Una de las grandes sorpresas de esta campaña presidencial es que, a pesar de que México atraviesa por una etapa inusitadamente compleja en sus relaciones internacionales, los candidatos hayan dicho tan poco y de manera tan vaga sobre lo que sería su proyecto de política exterior.

Dado el desafío que representa el gobierno de Donald Trump, las adversas condiciones que enfrentan nuestros migrantes, el imparable flujo de armas que entra a México y que siembra tanta violencia, la renegociación del TLCAN, los amagos de una guerra comercial generalizada y el impacto que está teniendo sobre nuestro país la situación en Centroamérica, por sólo mencionar unos cuantos temas, supondríamos que todos los aspirantes presidenciales se pronunciarían constantemente sobre asuntos que inciden de manera tan directa y preocupante sobre la marcha del país. Pero, curiosamente, los asuntos internacionales han sido apenas un pie de página en la contienda electoral. Este hecho es por demás preocupante.

Es cierto que la política exterior tradicionalmente atrae pocos votos y todavía son pocos los mexicanos que determinan su preferencia electoral con base en estos temas. Sin embargo, en las condiciones extraordinarias que muestra el entorno internacional, sería de esperarse que alguno de los candidatos mostrara dotes de estadista, levantara un poco la mirada y el nivel de la discusión. No ha sido el caso.

El momento estelar para formular planteamientos diplomáticos y de estrategia global se presentó en el segundo debate presidencial de Tijuana. Ya no vendrá una mejor oportunidad, así que eso es lo que tenemos. ¿Qué conclusiones podemos sacar?

Los candidatos muestran pocas diferencias en sus posturas. Su visión del mundo no ha sido una arena de contrastes políticos como puede ser la reforma educativa, la seguridad o la corrupción. ¡En Tijuana se discutió más el caso de la oscura Nestora Salgado que sobre el futuro del TLCAN!

Todos coinciden en defender a ultranza los derechos humanos y laborales de los migrantes en Estados Unidos, quizá motivados por la obtención de votos que este tema en particular pueda brindarles. No tanto por el voto que se emite en el extranjero, sino por los familiares de los paisanos que residen en México. Todos coinciden también en reclamar respecto a la dignidad y la soberanía nacionales ante los embates de Donald Trump, aunque no se ofrezcan detalles de cómo se logrará ese objetivo. Finalmente, coinciden en la importancia de preservar el libre comercio con América del Norte.

López Obrador ha planteado que la mejor política exterior es la interior. Es cierto que un país más fuerte y ordenado en lo interno puede posicionarse mejor en el plano internacional. Pero tampoco puede desconocerse que el país se ha integrado profundamente a las corrientes mundiales y por tanto no puede hacerse caso omiso de las tendencias y decisiones internacionales que, a querer o no, afectan al país tanto o más que algunos fenómenos internos.

Si nos imponen aranceles, si se maltrata y deporta masivamente a los migrantes o se cancela el TLCAN, la fortaleza interna ayuda, pero es a todas luces insuficiente. Un acierto de AMLO fue subrayar la necesidad de forjar una alianza internacional para el desarrollo de Centroamérica. Es, sin duda, un asunto inaplazable para México.

Ricardo Anaya planteó condicionar la cooperación a Estados Unidos para forzarlos a repensar su actitud hacia nuestro país. Esta es una veta que puede afinarse. Sin embargo, el ejemplo que escogió es lamentable. Propuso bajar los brazos en los esfuerzos internacionales contra el terrorismo, como si éste fuera un problema de otro planeta con el que podemos solidarizarnos, actuar o no.

Si EU mantiene su hostilidad hacia México habrá que buscar, primero aliados que pueden ser muchos en esta coyuntura y segundo, escoger temas que comulguen con los intereses y las convicciones de México.

Por su pasado en la Secretaría de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade debió ser el candidato que intentara posicionar los temas internacionales como un asunto de debate y discusión esencial de las campañas. No lo ha logrado y, en verdad, lo ha intentado poco.

Sus planteamientos, curiosamente, se han concentrado marcadamente en la agenda local y muy poco en la mundial.

Salvo algunas respuestas puntuales y firmes a los dichos y tuits del presidente estadounidense, en el mar de noticias que generan las campañas cuesta trabajo encontrar cuál sería su estrategia internacional. Quizá considere que su paso por la Cancillería es suficiente carta de presentación por lo cual no es necesario ahondar en los trazos de su política exterior.

Ante este telón de fondo y en descargo de los candidatos, ninguno de ellos ha hecho llamados nacionalistas estridentes o se ha pronunciado por una confrontación abierta con el vecino del norte.

El mensaje de todos es que si puede seguirse por la vía de la cooperación será lo mejor y si Washington no es receptivo a esta formulación, entonces ya veremos. Es decir, en la relación con Estados Unidos la campaña no nos deja más que una sensación de suspenso.

Los candidatos, todos, nos han quedado a deber en el ámbito internacional. Más allá de Estados Unidos, pareciera que el resto del mundo es un sitio borroso y de poca relevancia para el futuro de México. Más que nunca en el pasado reciente, es fundamental que quienes aspiran a ocupar la Presidencia emprendan un descubrimiento fino del mundo, sus retos y sus oportunidades.

Internacionalista

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