Nueva York. — Protestas de Black Lives Matter en el 2020: Despliegue de cantidades de policías y soldados en decenas de ciudades. Uso de dispersadores químicos. Balas de goma y combate cuerpo a cuerpo con manifestantes mayormente pacíficos y algunos vándalos y saqueadores. Más de 14 mil arrestos.
Capitolio
, 6 de enero del 2021: Unas pocas docenas de detenidos. Varias armas confiscadas, hallazgo de explosivos improvisados. Los participantes de una turba que tomó por asalto el Congreso son dispersados escoltados por las fuerzas de seguridad. Algunos ni siquiera son esposados.
¿La gran diferencia entre estos dos episodios? El primero involucró mayormente a personas afroamericanas y sus aliados. El segundo estuvo compuesto casi exclusivamente por blancos que apoyan las denuncias sin fundamento de Donald Trump de que hubo fraude en las elecciones.
La violenta toma del Capitolio por parte de una turba el miércoles representa una de las manifestaciones más claras de un doble rasero racial.
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“Cuando los afroamericanos protestamos por nuestras vidas, a menudo nos topamos con efectivos de la Guardia Nacional o con policías armados con rifles de asalto, escudos, gases lacrimógenos y cascos de combate”, declaró la Black Lives Matter Global Network Foundation en un comunicado.
“Cuando los blancos intentan un golpe, se topan con una reducida cantidad de agentes que no pueden hacer nada y que hasta se toman selfies con los terroristas”, acotó.
Luego de que la turba se pasease por horas por el Congreso sin que nadie la molestase, su acción fue condenada por miembros de ambos partidos. El episodio generó asombro e incredulidad en muchos ciudadanos, que creían que este tipo de incidentes era impensable en una democracia tan arraigada como la de Estados Unidos.
Sin embargo, la respuesta al caos es coherente con un viejo patrón, en el cual se consiente a los racistas y se tolera la violenta ideología supremacista blanca, y se da más peso a los reclamos de los blancos que a los de los afroamericanos, a menudo gente pobre y marginada.
Desde el establecimiento de la democracia, la conducta destructiva y obstruccionista de los blancos ha sido catalogada como patriotismo. Es un aspecto fundamental de un mito nacional sobre qué reclamos se justifican y cuáles no.
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La representante Cori Bush, recién elegida, fue una de las manifestantes que enfrentó a la policía y a la Guardia Nacional en el 2014, luego de que Michael Brown muriese a manos de la policía en Ferguson, Missouri. Y dice que la raza de los miembros de la turba fue un factor que facilitó su toma del Congreso.
Si la turba hubiese sido de afroamericanos, “nos hubieran hecho papilla”, dijo Bush.
“Y estos son los mismos que nos dicen terroristas a nosotros”, agregó. “Banderas de la Confederación, ‘no me pisotees’, ‘las vidas de los azules importan’, las banderas de Trump... Todo esto simboliza lo mismo. Simboliza el racismo y la supremacía blanca”.
La presencia policial en el Capitolio fue ínfima comparado con el despliegue de guardias nacionales y de otros organismos policiales del año pasado para proteger negocios de artículos de lujo, edificios del gobierno y las rutas usadas por manifestantes en todo el país.
Rashad Robinson, presidente de Color of Change (El color del cambio), la plataforma digital promotora de la justicia racial más grande del país, dijo a la AP que estos episodios “son un claro ejemplo de cómo funciona el racismo en este país y de las distintas reglas que hay según tu raza”.
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La toma del Congreso no fue el único incidente del miércoles. Supuestos partidarios de Trump habrían alterado el orden en legislaturas de todo el país, incluidas las de Georgia, Nuevo México y Ohio.
No es la primera vez que la desigual respuesta de la policía a este tipo de acciones genera malestar y críticas. En mayo del año pasado, un gran grupo de personas mayormente blancas armadas con rifles tomó por asalto el edificio de la Legislatura de Michigan en Lansing para protestar las restricciones que impuso la gobernadora estatal para contener el coronavirus . Hubo pocos arrestos y casi ninguna condena de la Casa Blanca.
En junio, funcionarios del gobierno de Trump hicieron que efectivos federales dispersasen una manifestación pacífica de Black Lives Matter con gases lacrimógenos y granadas aturdidoras para que el mandatario pudiese tomarse una foto en una iglesia cerca de la Casa Blanca.
Manifestantes de BLM y sus partidarios de Portland, Oregón, destacaron la enorme disparidad entre la respuesta a las manifestaciones contra las injusticias raciales del año pasado en esa ciudad y la forma en que se alentó la violencia en Washington.
El 27 de julio, tras el despliegue de agentes para acabar con semanas de manifestaciones, Trump tuiteó: “Anarquistas, agitadores, manifestantes que destruyen o dañan nuestro Tribunal Federal en Portland o cualquier edificio del gobierno en cualquier ciudad o estado, serán juzgados según nuestra nueva Ley de Estatuas y Monumentos. MÍNIMO 10 AÑOS DE PRISIÓN. No lo hagan”.
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Los miles de revoltosos del Congreso, muchos de ellos alentados por comentarios de Trump del mismo miércoles acerca de su derrota electoral, escucharon un mensaje mucho más compasivo de su líder.
“Sé lo que sufren, lo mucho que duele”, dijo Trump en un video que difundió a través de Twitter, posteriormente retirado. “Ahora tienen que volver a casa. Los queremos. Son muy especiales”.
El jueves, el presidente electo Joe Biden aludió sin reparos al doble rasero. Contó que su nieta Finnegan le había enviado un mensaje de texto por teléfono que incluía una foto de “soldados bien equipados, cantidades de ellos apostados a lo largo del Lincoln Memorial” durante las protestas de BLM del año pasado.
“Me dijo, ‘esto no es justo’”, relató Biden.
“Nadie puede decirme que si el que protestaba ayer era un grupo de Black Lives Matter, no hubieran sido tratado de una forma muy, muy distinta a la de la turba de matones que ingresó al Capitolio", agregó.
“Todos sabemos que esto es cierto. Y es inaceptable”.
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