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Ottawa
Andrew Scheer quiere ser —y posiblemente es— todo lo contrario del primer ministro Justin Trudeau. No tiene el carisma de su rival electoral, pero quizá tampoco lo quiere: él y su equipo del Partido Conservador de Canadá (CPC) prefieren presentarlo como un hombre normal, el que pudiera ser el vecino de cualquiera, padre de familia con el que tomar una cerveza o hablar de deportes.
“Un hombre normal, real, como tú y como yo. Con los pies en el suelo”, lo definen en su partido, atizando veladamente la herencia de privilegio de su oponente, hijo de una dinastía política de éxito.
Pero lo que realmente caracteriza a Scheer (Ottawa, 1979) es un pragmatismo que lo ha elevado a un liderazgo conservador al que llegó sin mucho entusiasmo de parte de la base, pero como figura de consenso entre todas sus facciones. Porque Scheer tiene un poco de todo y mucho de nada: es conservador en lo económico y lo social, y juguetea con un ligerísimo populismo.
Hijo de clase media, la del líder conservador es una vida puramente política, de un ascenso meteórico que lo coloca, a los 40 años, en candidato con muchas opciones de hacer que los conservadores vuelvan al poder tras cuatro años.
Su primer trabajo en el Parlamento lo consiguió antes de los 20, fue parlamentario antes de graduarse en la universidad, a los 32 ya era presidente de la Cámara de los Comunes. Nunca ha hecho nada que no tenga que ver con la política. Desde su primera elección federal en 2004 por el distrito de Regina —Qu’Appelle, en una región del centro-oeste del país primordialmente agrícola y basada en los combustibles fósiles—, nunca ha perdido una elección. Tampoco la de liderar el Partido Conservador, donde no era ni remotamente favorito.
Aunque niega ponerse esa etiqueta, Scheer podría considerarse un libertario: menos poder al gobierno, reducir su participación en la vida de la población. Lo conservador en lo social le viene de su profunda fe católica —tiene lazos, aunque no es miembro, con el movimiento del Opus Dei—.
Padre de cinco hijos (entre 3 y 14 años), es contrario al matrimonio del mismo sexo y al aborto; sin embargo, prometió no abrir ninguno de esos debates ni cambiar las leyes existentes en Canadá.
La perspectiva de convertirse en primer ministro ha hecho que la cara de Scheer, relacionada con una sonrisa muy característica con hoyuelos pronunciados, se haya repetido más y más, especialmente cuando está en mítines con seguidores de su partido, ya sean los más moderados o los que visten con gorras rojas parecidas a las de los seguidores de Donald Trump en Estados Unidos, pero con lemas relacionados con Canadá.
“Soy un optimista”, exclamó en uno de sus últimos mítines. “Y es verdad. Sonrío mucho; es difícil no sonreír porque continúo pensando que los mejores días de Canadá están por llegar”, remató.
Una sonrisa que se le borró de inmediato a mediados de campaña, cuando le estalló un escándalo que se sintió como un golpe en el estómago: la publicación de que tiene doble nacionalidad, canadiense y estadounidense (por su padre).
Desde el partido dijeron que nunca ocultaron eso: está en la lista de personas que en caso de emergencia nacional pueden incorporarse a las fuerzas armadas de la Unión Americana, e incluso dos de sus hermanas viven en Estados Unidos, registradas como votantes republicanas. A pesar de la negativa de ocultación, inmediatamente después de que se reportara la situación empezó los trámites para renunciar al pasaporte estadounidense.