Mohammed bin Salman (MBS), el príncipe heredero considerado como gobernante de facto de Arabia Saudita, ha estado relativamente aislado de las potencias occidentales durante los últimos cuatro años.
El brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul en octubre de 2018 generó numerosas críticas en contra de MBS quien, de acuerdo con un informe de la inteligencia estadounidense, habría dado su aprobación a esta operación que se habría realizado "en su nombre".
El gobierno saudita siempre ha rechazado esta versión y ha atribuido aquel suceso a la acción de un grupo de agentes de seguridad descarriados.
Esto no evitó que MBS quedara durante largo tiempo sometido a una suerte de ostracismo, al punto que, según la prensa estadounidense, el presidente Joe Biden se negó a conversar por teléfono con el gobernante saudita incluso varias semanas después de haber llegado a la Casa Blanca.
Ese aislamiento parcial parece haber llegado a su fin en las últimas dos semanas.
En ese corto periodo, Biden visitó a MBS durante su primera gira por Medio Oriente y, poco después, el gobernante saudita inició su primera gira por Europa desde la muerte de Kashoggi, visitando Grecia -donde firmó numerosos acuerdos- y luego reuniéndose en Francia con el presidente Emmanuel Macron, con quien compartió este jueves un largo y muy fotografiado apretón de manos.
Ese gesto ha sido visto por los analistas como la señal más evidente de una operación de relaciones públicas mediante la cual Arabia Saudita está rehabilitando la imagen de MBS en el mundo.
Pero ¿qué ha cambiado para permitir al heredero saudita volver a reinsertarse en el escenario internacional?
El principal factor que ha transformado la posición de MBS en el mundo ha sido la invasión de Rusia a Ucrania, que ha tenido un efecto enorme en los precios del petróleo, con un barril de crudo que llegó a cotizarse casi a 140 dólares.
La operación lanzada por Vladimir Putin en febrero de este año encendió las alarmas en las cancillerías europeas que, según los analistas, observaron con horror el surgimiento de una guerra a toda escala en suelo europeo -un fantasma que creían haber conjurado- al mismo tiempo que constataron que no podían contar con Moscú como un proveedor confiable de energía, pues el dinero que le pagan a cambio de sus hidrocarburos sirve para financiar su maquinaria bélica.
Así, la guerra en Ucrania ha modificado los cálculos políticos y económicos que hacían las democracias europeas, así como Estados Unidos, donde el gobierno de Biden enfrenta un creciente descontento por el aumento de los precios de la gasolina.
El mandatario estadounidense, que durante la campaña electoral de 2020 prometió convertir Arabia Saudita en un estado paria y que una vez en la Casa Blanca no ha respaldado la lucha de Riad contra los hutíes en Yemen, dio un importante giro en su política hacia Arabia Saudita.
Ese cambio se explica por el hecho de que Arabia Saudita no solamente es uno de los mayores productores de petróleo del mundo, sino que es uno de los pocos países que tiene capacidad para aumentar la producción de crudo de forma sustancial y rápida, lo que puede ayudar a bajar el precio de la gasolina (y su impacto en la inflación), al tiempo que permitiría reducir la alta dependencia de los hidrocarburos rusos.
Ni el posible levantamiento temporal de sanciones contra Venezuela e Irán -una de las opciones exploradas por el gobierno de Biden- ni ninguna otra medida como el impulso de la producción petrolera en Estados Unidos podrían tener en el mercado de hidrocarburos un impacto tan rápido y contundente como el que puede lograrse con el aumento de la producción saudita.
Al mismo tiempo, los analistas señalan que Estados Unidos y sus socios occidentales requieren tener un cierto entendimiento con Riad de cara a la posible reanudación del acuerdo nuclear que negocian con Irán, que fue suspendido en su momento por Donald Trump.
Aunque nadie espera que Arabia Saudita respalde ese acuerdo que ha rechazado de forma contundente en el pasado, los expertos señalan que, por tratarse de una de las principales potencias regionales en Medio Oriente y de un gran rival de Teherán, las potencias occidentales no pueden obviar completamente los intereses de Riad en este asunto.
Consciente de estas circunstancias, Arabia Saudita juega sus cartas sin premura aprovechando las circunstancias favorables para rehabilitar la imagen de MBS, aprovechando este momento cuando el viento sopla con fuerza sobre sus velas.
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