas, yo no tenía absolutamente nada".
Para empezar, la familia de Jemma no podía creer lo que había decidido hacer apenas seis meses después de graduarse.
"Estaban tan enojados con Shakey que no veían por qué tenía que 'tirar mi vida' para rectificar un problema que él había creado", dice. "Usaron esa frase, aunque yo nunca lo vi así".
Pero Jemma solo tenía 23 años y a todos les preocupaba que no supiera en qué se estaba metiendo.
El proceso de adopción formal fue largo y complejo. A lo largo de los 18 meses que llevó tomar una decisión, Jemma fue advertida repetidamente de que las probabilidades de que ella obtuviera la custodia de los niños eran escasas.
"Me decían que no lo iba a conseguir porque no tenía una casa, o no tenía esto o aquello", recueda.
Jemma se mudó a Brecon, porque sentía que era el lugar correcto para estar si conseguía la custodia, mientras que en España, Alex y Billie fueron trasladados a un orfanato católico tradicional extremadamente estricto. Hasta el día de hoy, ver a las monjas todavía los estremece, dice Jemma.
No les contó lo que estaba tratando de hacer. "No quería que se hicieran ilusiones. Y para ese momento, habían dejado de preguntar si se iban a casa o no".
Finalmente, una soleada tarde de julio, el abogado de la adopción la llamó para decirle que podía ir a España a recoger a Alex y Billie.
"Realmente no puedo describir el sentimiento, ya sea de alivio, emoción, miedo o probablemente todo lo anterior", dice.
En cuestión de días, Jemma había organizado una nueva casa y la había amueblado con la ayuda de la tarjeta de crédito que su madre le había dicho que solo usara en caso de emergencia. Los vuelos para ella y los niños se pagaron de la misma manera.
Alex y Billie aún no tenían ni idea de lo que estaba a punto de suceder. "Estaban absolutamente encantados", dice Jemma. "Fue asombroso, pero creo que tampoco lo creyeron enseguida, porque los habían defraudado muchas veces".
Con 24 años, Jemma era responsable de dos niños, de ocho y nueve años.
Económicamente las cosas fueron difíciles. Jemma no podía trabajar porque no podía pagar el cuidado de los niños. Y como aún no era la tutora legal de Alex y Billie, no tenía derecho a la mayoría de las ayudas públicas. Durante los primeros seis meses, los tres tuvieron que vivir con US$125 a la semana, que en Reino Unido alcanza para muy poco.
"Fueron tiempos felices", recuerda Jemma, "pero también muy pobres".
Para empezar, Alex y Billie se unieron como si estuvieran pegados con cola.
"Una de las señales positivas fue cuando comenzaron a discutir", dice Jemma. "Solo se habían tenido el uno al otro durante tanto tiempo. Pensé que era una buena señal de que estaban creciendo de forma independiente".
Se habían olvidado de casi todo el inglés, por lo que un curso que Jemma había tomado en la universidad para enseñar inglés de repente le resultó útil. Pegó notas por toda la casa, tanto en inglés como en español, para ayudar a los niños a recordar las palabras que habían olvidado.
La maternidad fue un trabajo muy duro. "Hay tantas cosas que hacer. No puedes detenerte y pensar en ello", dice. Y los niños pueden ser difíciles.
"Hubo momentos en que pensaba: 'Ojalá mi mamá estuviera aquí, porque recuerdo haberle hecho esto y lo siento mucho'".
Tomó un año para que Jemma se conviertiera en la madre legal de los niños. Eso marcó un punto de inflexión para Alex y Billie, que se habían acostumbrado tanto a que los trasladaran de un lado a otro que no creían que pudieran quedarse con Jemma para siempre.
Le tomó al menos el mismo tiempo a Jemma sentirse cómoda saliendo por la noche. Y tener una relación no era algo que ella siquiera considerar. "Salir con alguien no estuvo en mi radar por mucho tiempo, no hasta que los niños tuvieron alrededor de 16", dice.
Cuando comenzó a trabajar a tiempo completo para la Autoridad del Parque Nacional de Brecon Beacons, tuvo que luchar con la culpa.
"Era tan consciente de lo mucho que había luchado para que estuvieran aquí", dice. "Si pasaba tiempo trabajando o si estaba demasiado cansada para lidiar con lo que fuera que ellos querían, eso realmente me costaba".
En un momento Shakey regresó a Reino Unido desde España. Vivía en un refugio para personas sin hogar en Swansea cuando Jemma lo visitó en 2017.
"Había perdido todo su brillo y picardía", dice. "Creo que se arrepintió mucho. Pero lo que les digo a los niños es que su papá no era un mal hombre, no era malicioso, estaba muy enfermo".
Shakey bebió hasta que se murió en 2018.
Ahora que Alex y Billie tienen aproximadamente la misma edad que ella cuando se propuso adoptarlos, Jemma puede entender por qué algunas personas sintieron que estaba cometiendo un error.
"¡Si me dijeran que iban a adoptar dos niños, me estrellaría contra el techo!" dice riendo.
Pero está muy orgullosa de ellos.
"Han pasado por tanto. Podrían haber ido en una dirección completamente diferente, pero son seres humanos íntegros y encantadores".
Ambos han heredado la pasión de su madre por ver el mundo. Después de sus exámenes de secundaria, Alex viajó por Nueva Zelanda durante un año y luego trabajó como instructor de snowboard en Canadá, mientras que Billie estudió viajes y turismo en la universidad.
Y con el paso del tiempo, Jemma ha comenzado a sentirse menos como una madre y más como una hermana.
"Soy como una hermana mayor, pero con superpoderes adicionales. Creo que es probablemente la mejor manera de describirlo", dice.
Otro cambio es que en estos días los extraños no se quedan tan perplejos cuando los conocen.
"Cuando eran más jóvenes, o cuando yo era más joven, la gente a menudo me preguntaba cuántos años tenía yo y cuántos años tenían los niños, y podía verlos haciendo las matemáticas en su cabeza y levantando una ceja", dice Jemma.
Con 38 años, Jemma ahora tiene la casa para ella sola y mucha menos ropa que lavar. Ha estado en una relación durante siete años, pero dice que nunca ha querido tener sus propios hijos. Sin embargo, criar a sus hermanos es algo de lo que no se arrepiente en absoluto.
"Es la mejor decisión que jamás haya tomado".
Todas las fotos son cortesía de Jemma Bere.
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