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Washington
Hay muchas pruebas que demuestran que la teoría de que el coronavirus y su pandemia afecta a todos por igual es una gran falacia. En épocas de crisis, como la actual, la historia siempre se repite: los más desfavorecidos siempre son los que más sufren. En todos los aspectos, pero el más evidente es, sin lugar a duda, el económico.
En todo el mundo, la pandemia está afectando principalmente a la población menos preparada, la que tiene menos recursos, la que carece de red de apoyo por si cae. Y, en Estados Unidos, esas son las características principales de las empresas y trabajadores latinos.
Las cifras de desempleo presentadas hace una semana fueron demoledoras. La tasa de paro entre la comunidad latina se disparó hasta 18.9%: casi uno de cada cinco de los integrantes de la fuerza laboral latina está sin empleo. Un crecimiento enorme y fulgurante, que dejó, según datos oficiales del Buró de Estadísticas Laborales (BLS), más de 5 millones 263 mil hispanos sin ingresos.
Es una historia que se repite, y que ya se vivió hace una década con la Gran Depresión: cuando la economía se tambalea, los latinos tiemblan y se desmoronan. Por entonces, un informe de Pew Research de 2011 apuntó que entre 2005 (precrisis) y 2009 (postcrisis) los hogares latinos perdieron 66% de su capacidad adquisitiva. Una riqueza que se evaporó de repente, especialmente por la pérdida de valor de la vivienda.
Desde entonces, la comunidad latina había experimentado un renacer, más tardío que el resto de comunidades pero suficientemente robusto. La tasa de pobreza estaba en mínimos históricos —a pesar de seguir siendo el grupo con menos recursos en Estados Unidos—; su tasa de desempleo era minúscula (llegó a 3.9% en septiembre de 2019, la más baja en una década); su nivel de ingreso había aumentado 5% comparado con 10 años atrás.
Aun así, seguía siendo el colectivo más vulnerable de la economía estadounidense, con ingresos 25% menores que los de los blancos, con tasas de pobreza que doblan las de los blancos, con empleos más precarios y más inestables que cualquier otro colectivo.
El derrumbe económico actual viene especialmente por la pérdida de empleo y, por tanto, ingreso. En tan sólo dos meses, los efectos de la pandemia han erosionado millones de empleos, especialmente en sectores —hoteles, restauración, etc.— donde predominan los trabajadores latinos. La paralización de las calles ha dejado sin clientes la práctica totalidad del país, ni que fuera por unas semanas. Deudas y dificultades que se acumulan en la espalda de los latinos.
“Los datos devastadores afirman que la comunidad hispana ha sido desproporcionadamente impactada durante esta pandemia”, apuntaba Sindy Benavides, directora ejecutiva de LULAC. Según datos de Pew Research, 61% de latinos asegura que ha sufrido personalmente o conoce una rebaja salarial o ha sido despedido. El 70% cree que, como consecuencia de los efectos del Covid-19, no tiene los ahorros suficientes como para hacer frente a los gastos de los próximos tres meses; 44% dejó de pagar alguna factura en abril.
El efecto se acusa también en el tejido empresarial latino, azotándoles en demasía. No es que no haya dinero en los bolsillos de los consumidores, sino que simplemente las tienditas, los comercios latinos, no han podido levantar la persiana. “Veremos muchas bancarrotas, veremos muchas empresas cerrando”, auguró pesimista Noel Poyo, director ejecutivo del National Association for Latino Community Asset Builders (NALCAB) en el podcast Latino USA, de la radio pública NPR.
Algunos estados empiezan a abrir sus puertas, pero con restricciones que no permiten que los negocios funcionen a pleno rendimiento. Las facturas, sin embargo, siguen acumulándose: la renta, la electricidad, los proveedores, salarios… “Espero mucha gente sufriendo, pero también mucha gente resistiendo”, añadió Royo, convencido de que la “increíble resiliencia” demostrada siempre por los negocios latinos volverá a aparecer. Si no es así, los negocios se evaporarán.
Dólares que no llegan
El gobierno federal, en vista de la catástrofe económica que se avecina, ha inyectado dinero por todos lados para reflotar la economía. Dólares que, sin embargo, no han llegado a los bolsillos de los latinos. “Los latinos están siendo ignorados a pesar de que muchos de ellos son los que están haciendo que este país siga funcionando”, se quejó hace unos días Domingo García, presidente de LULAC.
La mayoría de los latinos, a nivel individual y de empresa, no tiene relación con grandes bancos, haciendo difícil su acceso a las ayudas gubernamentales; además, su naturaleza de microempresa —muchísimas de ellas unipersonales— los saca de las prioridades para salvar empleos y ayudas para pagar salarios. En su análisis de principios de abril, el Center for Responsible Lending apuntaba que 91% de las empresas propiedad de hispanos tenían cero o casi ninguna opción de recibir préstamos federales a través de bancos comerciales.
No se sabe a ciencia cierta cuántas empresas han quedado fuera de las primeras rondas de ayudas porque no hay datos fehacientes sobre su distribución. Sin embargo, la consciencia de que las minorías han quedado fuera del reparto ha hecho que varios congresistas hayan exigido que, en futuros presupuestos para ampliar la ayuda, se haga un esfuerzo para acercarse no sólo a las necesidades de estos negocios, sino a los canales adecuados. “A los negocios de minorías son entre dos y tres veces más probable que se les nieguen préstamos empresariales”, recordaba la Cámara de Comercio Hispana en Estados unidos (USHCC) en una carta al Congreso hace una semana, insistiendo en que “cuando fallamos en invertir en firmas propiedad de minorías, nuestra economía sufre”. Por si fuera poco, muchos latinos no han recibido el cheque federal de mil 200 dólares prometidos por el presidente Donald Trump.
Todo eso, sin contar con la “desaparición” de los indocumentados y aquellos que trabajan en la economía informal, 2.5 millones de personas, según la National Domestic Workers Alliance, de los cuales más de la mitad son latinos y 90% mujeres. Sólo se salvan por acciones como el Fondo Latino Inmigrante, con un presupuesto de 4 millones de dólares para asistir a las familias excluidas de las ayudas federales, aunque su alcance es mínimo para la necesidad existente. “En tiempos de crisis es especialmente crucial que nuestras comunidades se unan y apoyen a los más vulnerables entre nosotros”, se resignó Maria Teresa Kumar, la fundadora de Voto Latino, una de las organizaciones detrás del fondo.