El amor puede convertir en icónicas a millones de historias. Como la del Principito, uno de los libros más vendidos en el mundo. Con el amor que sale de la obra, es fácil imaginar que su creador vivió una historia romántica, de novela. ¿O no?
Antoine de Saint-Exupéry, autor del Principito, tenía su propia rosa, su motor en la vida real, Consuelo Suncín, su esposa. ¿Pero qué relación tenían ellos realmente?
Consuelo, de cabellos rubios, era salvadoreña con raíces francesas y con tan solo 19 años -y gracias a una beca para estudiar inglés- se mudó a la ciudad de San Francisco. No tardó en conocer a un joven Ricardo Cárdenas, hijo de mexicanos, de tez blanca, que trabajaba en un taller de pinturas.
Se casaron, pero no tardaron en divorciarse, y pocos meses después Cárdenas murió en un accidente de ferrocarril. Si bien ya estaban separados legalmente, Consuelo asumió el rol de viuda consciente de que al colocarse en ese estado lograría que la vieran de mejor manera.
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Se mudó a México para luego seguir camino a Francia y, de nuevo, aquella mujer encontró el amor: el escritor y periodista, oriundo de Guatemala, Enrique Gómez Carrillo (quien había estado envuelto en el misterio de la muerte de Mata Hari), oficiaba de diplomático en el país galo siendo nombrado por Hipólito Yrigoyen para representar a la Argentina. También con él, en breve tiempo, contrajo matrimonio.
Pero como una marca del destino, la muerte interrumpe su relación y en 1927, Gómez Carrillo, fallece a causa de un derrame en el cerebro, tan solo habían pasado once meses desde la boda.
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Ahora con 25 años, Consuelo se encontraba nuevamente viuda, pero dueña de una gran fortuna, lo que no iba a mejorar la imagen que la sociedad francesa tenía de ella en aquel momento, entonces, divorciada y viuda decide partir y afincarse en Buenos Aires, Argentina.
Aquel viaje poco usual que la traería a estas tierras no resultó como lo había planeado. Dice el mito sobre esta historia de amor que esa misma noche, Consuelo abordó un avión y una tormenta hizo temblar la nave; cuando el piloto, Antoine de Saint-Exupéry, vio a la joven automáticamente se sintió atraído y flechado. Ella estaba aterrada y preocupada, lo que llevó al piloto a jugar y hacer un movimiento para conquistarla, le dijo: “Abráceme o nos estrellamos”, esa amenaza con carácter de invitación que le profirió Saint-Exupéry hizo que ella, entre maldiciones y sollozos, accediera al pedido. El flechazo fue instantáneo.
Una vez en tierra firme y no mucho después, y en contra de la voluntad de la familia de él, Antoine le propuso matrimonio, el cual duró largos 13 años. Y aunque en el imaginario social la mujer que inspiró a su amada rosa seguramente gozaba de una completa felicidad, en la realidad su casamiento y la vida juntos fue muy turbia debido a la profesión de piloto de su marido, su gusto por la vida bohemia y su creciente éxito como artista y escritor, sin contar, o mejor dicho sumando, sus incontables amantes. Todas estas situaciones fueron distanciándolos, lo que no impidió que tuvieran encuentros esporádicos que realzaban aquellos momentos que vivían en auténtica felicidad.
Según Paul Webster, autor de “Antoine de Saint-Exupery: la vida y la muerte de El Principito”, publicada en 1993, asegura que los conocidos del piloto escritor comentaban que nunca tenía tiempo para Consuelo.
La revista Paris Match también habló sobre las constantes infidelidades de Antoine: “Vete a ver otras rosas, que así comprenderás que la tuya es única en el mundo” era una de las frases que Consuelo repetía y ¿nos suena de algún lado?
Pero no todas las evidencias sobre Exupéry eran negativas. A pesar de su fama de mujeriego, estaba intensamente enamorado de su esposa: “Consuelo tenía un carácter exuberante y él era muy depresivo, sus amores múltiples no son una señal de donjuanismo, sino de una errancia afectiva”, explica su biógrafo, Alain Vircondelet.
Por otro lado, en sus manuscritos “Memoria de la rosa” Consuelo hace una triste descripción de los 13 años de matrimonio donde cuenta que Antoine de Saint-Exupery era un hombre egoísta, infantil, cruel, que la había engañado en numerosas ocasiones y su relación era tormentosa. Consuelo estuvo internada varias veces en clínicas neuropsiquiátricas a causa de las depresiones que sufría por estas actitudes.
Sin embargo, a Consuelo también le achacaron una mala reputación y la describieron como una “gran seductora de hombres célebres, que no respondió en absoluto al modelo de esposa ideal”.
En el año 2013, la escritora francesa Marie-Helene Carbone, su biógrafa, contó en una entrevista a la BBC Mundo que tuvo acceso a cartas y documentos personales de Consuelo en los que revela detalles ficticios y mitos alrededor de su persona para lograr ser aceptada. La familia de Antoine, más específicamente su cuñada Simone de Saint-Exupéry, la despreciaba describiéndola como una “mujerzuela” y una ”condesa de película”.
El último día de julio de 1944, Antoine despegó en un Lightning P-38, pasaron más de 6 horas y no regresó; los radares advirtieron de la desaparición de Saint-Exupéry y se dio por desaparecido.
Un cadáver sin identificar, que llevaba insignias francesas, fue encontrado varios días después al este del archipiélago Frioul al sur de Marsella. Lo enterraron en Carqueiranne en septiembre.
Dos años después, Consuelo escribió su biografía “Memorias de la rosa”, que no fue publicada hasta el año 2000, explicando allí lo bueno y lo malo vivido junto al piloto, y rescatando su importante rol en la vida de Saint-Exupéry. Consuelo muere en 1979, a causa de un ataque de asma y es enterrada en el cementerio de Père-Lachaise en París. Curiosamente, ella dejó todos sus bienes y derechos a su mayordomo y jardinero español José Martínez-Fructuoso.
Otra curiosidad de la famosa “rosa” y que podría confirmar que Antoine, pese a todo, la amó hasta sus últimos momentos, fue que en el año 1998 un pescador encontró al este de la isla de Riou, al sureste de Marsella, una pulsera de identidad, de plata, con el nombre de Saint-Exupéry y de su esposa Consuelo.
La familia del escritor rehusó creer aquella historia del pescador, al igual que la del buzo Luc Vanrell, quien encontró los restos de un P-38 Lightning en el fondo del mar, cerca de donde se había encontrado el brazalete. Pero todas las dudas se despejaron en abril de 2004: investigadores del Departamento de Arqueología Subacuática confirmaron que los restos del avión encontrados eran los que piloteó Saint-Exupéry.
“Consuelo, gracias desde el fondo de mi corazón por ser mi esposa”, escribió Saint-Exupéry en las cartas que enviaba a su esposa: “si me matan, tengo a alguien a quien esperar en la eternidad”.
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