San José.- Es una droga que, cada cuatro años y con un dos bandos con 22 gladiadores, cuatro jueces, un árbitro tecnológico, un terreno con marcas blancas y travesaños, un coliseo atiborrado con decenas de miles de espectadores y centenares de millones de personas pegadas a un aparato de televisión, combina un poder: activa y adormece a un planeta.

Es una pasión que, en una fiesta universal que une, borra idiomas, a veces supera diferencias raciales e ideológicas, sobrepasa fronteras, aglutina nacionalidades, reúne sentimientos pasajeros, mueve miles de millones de dólares , estimula las economías, promueve el deporte y reconoce liderazgos, puede ofrecer una magia que deslumbra: huir de la realidad.

Es una receta que paraliza y nubla, alegra y entristece, atrapa y domina.

Son los campeonatos mundiales mayores de fútbol, que se celebran desde 1930, tendrán su vigésima segunda edición en Qatar 2022 y son un antes y un después en la historia del balompié internacional, pero también en los mecanismos políticos a los que recurren los gobiernos para hacer o dejar de hacer.

Con el velo que, durante más de un mes, cae sobre miles de millones de seres humanos que solo desayunan, almuerzan y cenan fútbol, mueven tablas de posiciones, suman y restan goles, lanzan vaticinios, sueñan con el próximo y el siguiente y el otro partido y especulan con resultados, los poderes políticos aprovechan para aprobar o retrasar decisiones. En otras circunstancias, ni las adoptarían ni las postergarían.

Rusia 2018, Brasil 2014, Sudáfrica 2010, Alemania 2006 o Corea del Sur—Japón 2002 jugaron en los tableros políticos y en los cronogramas partidistas y las copas del mundo se consolidaron como la más poderosa arma de comunicación simultánea global. El precedente quedó en el siglo XX, y en especial a partir de Inglaterra 1966 y México 1970 al divulgarse en vivo por radio y televisión para audiencias masivas.

Internet y todas sus redes sociales reforzaron en este siglo la fuerza insostenible de los mundiales de fútbol como instrumentos para proponer y definir tendencias sociales.

“Todo el mundo se futboliza”, afirmó el politólogo ecuatoriano Sebastián Mantilla, director ejecutivo del (no estatal) Centro Latinoamericano de Estudios Políticos (CELAEP), de Quito.

“Los mundiales son un fenómeno de masas. Cada vez van creciendo con muchas más audiencias a medida que la sociedad contemporánea tiene acceso no solo a medios tradicionales, televisión, radio y periódicos, sino a redes sociales”, dijo Mantilla a EL UNIVERSAL.

“Se crea como una especie de señal de alto. Muchas cosas quedan pendientes y la gente solo se concentran solamente en el futbol y en la pelota. Miles de millones de personas se fijan en esa actividad que genera mucha expectativa”, subrayó.

Mantilla lanzó un “sin embargo”.

“A pesar de que esto sigue una dinámica que a veces uno no sabe por dónde va, claro que los gobiernos usualmente saben utilizar este tipo de situaciones en la eventualidad de manejar políticamente ciertas cosas”, explicó.

Por un lado, y si la selección del país está en el Mundial, los gobiernos tratan de aprovecharse en el flaco comunicacional para efectos de incrementar su popularidad.

Por el otro, utilizan estas competiciones para otros fines.

“A veces aprovechan para aprobar medidas impopulares y complicadas, porque la gente deja de pensar en la protesta y en la situación social. En el Mundial pasa lo mismo. Despierta pasiones con los jugadores, los equipos y la gente se identifica, genera mucho interés”, destacó Mantilla.

“Más allá de cuestionar, por ejemplo, cómo es usado el Mundial, hay que evaluar como los mandatarios y políticos tratan de utilizar a su favor todas estas circunstancias. Y esto, en el caso de América Latina y el Caribe, no debe ser”, advirtió.

Tras reafirmar que el Mundial “es solo una actividad deportiva que busca fomentar la sana competencia”, exaltó que lo “más interesante” de la Copa del Mundo debería ser “encontrar los principios” como disciplina del deporte.

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El mundo, ciego ante un balón
El mundo, ciego ante un balón

Cuando el futbolista argentino Diego Armando Maradona fue suspendido en 1991 del balompié en Italia al descubrirse que consumió cocaína, una familia hondureña cayó en un dilema de convivencia cotidiana en su residencia en Honduras.

¿Merecía o no Maradona permanecer en un póster dentro del cuarto de sus dos hijos—“Juan” y “Jorge”—en su casa en un barrio de Tegucigalpa? La familia compartió su historia con este diario, pero pidió preservar anonimato.

Al sentirse traicionado por su ídolo tras confirmarse que se convirtió en un consumidor de cocaína, “Juan” (nombre ficticio), de 12 años, exigió que la fotografía fuera sacada del dormitorio. “Jorge” (también ficticio), de 7 y en ese momento con menor compresión de la magnitud del conflicto en que se involucró Maradona (1960—2020) y de su repercusión mundial, clamó por mantenerla.

Sin hallar una salida inmediata, el núcleo acordó realizar un juicio en el que “Carlos” (nombre ficticio del padre) actuó como juez, “Rosa” (nombre ficticio de la madre) asumió como defensora de “Jorge” y “Juan”, por tener mayor discernimiento y por su edad, se convirtió en la parte demandante al insistir en sacar la controversial imagen del aposento que compartía con su hermano.

Al final del debate familiar, los cuatro coincidieron en aceptar que la gráfica del astro argentino se quedaría en la habitación, pero a la espera del desarrollo de los hechos en torno a Maradona y su adicción a la cocaína. No obstante, la decisión definitiva se registró cuando Maradona fue suspendido del Campeonato Mundial de Estados Unidos 1994.

El Mundial los volvió a reunir bajo un acuerdo de rechazo a las drogas. El póster de Maradona fue sacado del aposento de los dos menores.

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