Bruselas.— Inspirados en el deseo de ayudar a superar situaciones que ponen en peligro las vidas de los más necesitados, médicos del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) llegaron en octubre pasado al condado de Kajo-Keji, localizado en el estado de Equatoria Central, en Sudán del Sur.

Tenían la misión de investigar un presunto brote de ébola, un virus que se propaga por contacto directo y causante de una enfermedad de elevada letalidad.

Las tareas realizadas por los cuatro voluntarios se verían interrumpidas el 2 de febrero, un día antes de la llegada del papa Francisco a Sudán del Sur, la primera visita de un Pontífice a la nación más joven del orbe.

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Los socorristas, junto con 23 integrantes de la comunidad, fueron sacados de sus casas y asesinados en grupos por hombres armados. “Conmocionados y tristes por el asesinato de cuatro voluntarios y miembros de la comunidad. Condenamos el asesinato de trabajadores humanitarios y hacemos un llamado a las autoridades para que arresten a los perpetradores y los lleven ante la justicia”, declaró John Lobor, secretario general de la Cruz Roja en Sudán del Sur.

El acto de barbarie registrado en una zona sacudida por luchas sangrientas y choques tribales por el ganado, la tierra y el poder, evidenció una vez más la vulnerabilidad en la que operan los emisarios humanitarios, así como la existencia de grupos e individuos que menosprecian el papel crucial que los voluntarios del CICR desempeñan en tiempos de conflicto y de conformidad con los principios de neutralidad, independencia e imparcialidad.

De acuerdo con la Base de Datos sobre la Seguridad de los Trabajadores Humanitarios (AWSD), un programa que opera con apoyo financiero de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), desde 1997 han perdido la vida 207 miembros del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja.

El riesgo de la información falsa

Pero la masacre en Kajo-Keji también evidenció que ni siquiera la red humanitaria más grande del mundo, formada por 192 sociedades nacionales, y cuyo Día Mundial se conmemora este lunes, se escapa a un riesgo que erosiona la confianza y polariza, la proliferación de información falsa.

Una investigación realizada por la organización Insecurity Insight, con sede en la comuna de Corsier-sur-Vevey, en Suiza, en las plataformas sudanesas de Twitter y Facebook entre el 1 de diciembre de 2022 y el 14 de febrero de 2023, concluye que en la antesala de las atrocidades no hubo una campaña de desinformación en línea dirigida contra la Cruz Roja, como está ocurriendo en los recientes ataques e incidentes que involucran a organizaciones de ayuda humanitaria en varios rincones del planeta.

No obstante, sí identificó algunas acusaciones falsas; aparentemente emergieron después del incidente como un intento por controlar los daños de imagen causados en el contexto de violencia étnica entre pastores de ganado y aldeanos.

“Una minoría de usuarios de las redes sociales que claramente simpatizaban con la causa de los pastores alegó que los voluntarios de la Cruz Roja formaban parte del grupo rebelde NAS (Frente de Salvación Nacional)”.

“Un usuario dijo: “Creo que esos médicos eran parte de los rebeldes de NAS, gracias a los poderosos pastores por abatirlos”.

La Cruz Roja de Australia afirma en un documento que la base de la acción humanitaria es la confianza, porque sólo así es posible acceder a las necesidades de los más vulnerables. Si bien la organización goza mayoritariamente de la misma, ésta no es universal, por lo que exige trabajo para construirla y mantenerla.

Pone de ejemplo los resultados de una investigación realizada el año pasado en 15 países, entre otros, Honduras, Turquía y Francia, para conocer la percepción entre la comunidad migrante. La mayoría asocia a la instancia con seguridad y esperanza, 73%, pero hay confusión sobre su trabajo e independencia.

Sólo 21% reconoció la independencia del movimiento con relación a las autoridades de sus países de origen y 26% con las naciones de acogida. “Esto podría potencialmente impactar en la confianza, particularmente en el contexto de la secularización de la migración”, indica el reporte.

Otra problemática de actualidad a la que no escapa el mayor movimiento humanitario del mundo es el difícil entorno financiero mundial. Año con año el llamamiento a los donantes es que aporten más recursos, 2023 no fue la excepción. Pidió 2 mil 800 millones de francos suizos, el mayor monto solicitado en la historia de la organización.

A pesar de representar un cañonazo de 400 millones de francos suizos por encima de los solicitados en 2022, el monto resulta insuficiente para enfrentar un severo déficit de financiamiento que impactará tanto en sus estructuras como en el terreno.

De entada, mil 500 trabajadores de los más 20 mil que conforman su planilla, perderán sus puestos de trabajo durante el año y por lo menos 20 de las 350 oficinas del CICR en todo el mundo colgarán el cartel de cerrado.

Igualmente anticipa recortes en las operaciones de campo. De las 10 crisis más grandes en activo, sólo la de Ucrania arrancó el año con fondos suficientes, el resto con números rojos, Afganistán, Siria, Yemen, Sudán del Sur, Somalia, Irak, República Democrática del Congo, Etiopía y Nigeria.

Reporta que el déficit responde a diversos factores principales, algunas de las promesas (de donantes) no se cumplieron el año pasado, y los gastos fueron superiores a lo previsto durante el cuarto trimestre de 2022, en parte debido a la inflación. La agencia internacional arrancó el año con un déficit de aproximadamente 140 millones de francos suizos.

La Junta de Gobierno en Ginebra ha determinado reducir costos a nivel mundial equivalentes a 430 millones de francos suizos en 2023 y principios de 2024.

La CICR no es ajena a la adversidad, ésta ha sido una constante desde su fundación por Henry Dunant hace 160 años, aunque una y otra vez ha demostrado capacidad de adaptación ante los desafíos del momento. Al final, a lo largo del curso de su historia, el dolor humano siempre ha sido el mismo, sólo cambian las dinámicas donde tiene lugar la acción humanitaria, sea en un contexto de discurso de odio, de crisis alimentaria, de empleo de mercenarios a sueldo o tecnologías cada vez más letales.

La actuación de instancias como la CICR resulta hoy más necesaria que nunca debido al crecimiento exponencial de personas vulnerables, y el papel único que desempeñan sus emisarios como actores neutrales e imparciales en el campo de batalla.

Naciones Unidas estima la población en necesidad para este año en 339 millones de personas, muy encima de los 90 millones en 2015. Significa que una de cada 23 personas necesita ayuda humanitaria.

Hasta noviembre pasado, había 33 conflictos en activo en las Américas, Europa y Eurasia, Medio Oriente y África del Norte, África Subsahariana y Asia, de acuerdo con el International Institute for Strategic Studies (IISS).

La organización londinense describió las perspectivas para las Américas como sombrías y de estancamiento prolongado para la mayoría de los conflictos en Medio Oriente y África del Norte, al tiempo que anticipó impactos de largo alcance como resultado de la guerra entre Rusia y Ucrania, incluyendo en África Subsahariana, región afectada por una crisis doble, la heredada por la pandemia y la desencadenada por la agresión de Moscú en el rubro alimenticio, inflacionario y energético.

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