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Cuentos para los hijos que están lejos

Migrantes que fueron deportadas de Estados Unidos escribieron sus historias para desahogarse, para explicar a sus familias por qué están lejos; las narraciones, recopiladas en libros infantiles, llegarán a 352 universidades estadounidenses

Dreamers Moms lo conforman mujeres que fueron expulsadas de Estados Unidos sin sus hijos. Sus familiares buscan apoyarlas para que puedan regresar al que consideran su hogar. Fotos: GABRIELA MARTÍNEZ. EL UNIVERSAL
10/05/2019 |00:00Gabriela Martínez / Corresponsal |
Redacción El Universal
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Tijuana

Desde la cama, en el cuarto de un refugio para deportados, Yolanda Varona cuenta una historia a sus hijos y nietos. Les dice que vive en la ciudad más triste del mundo: donde ellos no están. Sentada, frente a la pantalla de una computadora portátil en la frontera mexicana, les llora. Del otro lado del monitor, en su casa en Estados Unidos, vía Skype, la escuchan leerles con su voz rota el libro que les escribió para pedirles perdón, para explicarles por qué no están juntos y cuánto los extraña.

La historia que narra Yolanda es uno de siete libros escritos por madres o familiares de mujeres que fueron deportadas y separadas de sus hijos: Cuentos para dormir. Un proyecto que inició en 2015, fue publicado hace casi dos años y a partir del próximo mes será repartido en por los menos 352 universidades de la Unión Americana, de donde ellas fueron expulsadas.

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“Somos las hijas de Obama”, dice Yolanda, deportada en 2011 y ahora convertida en activista y fundadora de Dreamers Moms USA/Tijuana, A. C.; alude así a las mujeres expulsadas de Estados Unidos durante la administración del expresidente demócrata Barack Obama y que derivó en la separación de familias.

Cuentos para los hijos que están lejos

Uno de los proyectos que han emergido de la desgracia, explica Yolanda junto a otras dos dreamers mom’s, fue precisamente el de Cuentos para Dormir. La idea era desahogar sus historias en un papel, una mezcla de la triste realidad que ellas vivieron con fantasía.

La idea, según cuentan, inició con el correo de una maestra rusa, So- phia Sobko, quien les propuso escribir una serie de cuentos dedicados a sus hijos, en los que narraran sus propias desgracias y alegrías. La experiencia se convirtió en un taller que duró casi un año.

Reconstruir el pasado. Fueron nueve meses de viajar en el tiempo y recordar olores, sonidos y sensaciones, para reconstruir parte de su pasado. De cerrar los ojos cada semana para obligar a que de la memoria emergiera su vida, y que de un simple aroma o una canción naciera una vivencia: se trató de un llamado a su pasado.

María Francisca es otra de las integrantes, ella no fue deportada, pero su hija sí. Tomó prestado su lugar y, después de la insistencia, se animó a contar lo que les había ocurrido en el desierto de Sonora, en una de las rutas más peligrosas para cruzar a Estados Unidos, y su memoria terminó en un cuento que por poco y no existe: El Aldeano y la Princesa.

“Sentía un dolor en el estómago nada más de recordar lo que sufrió mi hija; la parte más difícil fue esa: recordar”, explica Cuquita desde su asiento en el búnker, el refugio para mujeres y veteranos deportados, que está en Tijuana.

“No quería escribir, me dolía cada palabra de su historia. Pensaba que esa pudo ser la última vez que yo la hubiera visto”, detalla.

La experiencia de narrar fue distinta para cada una. Yolanda, por ejemplo, sólo tiene recuerdos de felicidad que nacen de su vida juntos, del lado norte de la frontera.

Durante el taller, en el que realizaban ejercicios cada semana para pensar en los detalles, siempre renacía en su mente el olor de una buena comida, uno de los guisos favoritos de sus hijos: las quesadillas.

“Para mí cocinarle a alguien que quieres es un acto de amor, por eso aquí yo no cocino ni hago mandado, esa es mi protesta”, explica mientras estalla una carcajada, que le comparten el resto de las mujeres en el búnker.

“En las guerras hay pérdidas y de ahí nace esto… no es que seamos fuertes, es el amor por nuestros hijos lo que nos mueve a crear”, subraya.

A casi cuatro años de que nació el proyecto encabezado por la maestra Sobko y con el apoyo de Edward Olmos, quien hizo posible la edición y publicación de los cuentos, la organización ya planea una segunda etapa con otras historias de nuevas integrantes.

“Escribir los cuentos no sólo nos ha servido como terapia, [sino que] es una forma de sensibilizar a la gente sobre la migración”, afirma Yolanda. “Para mí”, dice Cuquita, “ha sido una experiencia de liberación… yo terminé por escribir porque me dije: ‘Todo lo que mi hija y su esposo pasaron en el desierto, todo ese sufrimiento, no se va a quedar en el vacío’, hoy tenemos un libro y una historia que servirá para contar el mundo”.

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