Washington.- Desde el inicio de la pandemia, una de las mayores preocupaciones del gobierno de Estados Unidos ha sido evitar cualquier disrupción en el sistema educativo, algo que se considera clave para que la sociedad pueda actuar en la máxima normalidad posible. La emergencia sanitaria ha obligado a los colegios a transitar constantemente entre la educación presencial, remota e híbrida, lo que fuera necesario para afectar lo menos posible entornos económicos y familiares.
La mezcla entre la propia situación pandémica y los desajustes educativos ha afectado a estudiantes en todo el país, provocando pérdida en la asimilación de conocimientos y crecimiento de depresiones y otros problemas de salud mental, asuntos que han compartido con profesores que han vivido niveles de estrés muy elevados por la falta de personal y su necesidad de adaptación a una situación en constante cambio.
En un estudio publicado el pasado diciembre por NWEA, una organización sin ánimo de lucro que crea sistemas de evaluación para medir crecimiento y competencia de estudiantes, el rendimiento de los alumnos de EU al inicio del presente curso escolar fue más bajo que un año normal, demostrando la incidencia del coronavirus en los colegios durante su primera fase. Las disminuciones más significativas se dieron en matemáticas (entre 9 y 11 puntos porcentuales menos), en comparación, por ejemplo, con las capacidades en lectura (inferior en entre 3 y 7 puntos porcentuales).
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No ha sido un descenso homogéneo, según el estudio de NWEA, sino que ha afectado -como en el conjunto de la pandemia- a las comunidades más marginalizadas de la sociedad, minorías y regiones de alta pobreza que han visto cómo sus alumnos han perdido aprendizaje en mayor grado. Sin embargo, los alumnos con mayor rendimiento previo a la pandemia lograron ganancias de aprendizaje; los alumnos con menor rendimiento tenían más probabilidades de no alcanzar las proyecciones de crecimiento.
Las cifras al final del curso pasado eran más alarmantes. Según la consultora McKinsey, el impacto de la pandemia en escuelas de educación primaria fue tan “significativo” que, al final del curso 2020-2021, dejó a los estudiantes “cinco meses atrasados en matemáticas y cuatro meses atrasados en lectura”. Las evaluaciones en esas materias descendieron en diez puntos porcentuales en matemáticas, y nueve puntos porcentuales en lectura.
Eso conlleva a un fenómeno que la consultora llama “aprendizaje inacabado”, la asimilación de menos conocimiento en un año escolar común, y que es transversal y casi homogéneo a todos los niveles de educación básica. Al igual que en el estudio de NWEA, McKinsey apunta a la “ampliación” de la brecha de logros en detrimento de estudiantes “históricamente desfavorecidos”; y han detectado una propensión mayor de abandonar la escuela secundaria especialmente en aquellas de bajos ingresos o pocas perspectivas de educación superior.
Para poner los efectos en cifras monetarias: el análisis de la consultora apunta que, con la pérdida de educación, los actuales estudiantes pueden ganar entre 49 mil y 61 mil dólares menos en su vida por el impacto del descenso de aprendizaje; un impacto de más de 128 mil millones anuales a la economía de EU cuando entren en el mercado laboral.
Las cifras monetarias del estudio de NWEA apuntan a unos valores similares, pero también hacen comparativas de la pérdida en otros baremos: en los primeros grados de educación primaria, haría falta entre 8 y 10 semanas extras de clase para cubrir la pérdida en lectura y matemática; en los últimos grados, con materiales y conocimientos más complejos, serían necesarias 14 y 19 semanas para equilibrar lo no-aprendido en lectura y matemáticas, respectivamente.
El impacto no ha sido solo académico: más del 35% de padres dicen estar muy o extremadamente preocupados por el impacto de lo vivido en la salud mental de sus hijos, algo que afecta directamente a su rendimiento académico. Las familias reportan que sus hijos dedican menos tiempo a actividades lectivas que antes, e incluso pediatras alertan de efectos directos en la salud de los menores.
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“Las consecuencias inmediatas y visibles del cierre de escuelas son presagios de resultados a largo plazo, incluida la disminución de la esperanza de vida de los escolares estadounidenses”, escribió un grupo de pediatras, en respuesta a una investigación sobre efectos en niños de todo el mundo de la disrupción en escuelas publicada en JAMA, la revista de la American Medical Association. “Los niños son resilientes, pero esta resiliencia requiere apoyo individual, andamiaje sistémico, inversión social e investigación científica sobre los impactos a corto, mediano y largo plazo de la pandemia en los niños”.
Los médicos vieron casos derivados de los cierres de colegios de desconexión escolar, desafíos de salud mental, el aumento de peso no saludable, la inseguridad alimentaria, el retraso en la vacunación y las tasas crecientes de diabetes de tipo 2 de nueva aparición.
Además de todo esto está la situación de los maestros. Según una encuesta de la National Education Association, el 55% de los profesores planean dejar su trabajo antes de lo previsto por la presión vivida durante la pandemia, el doble de los que se lo planteaban en verano de 2020, cuando la pandemia recién empezaba. El hartazgo del agotamiento es el principal problema, que genera un nivel de estrés ya inasumible para muchos.
En este ambiente, desde hace poco han empezado a llegar a los colegios los fondos federales del paquete de rescate para paliar los efectos del coronavirus. Más de 112 mil millones de dólares para un sector educativo que, además de implementar mejoras en sistemas de ventilación, ha decidido apostar por incrementar las horas de tutorías y los programas de refuerzo y clases extraescolares como medida para ayudar a cerrar la brecha educativa creada por la pandemia, y evitar así que siga creciendo la pérdida de conocimientos en sus alumnos.
De acuerdo a la ley, al menos el 20 por ciento de los fondos deben usarse “para abordar la pérdida de aprendizaje a través de la implementación de intervenciones […] como jornada extendida, programas integrales después de la escuela o programas extendidos para después de la escuela […] y garantizar que tales intervenciones respondan a las necesidades académicas, sociales y emocionales de los estudiantes y aborden el impacto desproporcionado del coronavirus en los estudiantes”.
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