San José. –
Colocado en la primera línea del frente de batalla contra el Covid-19 en un hospital público de Costa Rica, el médico costarricense Álvaro Avilés Montoya cree que el coronavirus “es una bofetada a la prepotencia y la arrogancia del ser humano, que sentía que ya lo tenía todo dominado” y alerta que la pandemia “no es un evento de extinción en masa, pero tampoco estamos lejanos de encontrarnos con alguno”.
De 52 años y jefe del Servicio de Infectología del Hospital México, uno de los principales del sistema estatal de seguridad social de Costa Rica, Avilés sueña con que, así como los vencedores escribieron la historia de los conflictos bélicos que durante los últimos dos mil años sacudieron a la humanidad, la de la guerra mundial contra la enfermedad será escrita por humanos que la derrotaron.
“Yo esperaría que la escriba siempre el ser humano, porque, de la forma que sea, mientras un ser humano logre salir adelante de esto… habrá vencido”, dice Avilés.
En una entrevista con EL UNIVERSAL en la que, más allá de sus criterios científicos, expuso su dolor ante el sufrimiento masivo por el despiadado ataque del virus que brotó en China a finales de 2019, el médico presagia que “lo que quede del ser humano que conocíamos va a escribir la historia de cómo cambió la humanidad en el siglo XXI por el Covid-19”.
“No es lo mismo vencer en colectividad que solo. El ser humano, como en una guerra en un tablero de ajedrez, está acostumbrado a que el general manda y los soldados pelean. Como dijo un filósofo y militar, en el arte de la guerra ‘conoce a tu enemigo y ya tienes la mitad de la guerra ganada’. Aquí partamos de que (frente al virus) no conocemos contra quien estamos peleando”, explica.
¿Teme que, tras la pandemia, surja una de extinción masiva?, se le cuestiona.
El Covid-19, contesta e insiste, “”es una bofetada a la prepotencia y la arrogancia del ser humano que sentía qué ya lo tenía todo dominado y todo controlado. No es un evento de extinción en masa, pero tampoco estamos lejanos de encontramos con alguno. El siglo XXI nos recibió con eventos dramáticos con epidemias (SARS, AH1N1 o MERS) y ahora con Covid-19”.
“Lo que [el coronavirus] nos está diciendo es ‘ustedes no son los reyes del tablero, son otros peones más’ y esa parte la estamos olvidando colectivamente”, alega.
“Sabemos quién es [el virus], cómo se denomina, qué estructura tiene, pero la verdad es que de sus estrategias biológicas siembre está saliendo algo novedoso y cosas tan dramáticas como que tenemos personas de 90 años con muchos factores de riesgo que salen adelante y personas de 45, sin ningún factor de riesgo, que mueren en terapia intensiva… porque no conocemos la enfermedad”, narra.
Reprogramar. Casado, con una hija y un hijo, vecino de esta capital, con 28 años de experiencia y apasionado de la historia y de la filosofía, Avilés cuenta a este diario, en una entrevista telefónica para preservar el distanciamiento social, que la crisis sanitaria lleva a “un reseteo” o reprogramación “de la naturaleza del ser humano, que nunca se esperó algo de esta magnitud”.
“En el campo laboral, para mí ha sido muy doloroso ver cómo mis compañeros y compañeras viven rodeados de temor, con esa expresión humana de ‘me hacés falta, pero no me acerco’ por el distanciamiento. Cuando [en el hospital] se dice que alguien salió positivo [del virus], he podido ver que la gente se concentra más en donde estuvo [la víctima]”, describe.
“Y vienen las preguntas inmediatas: ¿Tuve contacto con esa persona? ¿Me afectó? ¿Sigo yo? A partir de esas preguntas laborales llegan las individuales: ¿Qué voy a hacer si yo enfermo a mi familia? ¿Qué voy a hacer si dejo de trabajar? Y si soy la persona proveedora, ¿qué va a hacer mi familia si llego a faltar?”, añade.
Al recordársele que, antes del coronavirus, el orden internacional fue regido por marcas de primero, segundo o tercer mundo y hasta cuarto o quinto, pero que el Covid-19 derribó esas fronteras, Avilés lanza un “desgraciadamente” para fustigar esos rangos y recalca:
“La pandemia desdibujó esquemas arbitrarios definidos por intereses más políticos y económicos que de otra naturaleza. Y desnudó al ser humano y sacó cosas muy buenas y expresiones muy lindas, pero también sacó cosas muy malas: este fenómeno actual es igual a aquello de que el poder y el dinero no pervierten a la persona, sino que sacan lo que realmente siempre fue y tuvo oculto”.
A juicio del galeno, “hay países grandes que se han visto pequeños y pequeños que se han visto inmensos y grandiosos. Al final de cuentas es el mismo insumo, el mismo ser humano. La única diferencia quizás está en los tiempos socioculturales, las oportunidades educativas y no me refiero a la alfabetización, sino a saber pensar y entender lo que me están diciendo y sacar conclusiones”.
“No ser mero repetidor, sin criterio, de lo que los demás dicen, y que uno pueda ser capaz de decir estoy o no de acuerdo ante situaciones tan amenazantes en la naturaleza humana como esta [pandemia], sino extrapolar a todos los demás eventos humanos”, aclara.
Avisos. Para el médico costarricense, hay elementos claves que activaron las alarmas de la situación actual, como la explosión demográfica.
“Nos estaban diciendo en la cara desde hace 50 años, por lo menos, qué era lo que iba a suceder. Hemos girado en torno de cosas sutiles, superfluas o insulsas”, subraya.
Por eso, Avilés cree que “quizás este es un llamado de la naturaleza y de decirnos ‘ustedes son una plaga’. Hace un siglo empezamos el siglo XX con mil 500 millones de personas y empezamos el siglo XXI con 7 mil 600 millones de personas”.
Con esas cifras, expone que “en un siglo quintuplicamos la población. Necesariamente eso se acompañó de contaminación, de pérdida de tierras cultivables y cambiaron los valores humanos y conocimientos y la gente sintió tocar el cielo con las manos”.
“La verdad es que tenemos que entender, si jugamos de ser tan inteligentes, que somos una pieza más del tablero y que no dominamos el tablero. Y entonces ojalá esa historia se escriba con nuevas lecciones no solo científica sino también humanas”, plantea.
¿Es la hora de romper con la cultura del espectáculo, en la que un futbolista o una vedette es más importante que un científico de la biomedicina?, se le pregunta.
“Yo esperaría que la respuesta fuera que sí, porque me gustaría en lo particular que a partir de estos eventos el ser humano pudiera reaccionar y, con una nueva actitud y una visión diferente, dejar su soberbia, su prepotencia y ser un poco más humilde y entender el valor de las personas en todo este engranaje completo de ese reloj fino precioso que es la sociedad”, apunta.
Sin embargo, admite que “los que nos hacen creer que son importantes son los que se han autodefinidos importantes. Es como a la mujer que pintan espectacularmente, linda, deseable y ‘bla bla bla” es solo una figura lejana a la realidad de las demás personas y, por tanto, inalcanzable y propia de los dioses del Olimpo”.
Ya en el siglo XXI, continúa, “deberían cambiar esas cosas si uno comienza a cuestionar si realmente todos estos siglos de razonamiento han valido para algo si vamos a seguir haciendo lo mismo”.
“Si pierde sentido el esfuerzo que estamos haciendo ahora [contra la pandemia] va a llegar el momento en el que vamos a saber mucho de lo que nos va a eliminar, pero sin poder hacer nada y entonces la pregunta existencial es ¿para qué ese conocimiento?”, refiere, desafiante.
Rico y pobre. En un viaje por las variaciones del comportamiento humano a lo largo de muchos siglos, recuerda que “cambiamos valores existenciales por valores materiales. Soy más porque tengo más oro más tierra. Ahí el ser humano se pervierte y se pierde en su naturaleza. Ahora se piensa en los demás, pero en función de uno mismo. En algún momento empezamos a sustituir colectividad por individualidad”.
¿Qué espera de la sociedad post—pandemia?, se le interroga.
“Antes lo que importaba era el bien común de un conjunto, que era la sociedad. Y eso es a lo que yo le apostaría: no encontrarme con eso a mí sinceramente me dolería mucho, porque la de la pandemia habría sido una experiencia vacía de la que el ser humano quizás no se haya recuperado y que se limite a contar personas muertas”, detalla.
Sin titubear, aporta: “¡Y que la gente desaprenda de sus vicios y cambie el destino de su país! ¡Que no siga esperando, sin ningún esfuerzo, que todo le caiga de arriba!”.
Avilés tampoco esconde su pesar porque, ante las recomendaciones de mantener lejanía por el coronavirus, se perdió el contacto humano entre médico y paciente y ahora es por teléfono.
“Duele mucho. En mi servicio en el hospital, con autorización de mis superiores, hacemos consulta telefónica y pedimos a la gente que no vaya al hospital. Les llamamos, les tomamos los datos, les hacemos las preguntas y, obviamente, no les podemos examinar. Les tenemos que enviar sus medicamentos por correo”, cuenta.
Pero es “pérdida” del contacto humano y “esa cosificación del individuo, porque ya deja de ser una persona enferma y pasa a ser un paciente más al que tengo que llamar por teléfono, me impersonaliza. Esa falta de calor, de identidad, de cercanía puede pasar la factura”, alerta.
¿Por qué?
“Porque el paciente se vuelve una señal de audio y porque no se necesitaría poner a ningún [de la salud] a hacer ese trabajo y se tendría a cualquier persona que haga las preguntas, que complete los formularios y ya, se acabó el problema. De la cultura del espectáculo pasado a la cosificación y ya no somos personas, somos números”, lamenta.
“Todo se vuelve un machote con una máquina”, precisa, sin esconder sus ansias de retornar a una cercanía intrínseca al trato médico—paciente.
Por eso, y en esa misma sintonía, la pregunta surge.
¿Y qué va a hacer con su familia, con sus pacientes, amistades y compañeras y compañeros de trabajo cuando pase la emergencia por el coronavirus?
“Un abrazo”, anuncia, sonriente.
Y remata:
“El hecho de que puedo dar algo tan sencillo como un beso a una viejita en su consulta o darla la mano a un señor, es algo tan sencillo que muchas veces resulta más terapéutico que cualquier medicamento… caramba”.