En cierto templo budista de 400 años de antigüedad, los visitantes pueden pasear por tranquilos jardines de piedra, sentarse a tomar una taza de té y recibir enseñanzas del budismo de un inusual sacerdote: un robot llamado Mindar.
Tiene una cara serena y una apariencia neutral, ni vieja ni joven, ni masculina ni femenina.
Más allá de la realista piel que cubre su cabeza y la parte superior del torso, parece inacabado e industrial.
Se pueden ver los tubos y su maquinaria.
Pero Mindar es filosóficamente bastante sofisticado, y habla de un complicado texto budista llamado Sutra del corazón (Heart Sutra).
Si tuviera que averiguar en qué país podría encontrar a este sacerdote robótico, es posible que solo necesite una oportunidad para concluir que está en Japón, en el hermoso templo Kodai-ji de la ciudad de Kioto.
Japón es conocida como una nación avanzada en robótica,en la que se fabrican humanoides con más entusiasmo que ningún otro país.
Aunque esta reputación a menudo se exagera en el extranjero (los hogares y las empresas japonesas no están densamente poblados por androides) hay algo de eso.
Algunos observadores de la sociedad japonesa dicen que la religión propia del país, el sintoísmo, explica su afición por los robots.
El sintoísmo es una forma de animismo que atribuye espíritus, o kami, no solo a los humanos sino también a los animales, a accidentes naturales como las montañas e incluso objetos cotidianos como los lápices.
"Todas las cosas tienen un poco de alma", en palabras de Bungen Oi, el sacerdote principal de un templo budista que recientemente celebró funerales para perros robóticos.
De acuerdo con esta visión, no existe una distinción categórica entre humanos, animales y objetos, por lo que no es tan extraño que un robot demuestre comportamientos similares a los humanos, porque tiene un tipo particular de kami.
"Para los japoneses, siempre hay una deidad dentro de un objeto", dice Kohei Ogawa, diseñador principal de Mindar.
El animismo de Japón contrasta con las tradiciones filosóficas de Occidente.
Los antiguos griegos eran animistas en el sentido de que veían espíritus en lugares naturales como corrientes, pero pensaban que el alma y la mente humanas estaban claramente separadas y por encima del resto de la naturaleza.
Las religiones occidentales ponen a los humanos en un pedestal aún más alto, como la mayor creación de Dios, los únicos que tienen almas inmortales.
Según la visión occidental tradicional, una máquina que actúa como una persona está violando los límites naturales, confundiendo peligrosamente lo sagrado y lo profano.
Esta advertencia ética aparece prominentemente en los mitos modernos sobre la tecnología, como Frankenstein, que deriva gran parte de su mensaje moral de la Biblia, dice Christopher Simons, profesor de cultura comparada en la Universidad Cristiana Internacional de Tokio.
"El doctor Frankenstein crea otra vida en el monstruo. Es como los humanos comiendo del árbol del conocimiento en el Edén. Ese es el pecado original. Como resultado, somos castigados", dice.
Al final trágico de la historia, con el doctor Frankenstein y su monstruo muertos, la lección es clara, dice Simons: "Tengan cuidado seres humanos. No asuman el papel de Dios".
La obra de teatro checa "RUR" de 1920, que introdujo la palabra "robot", tiene reminiscencias religiosas: un personaje crea androides para demostrar que no hay dios, otro argumenta que los robots deberían tener un alma, y dos robots que se enamoran cambian de nombre a "Adán" y "Eva".
Al final de la historia, los robots matan a todos los humanos menos a uno.
Algunos investigadores dicen que las raíces de la visión positiva de Japón sobre la tecnología, y de los robots en particular, son principalmente socioeconómicas e históricas más que religiosas y filosóficas.
En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Japón recurrió a las nuevas tecnologías para reconstruir no solo su economía, sino también su propia imagen nacional.
"Los robots industriales jugaron un papel importante en el renacimiento económico de Japón durante los años 60", dice Martin Rathmann, un estudioso de la cultura japonesa en la Universidad de Siegen en Alemania.
"En lugar de flexibilizar las estrictas políticas de inmigración para ayudar con la escasez de mano de obra, introdujeron una automatización generalizada a través de la robótica".
Después de automatizar sus propias líneas de fabricación, aumentar la eficiencia y la producción, Japón se convirtió en un importante exportador de robots industriales a otros países.
Cuando algunos ingenieros pasaron de fabricar robots industriales funcionales a robots humanoides que interactuaban con las personas, la historia particular de Japón probablemente influyó en cómo lucían.
Según una investigación de Cosima Wagner, investigadora de la Freie Universität en Berlín, en 1649 los gobernantes militares de Japón prohibieron el uso de la tecnología para desarrollar nuevas armas con el objetivo de evitar el surgimiento de nuevos rivales.
Entonces, los artesanos se centraron en creaciones más inocuas, como muñecas mecánicas que actuaban en teatros de marionetas o servían té real en tazas de té reales.
Cuando Japón finalmente se abrió al contacto extranjero más de dos siglos después, esos hábiles desarrolladores de juguetes lideraron la adaptación de la tecnología occidental para usos más prácticos.
En 1875, por ejemplo, la fabricante de muñecas Tanaka Hisashige fundó Tanaka Seisakusho (Tanaka Engineering Works), la primera compañía de ingeniería mecánica de Japón.
Unos 64 años después, tras una importante fusión, se hizo conocido con el nombre más familiar de Toshiba.
Aunque los protorobots pasaron de moda durante la rápida modernización japonesa del siglo XX, la idea de los seres mecánicos como entretenimiento puede haber permanecido en la conciencia nacional.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón se vio obligado a desmilitarizarse durante la ocupación estadounidense, la nación oficialmente pacifista se esforzó poco en utilizar robots como armas.
Estos factores ayudaron a inculcar una visión generalmente positiva de los robots en el Japón de la posguerra.
La automatización industrial había proporcionado una gran ayuda económica, y los robots humanoides eran una curiosidad inocua.
Mientras tanto, Occidente tendía a adoptar una visión menos optimista. Estados Unidos, preocupado por la Guerra Fría, invirtió fondos en robótica para usos militares, que arrojaron un aura amenazante sobre el campo.
Y los trabajadores occidentales han pensado durante mucho tiempo que la automatización roba puestos a los trabajadores, desde que llegó la maquinaria textil en Inglaterra a principios del siglo XIX.
Manga superestrella
Estas visiones divergentes de la tecnología se hicieron patentes en la cultura pop de la segunda mitad del siglo XX.
Uno de los personajes japoneses más influyentes de esta época fue Astro Boy, que se introdujo en los cómics manga en 1952 y apareció en libros, programas de televisión, películas y una amplia gama de productos.
Astro Boy era un androide que usaba sus poderes sobrehumanos para hacer el bien y unió al país en torno a un mensaje positivo sobre tecnología, incluso si originalmente no tenía esa intención.
"Según [el creador de Astro Boy, Osamu] Tezuka, su compañía editorial y sus lectores lo obligaron a dibujar una imagen muy optimista de la tecnología para dar esperanza a los japoneses, que en la década de los 50 todavía sufrían la destrucción de la guerra y eran conscientes de su inferioridad tecnológica a los ganadores occidentales de la guerra", escribe Wagner.
"El mensaje de Tezuka que criticaba el comportamiento humano no se entendió. En cambio el carácter amigable del robot fue idealizado como esperanza para la futura sociedad japonesa".
El mensaje dejó una marca poderosa en una generación de japoneses, particularmente en aquellos que desarrollan robots hoy en día.
"La robótica japonesa está impulsada por el sueño de Astro Boy", dice el ingeniero Yoji Umetani.
"Sin esa ficción de robots, no hubiera habido robótica", creen muchos investigadores y desarrolladores de robótica líderes en Japón.
"Desde la secundaria, soñaban con Astro Boy y se convirtieron en ingenieros robóticos por su culpa".
Por el contrario, el miedo de Occidente a los robots se cristalizó más poderosamente en la serie de películas Terminator.
En ella, la red de computadoras de defensa SkyNet adquiere conciencia de sí misma, los humanos intentan apagarla y SkyNet usa androides llamados Terminators para librar con éxito la guerra contra ellos.
Muchas obras occidentales de ciencia ficción se remontan a las mismas advertencias morales de Frankenstein y RUR: la locura de crear vida artificial, la controversia de si algo hecho por humanos puede tener un alma, la imposibilidad de que las personas coexistan con nuestras creaciones más sofisticadas.
Mientras tanto, Japón, menos preocupado por los temores sobre un levantamiento de robots, está ansioso por usar robots para compensar su grave escasez de mano de obra y realizar tareas como las de cuidar a la creciente población de ancianos del país.
Al igual que en los años de la posguerra, el gobierno y las empresas están impulsando la automatización para ayudar a la economía, contribuyendo al entusiasmo nacional por los robots.
Pero aunque Astro Boy ayudó a despertar el entusiasmo de Japón por los robots, también puede haber contribuido a tener una imagen idealizada de ellos.
Rathmann dice que los japoneses tienen el "síndrome de Astro Boy": tienden a imaginar a los robots humanoides como inteligentes, flexibles y poderosos, pero hasta ahora, la robótica de la vida real no ha cumplido sus expectativas.
Explica que, basándose en la tecnología disponible ahora, los ingenieros que trabajan en robots para el cuidado de personas mayores deben centrarse en hacer dispositivos simples.
Los modelos deben integrarse sin problemas en las instalaciones de cuidado en lugar de fabricar los llamativos e impresionantes, pero caros y poco prácticos, modelos vistos últimamente.
Puedes leer esta nota publicada originalmente en inglés en BBC Future.
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