San José.— Sin acceso a servicios de salud y con su familia aislada, incomunicada y hundida en la pobreza en una aldea remota del nororiente de Guatemala, una bebé guatemalteca de 18 meses murió a finales de noviembre anterior por desnutrición aguda.
La niña engrosó unas cifras oficiales: por desnutrición severa en Guatemala, se pasó de 15 mil 333 menores de cinco años fallecidos y 47 nuevos pacientes al día en 2019 a 25 mil 292 decesos y 80 casos diarios de enero a noviembre de 2020.
La realidad de Guatemala, con registros oficiales de que la tasa de desnutrición crónica de 49% en menores de 5 años es la más alta de América y una de las más elevadas del mundo, mostró que el hambre creció en 2020 en Centroamérica, se consolidó como vieja e inseparable compañera en la vida de millones de centroamericanos y… alimentó la migración forzada a México y EU.
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La penuria recrudeció este año por el ataque de los huracanes "Iota" y "Eta" a la zona en noviembre anterior, que dejaron miles de personas aisladas y cosechas arrasadas. La familia de la bebé que pereció en Guatemala quedó incomunicada por esos meteoros, que ocasionaron el mayor desastre natural en Centroamérica en más de 25 años.
“El hambre en Centroamérica es crónica. La tragedia nunca cesa y se prolonga”, lamentó el hondureño Wilfredo Cervantes, director ejecutivo de la filial para Honduras de Cáritas, instancia humanitaria mundial de la Iglesia Católica.
“La respuesta a la inseguridad alimentaria debe ser de mediano y largo plazo y no de corto plazo o de entregar alimentos sin fortalecer la capacidad de las comunidades para que los produzcan de forma sostenible”, dijo Cervantes a EL UNIVERSAL.
“No es regalar un pescado, es enseñar a pescar porque si no será pan hoy, hambre mañana. Se solventa un momento y se genera dependencia del clientelismo político: agradecer a un gobierno porque mandó una ración de alimentos. En un círculo perverso por ganar adeptos, conviene que haya gente con hambre”, afirmó.
El fenómeno sobrevivió a décadas de miseria, guerras, guerrillas, dictaduras de izquierda y de derecha, sequías, inundaciones, terremotos, erupciones volcánicas, desastres ambientales, plagas sanitarias y agropecuarias y debacles económicas.
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En un saldo preliminar del golpe de ambos huracanes contra la frágil región, el PMA reveló que en Honduras hay más de 2 millones de personas en inseguridad alimentaria moderada y unas 500 mil en inseguridad alimentaria severa.
En un reporte que emitió luego de Eta y antes de Iota, el PMA pronosticó que la severa aumentaría en 2020 de 1.6 millones de centroamericanos a 3 millones un corredor seco del litoral de Centroamérica en el Océano Pacífico.
En un choque paralelo al coronavirus, la devastación de Iota y Eta, mayor en Nicaragua, Honduras y Guatemala y menor en El Salvador, agravó una añeja y dramática realidad de hambre con endémicos y volátiles escenarios de miseria, violencia y crimen organizado que estimulan la migración forzada a México y EU.
“Tememos que estas cifras se disparen”, porque los huracanes “destruyeron los medios de vida de muchas personas”, alertó el peruano Miguel Barreto, director regional para América Latina y el Caribe del PMA, a consulta de este diario.
“Hay varios problemas estructurales en Centroamérica que agudizan la situación de las personas más vulnerables, principalmente mujeres, niñas y niños, grupos indígenas, afrodescendientes y migrantes”, agregó.
Entre las dificultades están “la falta de acceso a tierras cultivables, técnicas agrícolas ineficientes, bajo nivel educativo, viven en lugares vulnerables a los efectos del cambio climático, y lejos de la cobertura de los programas de protección social de los gobiernos”, relató.
Herencia
La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) mostró que Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá cerraron 2019 con más de 6.6 millones de seres humanos en inseguridad alimentaria grave o moderada y 6.8 millones como subalimentadas o malnutridas.
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El total equivalió a 31% de sus 43.4 millones de habitantes, con la mitad sometida a varios rangos de pobreza y al temor a la violencia de pandillas o maras, crimen organizado y delincuencia común.
“Como viejo problema estructural en Centroamérica, el hambre produce migración forzada”, aseveró la guatemalteca Jéssica Coronado, coordinadora de Nutrición y Salud de la delegación en Guatemala de Acción contra el Hambre, organización humanitaria internacional no estatal.
“La persona que migra es la que está con hambre y en pobreza. Quienes viven en la inseguridad alimentaria y en la social se ven forzadas a migrar a buscar mejores condiciones de vida”, indicó Coronado a este periódico.
En un informe que divulgó esta semana, la FAO anticipó que El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, que registraron números de inseguridad alimentaria y pobreza “elevados antes de la pandemia”, afrontarán “un mayor riesgo de que su situación empeore en los próximos meses”.