Washington

Desde su llegada a la política, la figura del presidente Donald Trump generó el caos y desconcierto en el Partido Republicano y en el movimiento conservador de Estados Unidos, que ha entrado en una fase de introspección.

La coronación de Trump es para muchos el resultado de décadas de metamorfosis hasta llegar a este resultado. “¿El trumpismo es una fase o puede ser el inicio de un reajuste en la política estadounidense?”, se preguntaba hace un par de años McKay Coppins, periodista de The Atlantic, cuando todavía no se podía evaluar la huella de Trump.

Para muchos ya queda claro que es lo segundo, la culminación perfecta de la evolución del conservadurismo de Estados Unidos iniciado en la Era Reagan (década de 1980), evolucionada por el movimiento del Tea Party y desembocada en la figura del actual presidente, adalid de la defensa de muchas políticas que el actual conservadurismo sigue abrazando y vienen del ideario de Ronald Reagan.

Es fácil hacer una lista de lo que debería ser el conservador estadounidense estereotipo bajo ese techo: seguidor de las tradiciones del país, el republicanismo, los valores judeocristianos y una moral universal, proempresa y antiobrero, anticomunista, individualista, creyente de la excepcionalidad de Estados Unidos y defensor de la cultura occidental. El concepto de libertad por encima de todo, apostadores convencidos de la “ley y el orden” y la importancia de la defensa de la patria y, por tanto, del ejército.

Conservadores. Disyuntiva en EU
Conservadores. Disyuntiva en EU

Para ellos, la palabra clave del eslogan de campaña del ahora presidente, el célebre Make America Great Again, era precisamente la última: “Again” (“Otra vez”). El regreso a la imposición de la moralidad y políticas expresadas por Reagan y que, tras la presidencia de Barack Obama, corrían el riesgo de quedar ninguneadas tras una oleada de políticas progresistas.

Para los opositores de Trump, en lugar de “regreso” se trataba de un “retroceso”, nada acorde a la dirección de la sociedad contemporánea ni del mundo en general. Una pugna que Trump ha llevado al extremo, con una estrategia única: mirar hacia atrás y tratar de desmantelar todo lo que su antecesor había puesto en marcha.

Especialmente satisfechos están los denominados “conservadores sociales”. “Si tuviera que elegir a uno, elegiría a Trump todas las veces. Elegiría a Trump por encima de cualquier otro presidente en cuanto a energía y sus compromiso”, confesó Marjorie Dannenfelser, presidenta del grupo antiaborto Susan Anthony List, en declaraciones recogidas por portal noticioso Axios.

Entre ellos destacan los evangélicos, grupo electoral clave para entender el auge y consolidación de Trump. No sólo no están contentos con la decisión de apoyarle, sino que “es muy probable que le vuelvan a apoyar en 2020 y en números más elevados”, aseguró recientemente Ralph Reed, fundador de la Coalición de la Fe y la Libertad, grupo diseñado para crear puentes entre el Tea Party y los votantes evangélicos.

La metamorfosis del Partido Republicano en algo diseñado a medida por Trump está cambiando en concepto de conservadurismo en Estados Unidos, evolucionando hacia un populismo desmesurado. Como escribía recientemente el analista Fareed Zakaria en The Washington Post, la conversión del conservadurismo no es algo propio de la Unión Americana, también se está viendo en otras partes del mundo como con la llegada al poder del Reino Unido su réplica británica, Boris Johnson.

Conservadores. Disyuntiva en EU
Conservadores. Disyuntiva en EU

Sin embargo, su base parece estar hecha de hormigón. Los mismos sondeos muestran un apoyo entre los que se definen como conservadores que se ha mantenido siempre en guarismos superiores al 80%. Es la desafección entre los demócratas, entre los que nunca superó los dobles dígitos de popularidad, donde su presidencia suspende con estrépito.

Los conservadores le abrieron las puertas y Trump se adueñó de cada uno de los rincones. Su disrupción y su forma de hacer política tan heterodoxa han conllevado una introspección profunda en varios sectores del movimiento conservador, muy heterogéneo dentro de la unidad republicana.

Se ha desatado un análisis sesudo sobre qué ha provocado Trump en su movimiento, además de permitir aplicar políticas que defienden y apoyan, como la desregulación, y que la defensa del medio ambiente no sucumba a los intereses económicos.

Trump tiene varios opositores dentro del conservadurismo, pero su figura ha llegado a desplazarlos hasta casi desaparecerlos. Los tres personajes que se están atreviendo a desafiar su liderazgo y nominación a la reelección: Mark Sanford, Joe Walsh y William Weld, son completos desconocidos sin tracción alguna, ninguneados por los medios de y apartados por el partido.

Hay pocos resquicios en el granítico apoyo a un presidente más conservador de lo que se esperaba. Ahora hay atisbos de crisis, como cada vez que Trump se excede en sus declaraciones racistas, en su falta de empatía con las minorías, en su retórica xenófoba.

Los analistas creen que el conservadurismo estadounidense tiene un “problema de racismo”, y los conservadores que quieran salir adelante y les preocupe el asunto tienen que empezar a construir con unos cimientos lejos de la xenofobia.

El tiroteo en El Paso, Texas, masacre en la que murieron ocho mexicanos, para muchos podría ser la gota que colmó el vaso: la demostración de que el supremacismo blanco está en aumento en el país. Un problema al que hay que enfrentar a pesar de que, tradicionalmente, las políticas impulsadas por los conservadores siempre han tenido un tinte de beneficiar a las clases predominantemente blancas y ricas, lo que permite entender que los conservadores dieran vía libre a la separación de familias migrantes, la vilipendización de los mexicanos o las políticas que claramente perjudican a las comunidades afroamericanas.

“Tras un examen exhaustivo, es obvio que en la historia moderna del conservadurismo ha permeado el racismo, el extremismo, el miedo conspiranoico, la ignorancia, el aislacionismo, el sinsaber”, escribe el exconservador Max Boot en su libro The Corrosion of Conservatism: Why I Left the Right, ensayo en el que cuenta su desafección con el republicanismo tras la imposición de Trump.

Para muchos analistas, el conservadurismo está en un momento clave de su historia, en el que tiene que decidir qué camino elegir. Para William Voegeli, del conservador Claremont Institute, el reto no es liberar el conservadurismo de Trump bajo la creencia de que “pone un riesgo existencial a la visión conservadora de la libertad”, apunta al citar a Charles J. Sykes y su libro Cómo la derecha perdió la cabeza.

“Pero tampoco lo es cambiar el conservadurismo por el trumpismo. Es, en lugar de eso, elaborar un conservadurismo para el siglo XXI que integre el trumpismo, absorbiendo lo que la nominación y elección de Trump reveló, sobre Estados Unidos y sobre los defectos del argumento y movimiento conservador antes de su aparición en la política”, resuelve Voegeli.

La popularidad de Trump dentro de su partido, y por tanto, del conservadurismo actual que ha diseñado a su semblanza, es inigualable. Tanto es así que decenas de congresistas republicanos están anunciando en las últimas semanas que no se presentarán a la reelección de sus escaños en 2020, temerosos que la relación con el presidente, en distritos de ideología mixta en los que el mandatario no goza de mucha simpatía, pueda costarles el cargo.

Sea como sea, los movimientos conservadores están contentos con él. Una satisfacción que probablemente ampliará una estadística curiosa: desde 1972 sondeos anuales del Pew Research Center muestran que los conservadores son “más felices” que sus rivales ideológicos.

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