Madrid.— La lista de catástrofes naturales que llegarán en un futuro próximo si el cambio climático sigue avanzando parece no tener fin, porque el recalentamiento del planeta también liberaría numerosos virus, algunos de ellos mortíferos, que están atrapados en el hielo desde hace miles de años y para los que el ser humano no está preparado. Un dato que cobra especial relevancia en tiempos de pandemia.
Muchos de estos virus se encuentran hibernados en el permafrost, una capa del suelo permanentemente congelada, aunque no siempre está cubierta de hielo, que se extiende sobre todo a lo largo del ártico: Siberia, Alaska y Canadá.
“Debajo del permafrost hay toda una diversidad biológica que hace miles de años fue atrapada por el hielo. Existen virus que pueden aguantar en ese estado de hibernación unos 30 mil años. La amenaza es doble. Primero, porque no sabemos a lo que nos enfrentamos, aunque existen evidencias de que hay miles de virus congelados. Y en segundo lugar, no estamos preparados a nivel de inmunidad para enfrentar este tipo de virus, porque nuestro registro genético no tiene constancia de los mismos y podríamos ser muy vulnerables”, señala a EL UNIVERSAL Maxime Renaudin, fundador de la organización ecologista Tree-Nation.
Bajo la capa helada del permafrost aguantan dormidos virus conocidos y otros desconocidos; el porcentaje de estos últimos podría ser de 99%. “Probablemente la gran mayoría de esos virus no serían dañinos. Pero sólo hace falta que haya un pequeño porcentaje de virus letales para que supongan un gran problema para la humanidad. Esos patógenos mantendrían su potencial de contagio intacto desde el momento en que hibernan. Cuando se volvieran a activar, estarían como en el primer día”, advierte el experto.
El deshielo del permafrost, que ocupa aproximadamente entre 20% y 25% de la superficie de la tierra, no sólo generaría crisis sanitarias inéditas a nivel global. También aceleraría el cambio climático, puesto que en esas capas congeladas hay gases de efecto invernadero como el metano y el dióxido de carbono (CO2), que están encarcelados desde hace miles de años y que podrían aflorar debido a la descomposición de enormes cantidades de restos de animales y plantas atrapados desde el Pleistoceno. El espesor del permafrost puede alcanzar los 1.5 kilómetros. Informes de especialistas indican que entre 30% y 70% del permafrost puede fundirse antes del año 2100, dependiendo de la eficacia con la que la comunidad internacional responda al cambio climático.
“Se calcula que el permafrost contiene las reservas de metano más grandes del mundo y su liberación significaría multiplicar por cinco las emisiones de este gas que se producen actualmente. Llegados a ese punto, aunque detuviéramos todas las actividades humanas, no podríamos hacer nada para evitar la catástrofe. Sabemos que el permafrost se está descongelando; lo que desconocemos es la velocidad con la que lo hace y si tenemos suficiente tiempo para reaccionar”, asegura el responsable de la organización ecologista que promueve la reforestación para luchar contra el cambio climático.
El experto enfatiza que la urgencia por detener el cambio climático es porque existe un punto de no retorno a partir del cual cualquier respuesta será insuficiente, incluso aunque se detenga toda la actividad humana contaminante. Para ese entonces, la naturaleza habrá tomado el relevo.
“Puede ser que el breaking point se diera hace 25 años o que suceda en el próximo cuarto de siglo. Estamos jugando a la ruleta rusa. Lo único que sabemos con certeza es que el riesgo es total y que la catástrofe puede tener proporciones bíblicas, porque si no logramos hacer un planeta más sostenible y controlar el cambio climático y el deshielo del permafrost, entramos en un mundo absolutamente desconocido, con una extinción de 80% o 90% de todas las especies, con países inundados, hambruna, desplazamientos masivos y un largo etcétera de calamidades”, asegura.
“Necesitamos reducir prácticamente a cero nuestras emisiones de gases de efecto invernadero y, en segundo lugar, tenemos que atrapar algunas de esas emisiones, con la plantación de árboles por ejemplo, para volver a recapturar gases como el CO2, que ya están en la atmósfera y que seguirán sobrecalentando el planeta si no intervenimos”, agrega.
Para el fundador de Tree-Nation, la llegada del Covid-19 alertó a la humanidad que cambió radicalmente su comportamiento, adoptando costumbres como el uso del cubrebocas o el mantenimiento de la sana distancia. Sin embargo, cuando es la naturaleza la que gestiona la crisis y realiza sus propias emisiones contaminantes, como sucedería con el deshielo del permafrost, el resultado es absolutamente imprevisible.
“La edad moderna y la manera global en la que nos movemos hoy en día lo cambian todo. El virus del sida necesitó décadas para desplazarse 100 o 200 kilómetros, de aldea en aldea, y poder contaminar a otras personas. Actualmente, cualquier virus como el Covid-19 puede moverse a una velocidad extrema y ocasionar rápidamente una pandemia. Aunque evidentemente estamos mejor preparados a nivel científico para luchar contra la aparición de nuevos virus”, concluye.
En este contexto, los expertos advierten del aumento de la transmisión de enfermedades de origen animal (zoonosis), a causa de la deforestación y la invasión por parte del ser humano de ecosistemas que no le corresponden. El World Wildlife Fund (WWF), señala en un informe sobre Pérdida de naturaleza y pandemias que más del 70% de las patologías humanas en las últimas cuatro décadas han sido transmitidas por animales salvajes. La última de ellas, el Covid-19.