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Pocas veces un día histórico inició tan desnudo de tensión épica. “Es porque es temprano y la gente trabaja”, justificaba una paseante ante la falta de manifestantes frente al Parlamento catalán. “Es que la mayoría está cansada y sólo resisten los que de verdad siguen convencidos de que hoy se declarará la independencia”, decía otro.
Todas las explicaciones reforzaban la impresión de que en Cataluña sólo los más fieles a la causa de la independencia han sobrevivido al abuso del adjetivo “histórico” para definir jornadas que terminaron siendo inocuas.
Barcelona se preparó el 10 de octubre para declarar la República catalana, pero el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, decidió dejarla en suspenso. Hace sólo dos días, las fuerzas independentistas se lanzaron a la calle para evitar que Puigdemont se rindiera y disolviera el proceso independentista. A fuerza de giros de 180 grados y manifestaciones, las miles de personas reunidas ayer frente al Parlamento catalán a veces no parecían creer del todo que estuvieran presenciando el momento que sus políticos llevaban prometiendo hace tanto tiempo.
La avenida Lluís Company, que pasa frente al Parlamento, el mismo sitio donde la gente escuchó hace dos semanas el discurso de Puigdemont, fue ocupado ayer por una muestra de vinos. La mayoría de los manifestantes tuvieron que apretarse en una esquina, mientras otros se paseaban entre los expositores con copas de cava en la mano y banderas independentistas anudadas al cuello, en una imagen que hacía difícil pensar que ahí se estuviera fraguando una de las mayores rebeliones de la historia contra el Estado español.
Los manifestantes fueron recibiendo con aplausos a los 500 alcaldes catalanes que llegaban al Parlamento. Puigdemont los había convocado para otorgarle un aire de asamblea constituyente al acto. Los regidores llegaban con sus varas de mando entre ovaciones, pero dentro del gran parque que rodea el Parlamento, uno de ellos comentó con EL UNIVERSAL su preocupación: “El problema que se nos viene encima a los alcaldes es enorme. Nosotros tendremos que gestionar la relación con las dos administraciones [la administración española y el autodenominado gobierno republicano]. Un bando está completamente sordo y el otro tampoco escucha mucho”, decía.
Cuando se procedió al recuento de votos en el Parlamento, los manifestantes vitoreaban los favorables a la independencia, como si fueran los penaltis de un partido de futbol, y abucheaban las escasas 10 papeletas en su contra. La proclamación de la República, que se anunció a las 15:25 horas locales, fue saludada por un gran grito de alegría, abrazos y ojos empañados.
Tras cantar Els Segadors, el himno catalán, la multitud comenzó a disolverse. Muchas personas lloraban, especialmente gente de edad avanzada y estudiantes. Otros se detenían en los tractores que habían traído hasta Barcelona agricultores de zonas rurales cercanas (uno de los grandes apoyos del nacionalismo) para sacarse fotos desplegando la bandera catalana.
Con la República proclamada, los independentistas comenzaron al fin a creerse que hubiera terminado el juego del gato y el ratón. Entonces iniciaron las celebraciones en las terrazas de la ciudad y miles de barceloneses salieron a las calles envueltos en banderas en dirección a la plaza de Sant Jaume, donde se concentraron más de 20 mil personas. Tras tanta incertidumbre, Cataluña, o al menos la mitad de Cataluña que la aprueba, celebró ayer su independencia.
La duda ahora es cuánto durará esta República sin apoyos internacionales, ajena a la voluntad de la mitad de sus habitantes y formalmente amenazada por el gobierno central.