China, y Rusia son los únicos tres países que compiten por la supremacía global, ambición que cada uno de ellos entiende de distinta manera. Esto los distingue de los demás. Algunas otras potencias levantan la mano en el gran juego del poder internacional, pero con alcances regionales, mucho más limitados. En este rango entran países como Turquía, Irán, Reino Unido, Alemania, Francia en el Magreb y, a su particular manera, Brasil. Se trata de pesos semicompletos, en el argot boxístico, pero no están en la categoría de las tres potencias mayores. Estas últimas son las únicas con capacidades de alterar el balance del poder mundial.

La ecuación más relevante dentro de este triángulo consiste en si dos de ellas se unirán en contra de alguna otra. La probabilidad más alta al día de hoy es que Beijing y Moscú rivalicen conjuntamente contra la todavía nación más poderosa del mundo: los Estados Unidos. Estamos en presencia de una danza muy compleja en la que China y Rusia podrían concertar un matrimonio de compromiso para minar a Washington, pero que más pronto que tarde también desembocaría en nuevas fuentes de conflicto. Lo que sí resulta claro es que ninguna de esas dos potencias buscaría alianzas con la superpotencia occidental.

Estados Unidos viene dando muestras de preocupación ante la rivalidad que le significan los otros dos colosos. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Washington no ha enfrentado una disputa tan compleja a su hegemonía como ahora. Dentro de la rivalidad bipolar con la Unión Soviética figuraban elementos como la carrera armamentista y el fomento a movimientos revolucionarios en zonas específicas del planeta, como Vietnam o Angola. Pero en todo momento Washington sabía que los soviéticos no contaban con una planta industrial, una base financiera y una posición en los organismos internacionales que pudieran derrotarlos. Así terminó la Guerra Fría, con una URSS en bancarrota y la simiente de la partición que finalmente se produjo.

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Entre los tres, la rivalidad esencial se centra entre China y Estados Unidos. Rusia es más ágil y quizá más arrojada en sus movimientos políticos, pero carece del músculo económico, tecnológico, humano y financiero de sus dos grandes rivales. Dentro de esa agilidad política vale la pena mencionar la capacidad de Moscú para influenciar procesos electorales en otros países (en los mismos Estados Unidos, por ejemplo), su audacia en materia de ciberataques y sus aventuras regionales, cercenando el territorio de Ucrania, de Georgia o su posición inigualable en el conflicto de Siria. Pero en el largo plazo su postura es débil ante el desarrollo y las fortalezas de China y de Estados Unidos. Así que, en apretado resumen, Rusia es el gran jugador político y geoestratégico de los tres, pero también el que tiene los cimientos más endebles para lograr un posicionamiento mundial duradero.

La élite estadounidense está mejor entrenada para entender a Moscú que a Beijing. China es una potencia silenciosa, pero mucho más sólida que Rusia. El país más poblado de la Tierra sale todas las mañanas a trabajar, su economía crece a tasas formidables y ahora cuenta con un mercado interno que es capaz de solventar recesiones tan graves como la generada por la parálisis del Covid. El empuje chino es imparable y eso ya lo sabe Estados Unidos. Pronto los rebasarán como la economía más grande del mundo. En el rubro militar están muy detrás de Estados Unidos, pero en Beijing están conscientes de que el uso de la fuerza es cada día menos aplicable en el mundo moderno. Es decir, Washington invierte en la disuasión militar mientras que los chinos apuestan a seguir siendo la fábrica y ahora el banco del planeta.

Dentro del gran esquema del poder, los chinos deben tomar conciencia de que el predominio mundial no se gana solamente con grandes reservas financieras, grandes inventos y grandes fábricas. Estados Unidos tiene un elemento clave que le falta a los chinos: el llamando soft power; esa manera de seducir al mundo sin necesidad de una amenaza militar o de presiones económicas. Hollywood, Tweeter, Facebook, Amazon, Apple y Wall Street no sólo son novedosos e ingeniosos, sino que marcan a millones de personas con su way of life.

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Más le queda al rico cuando pierde que al pobre cuando gana, reza el refrán. Así las cosas, mi predicción es doble: entraremos en una étapa álgida de tensiones entre estas tres potencias (condimentada con guerras localizadas) y grandes dosis de propaganda política respecto a la mejor vía para el desarrollo de los seres humanos: la democracia liberal o los regímenes centralmente planificados. Así, la rivalidad habrá de expresarse no sólo en el terreno diplomático, sino principalmente en el de los modelos de organización política que representan.

*Internacionalista.