San José.— Haití es el paciente terminal con más tiempo en agonía en América.
Si la calamitosa situación del país que comparte con República Dominicana la mitad occidental de la isla La Española pudiera describirse en términos médicos, Haití aparente tener una enfermedad que no puede curarse ni tratarse de manera adecuada… y a veces parece que solo se espera su muerte.
Tras 29 años de dictadura dinástica de los Duvalier —de 1957 a 1986— y 35 —de 1986 a 2021— de incesante inestabilidad y tensión política en una incipiente y frágil democracia de creciente ingobernabilidad, el asesinato ayer del presidente haitiano, Jovenel Moïse, solo confirmó una cruda realidad: Haití tiene los requisitos completos para emerger como Estado fallido y de futuro incierto.
“Como imposición de Estados Unidos y de las principales potencias de Europa, el capitalismo mantiene un racismo sistémico que no puede aceptar que antiguos esclavos construyan en Haití un estado libre y una república independiente”, afirmó el economista y sociólogo haitiano Camille Chalmers, profesor de la Universidad Estatal de Haití y dirigente del opositor Foro Patriótico Popular, de Puerto Príncipe.
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“La ocupación armada de Estados Unidos en Haití de 1915 a 1934 implantó un sistema sociopolítico que desde entonces rige al país. Haití se convirtió en proveedor de mano de obra barata de la industria capitalista del Caribe. Se dejaron de hacer inversiones significativas en Haití”, dijo Chalmers a EL UNIVERSAL.
“A partir de 1915 se desorganiza totalmente la estructura productiva y se adapta a las necesidades regionales del desarrollo industrial de las transnacionales de EU. El saqueo del suelo haitiano es incomparable con el de otros países. Haití tiene instalado un estado neocolonial que niega toda participación popular”, agregó.
La turbulencia previa a 1957 mostró un mapa de miseria crónica que persistió después de 1986 en un contexto de gobernanza sin ruta: golpes de Estado, una invasión armada de Estados Unidos (1994—1998) con tropas multinacionales, una ocupación (2004 a 2015) de cascos azules de la Organización de Naciones Unidas (ONU), fraudes electorales y conjuras palaciegas y cuartelarias de políticos, militares y paramilitares.
La tragedia haitiana los siglos XX y XXI contrastó con las épocas de esplendor de hace casi 230 años. Haití se convirtió en 1793 en el primer país de lo que hoy es el Tercer Mundo en proclamar la abolición de la esclavitud, lo cual logró en 1803, y en conseguir la independencia, que declaró en 1804.
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Postrado en uno de los más extensos dramas humanitarios de hambruna y desolación social del hemisferio occidental, con cifras oficiales antes del coronavirus de 5,4 millones de desnutridos entre sus 11,1 millones de habitantes—48.2% de la población—que aumentaron en pandemia, Haití se precipitó ayer en una nueva y honda espiral política de odio y muerte.
Datos oficiales revelaron que, en un país de 27 mil 750 kilómetros cuadrados, el 59% de los haitianos vive por debajo del umbral de pobreza moderada (menos de 3 dólares diarios) y el 24% por debajo de la extrema (menos de un dólar y medio al día).
Con una esperanza de vida de 63 años, la tasa de anemia es de 46,2% entre sus mujeres en edad fértil, mientras que el 88% de los haitianos carece de acceso a una dieta saludable y el 26,5% corre riesgo de muerte prematura por enfermedades no transmisibles.
Al crudo escenario se añadió un historial de mortales tragedias naturales, como el demoledor terremoto de 2010 o los huracanes que por décadas arrasaron la estructura general del país y agudizaron el círculo vicioso de deforestación y erosión: sin acceso a la energía eléctrica, las mayorías de marginados haitianos que recurrieron a la tala de árboles como fuente energética.
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Denuncia. El panorama general de Haití “parece estar completamente fuera del control de las autoridades estatales”, advirtió la (no estatal) Red Nacional para la Defensa de los Derechos Humanos (RNDDH), de Haití, en una cita el 21 de abril anterior con el Departamento de Estado de EU.
La situación se caracteriza por “masacres y ataques armados, recurrentes en barrios desfavorecidos; secuestros indiscriminados: médicos, policías, escolares, comerciantes, maestros, etcétera; asesinatos espectaculares, violaciones, violaciones en grupo y robos”, relató.
El 11 de enero de 2018, el entonces presidente de EU, Donald Trump, descargó su ira contra Haití como fuente de masiva migración irregular y lo incorporó entre los países “de mierda”.
Al confirmarse el 28 de noviembre de 2016 su victoria electoral para iniciar en 2017 una gestión que concluyó ayer con su asesinato, Moïse exhortó a los haitianos sin ningún distinto de rango social o residencia, dentro o fuera su tierra natal, a comprometerse con una meta: “Poner al país de pie, porque Haití está de rodillas”.
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