Un ruido terrible se produjo cuando el cable que conectaba a Chris Lemons con el barco por encima de él se rompió.
Este cordón umbilical lo mantenía comunicado con la superficie y trasladaba energía, calor y aire a su traje de buceo, a 100 metros de profundidad en el mar.
Durante los siguientes 30 minutos en las profundidades del Mar del Norte, Lemons experimentó algo a lo que pocas personas han sobrevivido: se quedó sin aire.
Su extraordinaria historia quedó inmortalizada en el documental "Last Breath" ("Último aliento").
Lemons integraba un equipo de buceo que repara tuberías en un pozo petrolífero en el Campo Petrolífero de Huntington, en la costa este de Escocia.
Para realizar este trabajo, los buzos deben pasar un mes viviendo, durmiendo y comiendo en cámaras especialmente construidas a bordo de la nave de buceo, separados del resto de la tripulación por una lámina de metal y vidrio.
En estos tubos de seis metros de largo, los buzos se aclimatan a las presiones que experimentarán bajo el agua.
Los buzos pueden hablar y ver a sus compañeros de tripulación, pero se mantienen separados de ellos. Se requieren seis días de descompresión antes de que puedan salir de esta cámara hiperbárica o de que alguien pueda entrar.
La descompresión es necesaria porque el nitrógeno del aire que los buceadores respiran bajo el agua se disuelve en el torrente sanguíneo y en los tejidos.
A medida que salen a la superficie, la presión del agua disminuye y el nitrógeno sale en forma de burbujas.
Si este gas lo hace demasiado rápido, puede causar daños en los tejidos y nervios e incluso causar la muerte si se forman burbujas en el cerebro.
"En cierta manera, es más rápido regresar de la Luna que de las profundidades del mar", dice Lemons, de 39 años.
El 18 de septiembre de 2012, Lemons y los dos compañeros con los que buceaba, Dave Youasa y Duncan Allcock, entraron a la campana de buceo que bajaría del barco, el Bibby Topaz, al lecho marino donde realizarían la reparación encomendada.
Si bien no tenía tanta experiencia como los otros dos hombres, Lemons había sido buzo durante ocho años y buzo de saturación durante un año y medio.
Normalmente, los barcos de buceo utilizan sistemas computarizados de navegación, conocidos como posicionamiento dinámico, para mantenerse en el sitio de buceo mientras las personas están en el agua.
El mar estaba un poco agitado en la superficie, y cuando Lemons y Youasa comenzaron a reparar las tuberías, mientras Allcock los supervisaba desde la campana, el sistema de posicionamiento dinámico del Bibby Topaz falló repentinamente.
El barco comenzó a desviarse.
Las alarmas sonaron en el fondo marino y Lemons y Youasa recibieron la instrucción de volver a la campana.
Sin embargo, el cable de Lemons se enganchó en un pedazo de metal que sobresalía de la tubería.
Antes de que pudiera liberarlo, el barco a la deriva lo apretó más y más, hasta que se rompió... y Lemons cayó de vuelta al lecho marino.
"Quedé rodeado por una oscuridad que lo abarcaba todo", recuerda.
Lemons logró reincorporarse y volver al pozo de petróleo, con la esperanza de ver la campana de buceo.
"Pero no la veía", recuerda. "Decidí calmarme y conservar el poco de gas que me quedaba. Solo tenía entre seis y siete minutos de aire de emergencia en la espalda. No esperaba que me rescataran, así que me acurruqué en forma de bola".
Sin oxígeno, el cuerpo humano solo puede sobrevivir unos minutos antes de que los procesos biológicos comiencen a fallar. Las señales eléctricas que activan las neuronas en el cerebro disminuyen y finalmente se detienen por completo.
"El cuerpo humano tiene tal vez un par de litros de oxígeno. El uso que haga de él depende del ritmo metabólico", dice Mike Tipton, jefe del laboratorio de entornos extremos de la Universidad de Portsmouth, en Reino Unido.
Un adulto en reposo usualmente usa entre un quinto y un cuarto de litro de oxígeno por minuto. Esto puede aumentar a cuatro litros cada minuto si se ejercita mucho.
"Si alguien está estresado o en pánico, puede elevarse el ritmo metabólico", agrega Tipton, quien ha estudiado a personas que han sobrevivido por largos períodos sin aire bajo el agua.
A bordo del Bibby Topaz, la tripulación trataba desesperadamente de volver manualmente a su posición para salvar a su compañero. Lanzaron un submarino con control remoto con cámaras para encontrarlo.
Cuando lo hizo, vieron impotentes cómo los movimientos de Lemons se detenían gradualmente, mientras su vida se desvanecía.
"Cuando se me acabó el aire, me sentí un poco como antes de quedarme dormido", dice Lemons. "No fue desagradable, pero recuerdo disculparme mucho con mi prometida, Morag. Estaba enojado por el daño que esto le haría a otras personas".
Pasaron unos 30 minutos antes de que la tripulación del Bibby Topaz pudiera recuperar el control y reiniciar el sistema de posicionamiento dinámico.
Cuando Youasa alcanzó a Lemons, su cuerpo estaba inmóvil. Lo arrastró de vuelta a la campana de buceo y cuando le quitaron el casco, estaba azul y no respiraba.
Instintivamente, Allcock le hizo el boca a boca.
Milagrosamente, Lemons recuperó la conciencia.
"Me sentí muy aturdido, vi luces parpadeantes, pero no tengo muchos recuerdos lúcidos de haber despertado", dice Lemons. "Solo unos días después me di cuenta de la gravedad de la situación".
Casi siete años después, Lemons sigue perplejo por haber sobrevivido ileso, con solo un par de contusiones en sus piernas.
Parece probable que el agua fría del Mar del Norte desempañara un papel: alrededor de 100 metros de profundidad, el agua probablemente estaba por debajo de 3ºC.
Sin el agua caliente que fluye a través del cordón umbilical, su cuerpo y su cerebro se habrían enfriado rápidamente.
"El enfriamiento rápido del cerebro puede aumentar el tiempo de supervivencia sin oxígeno", dice Tipton. "Si la temperatura baja 10 grados, la tasa metabólica se reduce entre la mitad y un tercio. Si la temperatura del cerebro baja a 30°C, puede aumentar el tiempo de supervivencia de 10 a 20 minutos. Si enfrías el cerebro a 20°C, puedes conseguir una hora".
El gas presurizado que los buzos de saturación suelen respirar puede haber dado una oportunidad adicional a Lemons. Cuando se respiran altos niveles de oxígeno bajo presión, este puede disolverse en el torrente sanguíneo y aportar reservas adicionales.
Tipton ha examinado 43 casos médicos de personas que han estado sumergidas en el agua durante largos periodos.
Cuatro de ellos se recuperaron, incluida una niña de dos años y medio que sobrevivió bajo el agua durante al menos 66 minutos.
"Los niños y las mujeres tienen más probabilidades de sobrevivir porque son más pequeños y sus cuerpos tienden a enfriarse mucho más rápido", dice Tipton.
Investigadores de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega (NTNU, por sus siglas en inglés) descubrieron que los buzos de saturación alteran la actividad genética de sus células sanguíneas para adaptarse a entornos extremos.
El oxígeno se transporta alrededor de nuestros cuerpos en la hemoglobina, una molécula de nuestros glóbulos rojos.
"Descubrimos que la actividad de los genes en la hemoglobina y los glóbulos rojos disminuye durante el buceo de saturación", explica Ingrid Eftedal, jefa del grupo de la NTNU que estudia los efectos patológicos y fisiológicos del buceo y la exposición a ambientes extremos.
Otros estudios también muestran hasta qué punto el cuerpo humano puede adaptarse a la vida sin oxígeno.
Los Bajau en Indonesia pueden sumergirse hasta 70 metros bajo el agua mientras aguantan la respiración para pescar.
Melissa Ilardo, una genetista especializada en evolución de la Universidad de Utah, descubrió que los genes de los Bajau han evolucionado para tener bazos 50% más grandes que sus vecinos terrestres, los saluanos.
Además, existe el "reflejo de buceo de los mamíferos".
"En los humanos se desencadena por la combinación de contener la respiración y sumergirse en el agua", dice Ilardo. "Uno de los efectos es la contracción del bazo, que actúa como almacén de glóbulos rojos ricos en oxígeno. Cuando se contrae, estos glóbulos rojos se unen a la circulación y dan un impulso de oxígeno. Puede considerarse como un tanque de buceo biológico".
"Ya no veo la muerte como algo a lo que haya que temer".
Lemons volvió a bucear unas tres semanas después de su accidente, en el mismo lugar donde había ocurrido, para terminar el trabajo que había comenzado. También se casó con Morag y tienen una hija juntos.
"Una de las razones más importantes por las que sobreviví fue la calidad de las personas que me rodeaban", dice. "Yo hice muy poco. Fue la profesionalidad y la heroicidad de los dos que estuvieron conmigo en el agua y de todos en el barco. Tuve mucha suerte".
Su accidente provocó una serie de cambios en el buceo. Ahora se usan tanques de emergencia que contienen 40 minutos de aire en lugar de cinco.
Los cordones umbilicales ahora llevan luces de colores para que puedan verse más fácilmente bajo el agua.
Sin embargo, los cambios en su vida no han sido tan dramáticos. "Todavía tengo que cambiar pañales", bromea Lemons.
Pero ahora piensa en la muerte de manera diferente. "Ya no lo veo como algo a lo que haya que temer".
* Puedes ver el artículo original en inglés aquí.
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