La cultura mexicana influyó desde hace más de 50 años en el modelo mafioso implantado por delincuentes y organizaciones criminales de Colombia para la acelerada expansión del narcotráfico por todo el mundo. 

La conclusión surgió en un informe emitido el 28 de junio anterior por la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, instancia del acuerdo de paz que el gobierno colombiano y la ahora disuelta guerrilla comunista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) pusieron en vigor en diciembre de 2016 para terminar con el conflicto bélico que estalló en 1964. 

“Durante una época, por ejemplo, la identidad en regiones cocaleras del país siguió un modelo basado en la cultura mexicana. Luego, en la década del 2000, los ‘traquetos’ (narcotraficantes) financiaron las fiestas locales e impulsaron los reinados de belleza en las regiones”, describió. 

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“Los impactos culturales del narcotráfico terminan por penetrar a casi toda la sociedad que acumula y esconde su riqueza en un acuerdo silencioso”, añadió. 

Tras precisar que “las bonanzas cocaleras” en diferentes zonas de Colombia “también trajeron esta clase de consecuencias”, puntualizó que “los testimonios hablan de cambios en los modos de vida causados por el choque que produjo en las personas pasar de tener un peso a tener miles”. 

“Los cambios en los modos de vida están determinados por la necesidad de gastar ese dinero que ingresó a las comunidades de manera exponencial”, recalcó. 

El tráfico de cocaína de Colombia a EU se disparó en la década de 1970 y se propagó por América y otros continentes. 

El informe reprodujo un relato de un colombiano defensor de derechos humanos del Catatumbo, al nororiente de Colombia. 

Desde finales de la década de 1980, narró el activista, “llegó la coca desgraciadamente al Catatumbo. La coca se volvió un cáncer para esa región. Cambió incluso la cultura campesina del Catatumbo. El catatumbero (…) era un campesino tranquilo, apacible. Era un campesino cultivador, noble, que tenía su finquita, sus patios de gallinas, su pancoger (cultivos tradicionales). No era un campesino derrochador, ostentador, y llegó la coca y fue transformando esa cultura”. 

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En contraste, el reporte citó otro testimonio. “Hoy en día todos esos campesinos ya son gente que sale al pueblo a vender su producto, a tomar cerveza. Ya los puteaderos (prostíbulos), como llaman allá, están llenos. Incluso ya ese campesino es un campesino que vagabundea, jarta cerveza, compra cadenas de oro, celulares modernos, la moto, y se fue creando una subcultura de la ilegalidad muy impresionante”. 

También varía la forma en que los “raspachines”, recolectores y procesadores de la hoja de coca (materia prima de la cocaína), gastan dinero a como lo hacen dueños de fincas y narcotraficantes, ya que “mientras mayor es el poder” de cada uno de esos personales “mayores las excentricidades”, aclaró. 

Un campesino del suroriente contó: “La plata se malbarató bastantísimo en tragos, mujeres. Cualquier (…) raspachín pedía cuando salía a esas cantinas cuatro, cinco o seis cajas de cerveza”. 

Al recalcar que todo se consolidó con “modelos sociales” del imaginario colectivo que dejaron los famosos capos colombianos del narcotráfico de los últimos 40 años, el informe repitió que es “una vida de lujos, trago, mujeres y armas”.

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