MIAMI.- Los pequeños frasquitos con vacunas llegan el hospital más grande de Miami y de inmediato son llevados a un sitio secreto, donde se los coloca adentro de una congeladora con candado y un termómetro digital que dice menos 76 grados centígrados (menos 105 Fahrenheit). En la puerta de la sala hay apostado un guardia armado.
El personal de la farmacia de la red de hospitales Jackson Health System a menudo se entera a último momento de cuántas dosis llegarán, a veces con apenas 24 horas de antelación. Apenas arriban las dosis, el personal se afana por aplicarlas rápidamente, algo que no es sencillo. Se pueden descongelar solo las vacunas contra el Covid-19 que el hospital puede aplicar ese día.
La Associated Press tuvo acceso exclusivo hace poco al manejo de las vacunas en el principal hospital de esa red y se dio una idea de cómo se maneja hora a hora la campaña de vacunación más grande de la historia. Es una empresa delicada tanto para quienes aplican la vacuna como para quienes la reciben y se debe respetar cuidadosamente un protocolo.
No se puede dar turnos a más gente de la que se va a vacunar y hay que asegurarse de que la gente se va a presentar para evitar que se desperdicien las tan preciadas vacunas. Una vez que se hace la mezcla, la vacuna tienen seis horas de vida.
“No damos turno a nadie hasta que sabemos que tendremos vacunas”, expresó David Zambrana, vicepresidente a cargo de las operaciones del hospital. “Estamos pendientes todo el tiempo de las existencias. Pueden ver la ansiedad reinante. Hay gente que nos dice, ‘me salvaron la vida’. Vienen llenos de esperanza”.
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Alette Simmons-Jiménez es parte de un grupo de WhatsApp de unas 60 mujeres que monitorean de cerca la disponibilidad de vacunas en el condado de Miami-Dade, donde se encuentra el Jackson Memorial Hospital, que vacuna a muchas de las 465 mil 000 personas mayores de 65 años que viven en el condado.
Alguien la alertó de que el Jackson Memorial ofrecería una “cantidad muy limitada” de turnos a partir de las ocho de la mañana del día siguiente. Generalmente toma apenas 15 minutos agotar las 1 mil 500 plazas que se ofrecen.
Simmons-Jiménez, de 68 años, estaba pegada a su computadora a las siete y media de la mañana y pudo reservar plazas para ella y para su marido a las 12.30 del mediodía.
“Creo que soy la única del grupo que consiguió cita”, manifestó.
La red del Jackson aplicó unas 105 mil 000 dosis hasta ahora. Es un esfuerzo enorme, que requiere 275 empleados en tres sitios, incluido personal para los estacionamientos y guardias que orientan a la gente; estudiantes de medicina y enfermería, así como bomberos y paramédicos para aplicar inyecciones; enfermeras para supervisar a los pacientes después de recibir la inyección. Los centros funcionan los siete días de la semana. El del Jackson Memorial vacuna a unas 60 personas por hora.
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Los técnicos del hospital crearon una aplicación para sacar turno, pero saben que muchos ancianos no siempre pueden manejar los apartos electrónicos. Por ello el hospital se puso en contacto con 55 iglesias, templos y mezquitas de la zona, donde trata de contactar a los ancianos de comunidades pobres y pronto se asociará con organizaciones de indigentes.
Dado que la demanda rebasa la oferta, los hospitales se ven obligados a cancelar citas. Este mes el Baptist Health publicó un tuit diciendo que cancelaba todas las citas para el 20 de enero y posteriormente dijo que no daría más turnos.
Simmons-Jiménez y su esposo ya habían sufrido la cancelación de turnos en otro hospital.
La gente empieza a llegar al Jackson Memorial a las siete de la mañana y generalmente es vacunada en media hora.
Hay tres farmaceutas en una mesa blanca, preparando las vacunas y colocando las jeringas en bandejas.
En un rincón de la sala hay un refrigerador con las vacunas descongeladas. Cada vial tiene cinco dosis, a veces seis.
“Las mezclan en el momento. Al final del día, preparan solo vacunas para la gente presente”, dijo Zambrana.
El hospital debe informar cuántas dosis no fueron usadas y hasta ahora no desperdició ninguna, agregó el ejecutivo.
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Simmons-Jiménez y su marido se sentaron con un equipo de dos personas, una que los registró y otra que les dio la inyección, generalmente un paramédico. A la semana, los pacientes reciben un email diciéndoles cuándo les darán la segunda vacuna.
Cuando se van, alguien desinfecta de inmediato sus asientos y la pantalla que usaron para registrarse.
Simmons-Jiménez se maravilla de todo el proceso. “Está muy bien organizado”, comentó.
La clave para evitar cancelaciones es no abrir la inscripción con mucha antelación, solo 24 o 48 horas antes, cuando el hospital está seguro de que tendrá vacunas.
Solo el 10% de los inscritos no se presentan.
Irma Mesa, de 74 años, dijo que se sorprendió cuando logró sacar turno.
“En mi primer intento”, expresó jubilosa. Ya recibió también su segunda dosis.
Mesa, quien no ve a sus hijos ni nietos desde enero del 2020, incluso ya tiene turno para la segunda vacuna de su esposo Ángel, de 80 años.
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