La gran mayoría de los afectados por el VIH-Sida siguen siendo objeto de estigmatización y temen perder su trabajo si reconocen que están contagiados. También enfrentan serias dificultades a la hora de establecer relaciones sentimentales.

Sonia Fariza tiene 58 años y contrajo el VIH desde muy joven. La causante: una jeringuilla infectada por otras personas que utilizó para inyectarse heroína, a la que era adicta. Desde ese entonces, la historia de esta mujer jubilada es sinónimo de superación, entre baches y remontadas.

Acabó exitosamente con su dependencia de las drogas gracias a la ayuda de la asociación Proyecto Hombre, lo que le permitió nacer de nuevo, según ella misma confiesa. Y desde hace más de 30 años mantiene a raya al VIH, siguiendo a rajatabla el protocolo médico para evitar que avance la enfermedad y se vuelva letal, lo que incluye la ingesta diaria de medicamentos y una revisión anual. En este trabajoso camino también perdió a su primera pareja, que murió de Sida.

Su peor momento: cuando el médico le confirmó que tenía VIH. El más satisfactorio: el nacimiento de su hija, que ahora tiene 17 años y que se encuentra totalmente sana, a pesar de que Sonia la concibió estando ya infectada por el virus.

“Fue como un bombazo cuando me dijeron que tenía el VIH, porque con 26 años yo veía a gente que la diagnosticaban y a los tres meses se moría. Pero inicié el tratamiento y a las pocas semanas empecé a creer que podía morir de vieja, como me avanzó el médico. Hay diferentes tipos de virus; por fortuna, el mío es de los menos agresivos”, señala a EL UNIVERSAL Sonia, quien ha llevado una vida laboral exitosa.

Trabajó como terapeuta con drogodependientes tras su rehabilitación y también como camarera de piso, empleada de una boutique y de una inmobiliaria, además de limpiadora doméstica. Eso sí, siempre manteniendo en secreto su dolencia.

“Fuera de mi entorno más cercano, el estigma estaba ahí, por lo que oculté siempre mi enfermedad por miedo a perder al trabajo o que tomaran represalias contra mi hija, cuando era pequeña. Pero el año pasado decidí visibilizarme y hablar de ello sin complejos. Personas que tienen el VIH me comentan que están deseando hacerlo público, pero no se atreven. Lo entiendo, porque las circunstancias de cada uno son muy diferentes”, agrega Sonia.

“También es un problema a la hora de iniciar una nueva relación y tener que sentarte con la otra persona y decirle esto es lo que hay; te sientes incómoda, muy agobiada. En una ocasión me rechazaron en la cama cuando decidí comentar a esa persona que tenía el VIH”, recuerda la mujer jubilada, que es muy consciente de su dependencia de la medicación.

“Si yo me quisiera suicidar, lo único que tengo que hacer es dejar de tomar la pastilla”, enfatiza en su condición de enferma crónica, antes de aclarar que tener el virus VIH no significa necesariamente que se vaya a desarrollar el Sida.

La relación de Sonia con su hija contribuyó de manera primordial a su aprendizaje, no sólo como madre.

“A mi hija la tuve que informar antes de lo que yo hubiera querido, sobre todo por su familia paterna, que podía utilizar el VIH como arma arrojadiza. Era pequeña, pero sabía que yo tomaba una pastilla diaria. Entonces le dije que lo hacía para matar un bicho que tenía en la sangre”, indica más que satisfecha por la ocurrencia.

“Más tarde participé en unos cursos que dábamos en los institutos [preparatorias] para facilitar información sobre VIH-SIDa. Mi hija tenía entonces ocho años y yo la llevaba a las charlas, para que se fuera familiarizando con el tema. Fue entonces cuando se lo conté claramente. Ahora le sigue dando rabia que alguien que tenga un cáncer lo pueda compartir con los demás y que su madre tenga que callar”, apunta.

Sonia considera que la desinformación que sigue pesando sobre el VIH-Sida refuerza la estigmatización, ya que ni siquiera en el Día Internacional de la Lucha contra esta enfermedad se ahonda lo suficiente en la problemática social que la rodea.

“La ciencia ha avanzado mucho, pero la desinformación sobre el VIH-SIDA sigue estando ahí, a todos los niveles. En los 80 había mucha más información. Ahora, de repente, en el día Mundial del Sida le dan mucho bombo a la enfermedad, pero no se aporta nada sustancial, cuando el repunte más alto de infecciones de VIH se da entre jóvenes heterosexuales que no están diagnosticados y que lo transmiten sin saberlo”, concluye.

En lo personal, Sonia reconoce que como paciente del virus no se ha sentido especialmente afectada por la pandemia, ya que ha tenido acceso a los medicamentos y a su revisión anual.

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