Isaías Aldana Cuevas, de 27 años, y Karla Apitz Uriz, de 23, lloraron con discreción.

Sin éxito, tratan de esconder sus lágrimas en el momento de despedirse y, en un intento por disimular, aparentan acomodar algo en las maletas. Los dos tienen muchos rasgos comunes: son venezolanos, son novios, son radiólogos, son jóvenes, son desempleados y son parte de millones de oriundos de Venezuela que hoy viven en la desesperación socioeconómica por el conflicto político e institucional que azota a su país y genera una masiva migración al exterior.

Él decidió trasladarse a vivir a Colombia y ella vino a despedirlo y se regresa a Venezuela… pero sólo por unos días, porque va a prepararse a seguir a su pareja en una nueva vida en tierras colombianas. “La vida del venezolano hoy es muy difícil”, dijo Aldana, al tratar de explicar, en medio de la congoja de la separación, la zozobra que lo abate.

“Esta frontera es un reflejo de la triste realidad”, observó Apitz, mientras con sus enrojecidos ojos hizo un recorrido por este atiborrado puesto limítrofe en la zona de San José de Cúcuta, del nororiental departamento colombiano de Norte de Santander. “Somos radiólogos y a diario vivimos lo que pasa en Venezuela por la falta de medicinas. Hay mucha inseguridad. Con lo que ganamos no nos alcanza ni para sobrevivir. La crisis en que está absorta toda la nación se palpa en esta masiva migración. Migrar tampoco es la solución y es como divorciarse estando enamorados. Atrás se deja a la familia y al frente hay un futuro incierto”, explicó Aldana.

“A empezar de cero. Espero trabajar en lo que estudié pero a lo mejor termino trabajando en otra cosa”, agregó. Ambos aceptaron dialogar con EL UNIVERSAL luego de que terminaron de orar por teléfono con un amigo que les aguarda en Colombia.

“La realidad es que en Venezuela, sin fuentes de trabajo, no hay futuro para la juventud. Duele que mi país esté así. Hasta estudiar es difícil”, añadió Apitz. En ese instante y por su emoción ya en llanto, ella no pudo hablar más. La despedida se aproximaba. Ambos lloraron con discreción. Y él sólo atinó a narrar: “Es una sensación que duele y mucho”.

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