San José. – Armados con pequeños látigos y subidos en zancos, hombres y mujeres ataviados con enormes ropajes multicolores y con mascaradas que insertan a sus cabezas corretean por las calles de los más variados rincones de Costa Rica a infantes, jóvenes y adolescentes en un añejo ritual de festejo popular… que compite con Halloween.
Ante la arremetida de más de medio siglo de Halloween, empotrada a una oleada social, publicitaria y comercial como rito pagano importado de Estados Unidos en su noche de brujas y golosinas y víspera de todos los santos o de difuntos, las mascaradas de Costa Rica marcaron hace más de 26 años una vía para defender algunas costumbres criollas de esta época.
“Las representaciones de las mascaradas son reflejo de la multiculturalidad y pluriculturalidad de Costa Rica”, explicó la arqueóloga costarricense Dayana Morales, de la Unidad de Patrimonio Cultural Inmaterial del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica.
“Son representaciones (…) de la tradición oral presente en las comunidades. Algunas de ellas se han venido transmitiendo desde la época de la colonia y se conservan hasta el día de hoy”, dijo Morales a EL UNIVERSAL.
Al subrayar que las mascaradas “integran” historias y personalidades del “imaginario colectivo actual”, relató que involucran a “personajes anecdóticos” de barrios o pueblos y que “siempre están acompañadas de nuestra alegre música de cimarrona, prácticamente son inseparables”.
“La música de cimarrona aporta los ritmos alegres requeridos para que los danzantes que portan las mascaradas tipo gigantas, cabezones y caretas, recorran las calles y alegren cada festividad”, narró.
Las piezas “tienden a ser aleccionadoras, jocosas y alegres, generando algarabía y un ambiente de fiesta que suscita un sentido de pertenencia e identidad entre los diversos grupos culturales”, destacó.
La celebración, ligada a la broma de perseguir a quienes se atrevan a fastidiar a los monigotes, comenzó a ser oficializada en 1996 con un pasacalle de mascaradas organizado por artesanos de Aserrí, comunidad del sureste de esta capital. En 1997 se declaró al 31 de octubre como Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense y con la clara intención de escoger esa fecha para crear resistencia al Halloween.
El acto en Aserrí buscó “contrarrestar” festejos ajenos a la cultura costarricense, como Halloween, y “reforzar el sentido de identidad del pueblo, aprovechando que es frecuente representar en los mantudos a distintos espectros de las leyendas costarricenses, llamados espantos, como la Llorona, el Cadejos, la Segua, las brujas y otros”, afirmó Morales.
La mascarada ascendió en julio de este año a símbolo nacional de Costa Rica, para ratificar su relevancia y salvaguardarla como tradición popular. La práctica surgió en la zona central de Costa Rica en su época colonial, que se prolongó de aproximadamente 1568 hasta la independencia en 1821 y, según Morales, se extendió a todo el país en el siglo XVII.
El estudio “Máscaras, Mascaradas y Mascareros”, de la antropóloga costarricense Giselle Chang y de 2007, precisó que “la práctica de los mantudos” nació en La Puebla, barrio de indios, pardos, negros y mulatos en Cartago, una ciudad a unos 23 kilómetros al este de San José que en la colonia fue capital de Costa Rica.
La mascarada apareció en La Puebla en festividad en agosto en honor a la Virgen de Los Ángeles, según la investigación. En coincidencia religiosa, en La Puebla apareció en 1635 la imagen de la Virgen de los Ángeles o “La Negrita”, Patrona de Costa Rica y versión costarricense de la Virgen de Guadalupe, la virgen morena en México.
“Existen registros (en Costa Rica) del uso de las máscaras desde la época precolombina. Los hallazgos arqueológicos han permitido identificar representaciones que comprenden diferentes elementos antropomorfos y zoomorfos, propios de los elementos naturales, sociales y culturales de su cosmovisión”, aseveró Morales.
En la fase colonial, con el ingreso de elementos culturales ligados a la llegada de los españoles y sus usanzas, “las reminiscencias de las culturas precolombinas se mezclaron con patrones culturales propios de los conquistadores, los misioneros españoles y con los de otros pueblos”, añadió.
“Su resultado evidencia el nacimiento de un sincretismo entre las creencias ancestrales indígenas con las foráneas de origen europeo, en rasgos formales o de contenido”, precisó.
Las mascaradas son diversas: una giganta, un toro guaco, un diplomático, un político corrupto, un policía, una pareja matrimonial, un rostro mitad yegua y mitad mujer, un diablo, una anciana tenebrosa, una bruja, un sacerdote o cura sin cabeza, un campesino y muchos más.
Los personajes son múltiples —algunos aparecen un año y al siguiente desaparecen— y tampoco dependen solo de sangre, muerte, miedo, brujas y difuntos porque están atados a la cambiante creatividad de la imaginación callejera del arte popular.
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