Los acontecimientos en Afganistán han sido para todos los países vecinos una sorprendente maniobra, excepto para la dirigencia china. Hace un mes, el 28 de julio, el máximo dirigente político de la milicia Talibán, Mullah Abdul Ghani Baradar, visitó China con una numerosa delegación; fueron recibidos por el ministro de Relaciones Exteriores y Consejero de Estado, Wang Yi, en la ciudad de Tianjin. Ghani Baradar aseguró a los anfitriones el compromiso de trabajar por la paz y la reconciliación, respetar los derechos humanos, especialmente de las mujeres y niños, y establecer un marco político incluyente para todos los afganos. Enfatizó que el Talibán en el gobierno nunca permitirá que grupos utilicen territorio afgano para actos hostiles contra China.
Lo anterior, justamente era lo que los líderes chinos deseaban escuchar: un compromiso de las fuerzas a punto de tomar el poder en Afganistán. Adicionalmente, expresó el deseo de mayor involucramiento de China en el proceso de paz y reconciliación , en la reconstrucción y desarrollo económico con mayor inversión. Consecuentemente, el Talibán tomará medidas para crear ambientes propicios para inversión extranjera.
Sin lugar a dudas, China conoció de antemano la inminente y rápida toma del poder del grupo Talibán y procedió en consecuencia adelantándose a los acontecimientos. Ciertamente la inversión china fluirá hacia Afganistán especialmente en los sectores minero y desarrollo de infraestructura, asegurando estabilidad social con la creación de empleos. Dos preocupaciones mayúsculas de los chinos fueron solventadas en esta visita: Afganistán no será plataforma para grupos terroristas de la etnia uigur contra China y con la terminación del conflicto se vislumbra un panorama de estabilidad política para Asia Central de gran importancia para el gigante asiático.