Su espíritu aventurero era indeleble. Como parte del grupo de Scouts de su colegio en Ibagué, Colombia, Gerardo Ardila Beltrán se alistó un domingo para una nueva travesía: tenía en mente llegar a la cumbre del volcán Nevado del Tolima.

No iría solo; había planeado encontrarse en los alrededores del majestuoso lugar con otros amigos de la Asociación Tolimense de Montañistas. A todos ellos les impresionaba el volcán, ubicado a una altura de 5 mil 220 metros sobre el nivel del mar, en el que, además del cráter, hay un glaciar.

El itinerario si se cumplía sería toda una hazaña para el joven de 17 años y un metro setenta de estatura, pues pretendía subir, recorrer el parque de Los Nevados -conformado también por los del Ruiz, Quindío, Santa Isabel y El Cisne- para llegar a Pereira y, finalmente, retornar a la capital del Tolima, en donde su familia lo esperaba. Estaba confiado porque ya había explorado la zona en ocasiones anteriores.

Excursionista murió congelado y pasó sepultado siete años en un volcán en Colombia
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Foto inédita tomada el 7 de octubre de 1994 donde se encontraron los restos de Gerardo Ardila. FOTO: Tomada de Facebook

Para ello, había dispuesto una semana, previo al inicio de sus clases escolares. Saldría el domingo 25 de enero de 1987 y volvería el viernes 30 de enero. Seis días para medir sus capacidades en lo que más le apasionaba: el alpinismo.

Con un equipo tal vez casero, botas, pantalón de hule, linterna, guantes, comida y los piolets, salió de su vivienda. Su familia no lo volvió a ver con vida.

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Un solo propósito

Ante la falta de aparatos para comunicarse con él, la familia Ardila Beltrán lo esperó paciente. Solo que el reloj siguió marcando los segundos y nadie daba razón de él. Se había perdido miles de metros arriba.

“Me dijo que su propósito era adquirir mayores conocimientos, pues estaba ‘engomado’ con el alpinismo, pero hasta ahora se encontraba en sus comienzos”, le contó a EL TIEMPO, en 1987, el hermano Antonio, uno de sus profesores en el Colegio Cisneros.

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Según lo que el muchacho le había explicado a su maestro, sus amigos lo esperarían para ascender uno de los picos más elevados del nevado. En efecto, se encontró con ellos el lunes 26 de enero, pero, con el cansancio, desistieron de sus planes y le rogaron que regresaran.

“Iba solo, pálido y con un equipo rudimentario”, reveló Norma Patiño Castro, perteneciente a la Asociación de Montañistas, quien fue una de las últimas personas en verlo. Ella aseguró en su momento que le hicieron énfasis en los riesgos de la montaña y lo invitaron a bajar. Gerardo no quería abandonar su ambicioso plan, por lo que les dijo que seguiría por su parte y al regreso, el viernes 30 de enero, los vería para contarles a detalle la experiencia.

Emprendió el camino como pudo. Al día siguiente, el martes 27 de enero, otro grupo de montañistas lo vio. Luego de intercambiar algunas palabras, el joven les pidió que le tomaran una fotografía para documentar la aventura. No solo quería el retrato, también solicitó que se lo entregaran a su familia en Ibagué.

Sonriente, con una imponente maleta, gafas oscuras y sosteniendo sus piolets sobre la nieve, posó ante el lente de la cámara. Detrás suyo, una profunda nube cubría el paisaje. Estaba más cerca del cielo.

Lo que pasó a partir de ahí fue un infortunio. De acuerdo con los registros de la época, él se despidió de los demás montañistas y buscó bajar por la cara norte del nevado. La nube que salió en su foto era una de las señales de lo que le esperaba: poca visibilidad. En el descenso, por la neblina, se habría tropezado con una grieta.

Pasó el viernes 30 de enero y no tocó alegre la puerta de la casa para narrar todo lo que había explorado. Sus padres dieron alerta a las autoridades, con lo cual la Cruz Roja y otra serie de montañistas intentaron localizarlo. Todo fue en vano. Durante varias semanas recorrieron el nevado sin suerte hasta que la dificultad climática los llevó a cesar la búsqueda. Sabían que había muerto y sus restos yacían sobre alguna parte de la nieve… o del hielo.

Creció y murió entre el hielo

Sus hermanos y papás no perdieron la fe de encontrarlo. Paradójicamente, lo esperaban en la fábrica de hielo que tenían como sustento familiar sin saber que el muchacho estaba cubierto de hielo en la cúspide de la montaña. Tuvieron que transcurrir siete años para que le dieran el último adiós.

Durante una excursión de 1994, por casualidad, otros alpinistas vieron su cadáver totalmente descompuesto. Del traje naranja que vestía no había ningún rastro. A su lado estaba el sleeping o bolsa para dormir y el morral de las provisiones.

Los expedicionarios colocaron sobre sus restos otro sleeping de color para hacer visible la zona y comunicaron a la Cruz Roja las coordenadas, como informó este diario en su momento.

“Después de localizarlo, el proceso fue bajarlo. Lo logramos bajar para darle cristiana sepultura”, expresó Joaquín Ardila, su papá, para el noticiero ‘QAP’.

Con honores, decenas de scout y una abarrotada iglesia, despidieron al ibaguereño. Como dice una nota de prensa de EL TIEMPO de aquel año, “en la fábrica Hielo de Colombia transcurrió buena parte de la vida del montañista muerto. Padres y hermanos lo recuerdan cuando entre el hielo del negocio de familia simulaba estar en los nevados y ensayaba sus equipos antes de emprender sus aventuras. Y en el hielo murió”.

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