Londres.— Camilla, segunda esposa del príncipe Carlos, durante mucho tiempo poco apreciada, ha tardado en conquistar el corazón de los británicos antes de convertirse en una pieza clave de la monarquía, destinada ahora a ser la reina consorte, tras la muerte de la reina Isabel II.
En un mensaje con motivo de los 70 años de su reinado, la reina Isabel II expresó su “deseo sincero” de que Camilla “sea conocida como reina consorte” cuando el príncipe Carlos, heredero de la Corona, se convirtiera en rey tras su deceso.
Antes de la “bendición” de la reina, 20% de la población aceptaba de buen grado la idea de tenerla como reina consorte. Las palabras de Isabel II sirvieron para dar un giro a las encuestas y ahora más de 70% de los británicos consideran que es la decisión apropiada.
Mucho tiempo ha necesitado Camilla, de 74 años, conocida como la duquesa de Cornualles tras su boda con el príncipe Carlos en 2005, para llegar a esta situación. La princesa Diana, que rápidamente comprendió que Camilla era el gran amor de la vida de Carlos, la llamó el Rottweiler. La opinión pública la consideró como la responsable del fin del matrimonio real entre Diana y el príncipe Carlos, celebrado en 1981, y durante el cual mantuvo una relación con éste.
Cuando ambos estaban aún casados, reanudaron su relación. La prensa llegó incluso a publicar sus conversaciones telefónicas íntimas.
Miembro de la alta burguesía de provincias, pero plebeya, divorciada y madre de dos hijos adultos, Camilla ganó poco a poco visibilidad al comprometerse con causas como las violencias contra las mujeres o la defensa de los animales.
También es aficionada a la jardinería, apoya decididamente todas las iniciativas de su marido, y asumía a diario compromisos para la Corona.
Su sentido del deber, su bondadosa desenvoltura, su simplicidad y su sentido del humor han acabado progresivamente con las reticencias.
Tras el divorcio de Carlos y Diana, en 1996, Camilla, divorciada un año antes, pudo comenzar a aparecer públicamente junto a Carlos. Pero la muerte de la princesa en un accidente automovilístico, en agosto de 1997 en París, volvió a relegarla a la sombra. Poco a poco, sin embargo, logró dejar esa imagen, imponiéndose junto al príncipe hasta que en 2005 su situación se consagró con su boda en Windsor en presencia de la reina Isabel II. Pero hacerse aceptar por la familia real, y sobre todo por los hijos de Carlos no fue fácil.