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Bruselas.- El sismo de inconformidad que sacudió las estructuras políticas francesas hace un año, teniendo como estandarte el uso de un chaleco amarillo, no sólo ha registrado desde entonces 48 réplicas (actos) de diversas magnitudes por todo el país, ha comenzado a permeabilizar las estructuras del Estado.
El descontento alcanzó a las fuerzas del orden el pasado 2 de octubre: unos 20 mil policías y gendarmes protagonizaron la mayor movilización en casi 20 años.
Recorrieron las calles de París en una protesta contra la degradación de sus condiciones laborales, la polémica reforma de las pensiones y el elevado número de suicidios registrados en las filas de los cuerpos de seguridad: 52 en los primeros nueve meses del año en curso.
Dos semanas después, el malestar llegó a los bomberos profesionales y paramédicos. El martes marcharon de la Plaza de la República a la de la Nación reclamando mejoras laborales, entre otras, un aumento salarial y mayor protección frente a las agresiones. “Como resultado de una década de ajustes económicos, estamos presenciando el creciente malestar en diversos sectores de la fuerza laboral francesa; por bajos salarios, derechos de pensiones y condiciones de trabajo”, dice a EL UNIVERSAL James Shields, profesor de política francesa en la Universidad de Warwick.
Aunque las expresiones de cólera han tomado otra dimensión debido a que “el movimiento de los chalecos amarillos abrió un nuevo capítulo en la protesta callejera en Francia”, precisa. La situación se ha exacerbado tanto por la imagen “elitista” de la presidencia de Emmanuel Macron como por las políticas adoptadas desde su arribo al Palacio del Elíseo. “En sus primeros 18 meses en el cargo, Macron llevó a cabo reformas favorables para los negocios, que permitieron retratarlo como un presidente de los ricos, que no entendía los problemas de quienes se encuentran en lo más bajo de la escala económica”, explica el autor de La Extrema Derecha en Francia: de Pétain a Le Pen.
“Esa narrativa negativa juega con la ira que sienten muchos por los bajos salarios y las pensiones, así como por la pérdida de poder adquisitivo. Los recientes enfrentamientos entre los bomberos y la policía antidisturbios proyectan una imagen de ira pública que llega al corazón de los servicios de emergencia franceses, enviando una señal preocupante al gobierno sobre el grado de malestar que enfrenta”.
Nacido hace 12 meses de forma espontánea gracias a las redes sociales, el movimiento de los chalecos amarillos hizo su aparición en las carreteras de Francia en protesta contra el aumento de precio de los carburantes.
Sin embargo, al paso de los días, la movilización terminó destapando un malestar mucho más extenso, creando un fenómeno sin precedentes en la historia francesa contemporánea, al carecer de líder, estructura e ideología clara.
Para el politólogo y director de la firma Pollingvox, Jerome Sainte-Marie, este movimiento surgió tanto de la impopularidad masiva del Ejecutivo como de la ausencia de una alternativa política creíble que terminó empujando a las personas a movilizarse en solitario.
“Pero hay algo más fundamental sobre la identidad social de este movimiento: Macron y sus amigos aprovecharon la división de la izquierda-derecha y su debilidad para construir un poder 100% liberal, cuya naturaleza de clase era demasiado visible. Despertaron así pasiones democráticas, igualitarias y casi revolucionarias que forman la base de la cultura nacional francesa, no sólo en la clase popular, también en la clase media”, dijo en su momento a este diario Sainte-Marie.
Para el politólogo Guillaume Gourgues, de la Université Lumière Lyon-2, la aparición de este movimiento estuvo relacionado con las orientaciones políticas dominantes en Francia de los últimos 30 años, y que resultaron en el deterioro de las condiciones salariales, el empobrecimiento de la pequeña clase media y el desmantelamiento de servicios públicos, especialmente en zonas rurales.
Sostiene que el movimiento liberó la sensación de injusticia y abandono creado por el debilitamiento de los mecanismos de solidaridad social. En la actualidad el movimiento registra una intensidad por debajo de la registrada en noviembre pasado, cuando, durante los primeros actos, llevó a las calles a unas 300 mil personas.
“Pero sigue siendo una potente fuerza social que podría movilizarse con facilidad si Macron continúa con una agenda de reformas que sea considerada como una amenaza al bienestar de la gente común”, señala Shields. “Después de haber logrado bloquear algunas reformas y forzar al gobierno a conceder importantes concesiones económicas, los chalecos amarillos no sólo exhibieron la debilidad de Macron frente a la oposición callejera, sino que adquirieron un sentido de poder. Además de que siguen encontrando simpatía en la opinión pública francesa, mientras el presidente pasa dificultades con baja aprobación en las encuestas”.
De manera que les gilets jaunes tienen a Macron en serios aprietos. La República en Marcha debe decidir si sigue adelante con las reformas impopulares, independientemente de las protestas callejeras, o retrocede. “¿A raíz de las protestas de los chalecos amarillos, los policías, bomberos, paramédicos, trabajadores del transporte público y otros realmente podemos esperar que continúe con las reformas que golpearán los bolsillos de los franceses?”, pregunta Shields. “Los próximos meses determinarán cuál de estas opciones adopta Macron. La que elija definirá su presidencia”, asegura.