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"Debes saber que si tenemos que elegir entre Europa y los mares abiertos, siempre elegiremos los mares abiertos".
Estas fueron palabras que Winston Churchill, ex primer ministro británico -considerado por muchos como un héroe nacional- le dijo al general francés Charles de Gaulle en 1944, según relata el historiador Julian T. Jackson en uno de sus libros.
Más de 70 años después de este episodio histórico, la frase parece estar más vigente que nunca.
El 23 de junio de 2016, el pueblo británico participó en un referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea (UE) y una mayoría votó por abandonar el bloque.
Y este 31 de enero, se consuma la salida tras décadas como el "miembro incómodo".
https://www.youtube.com/watch?v=nKSZ-QzamhU
Un pie dentro y otro fuera
En un principio reacio a ser parte de una institución que integraba económicamente el Viejo Continente, Reino Unido se unió finalmente a la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1973, 16 años después de que fuera creada con la firma del Tratado de Roma en 1957.
La decisión se dio cuando la CEE atravesaba un boom económico mientras que la economía británica estaba estancada.
La adhesión no vino sin inconvenientes. Charles De Gaulle vetó dos solicitudes hechas por los británicos en 1961 y 1967. Pero después de su renuncia a la presidencia francesa en 1969, Londres envió una tercera solicitud que sí fue aprobada.
Desde sus primeros años como miembro pleno de la CEE, germen de lo que más tarde sería la Unión Europea, Reino Unido ha tenido un pie dentro y otro fuera.
Y para muchos, el país del Brexit nunca ha realmente creído en una integración europea plena por el euroescepticismo de parte de su clase política y de su población.
No se unieron en 1985 al Acuerdo de Schengen para suprimir los controles fronterizos como tampoco en 1988 a la Unión Económica y Monetaria (UEM), por la que la mayoría del bloque adoptó el euro como moneda.
Es más, apenas dos años después de su adhesión a la entonces CEE, Reino Unido ya celebró un referéndum, el primero en la historia del país, sobre su permanencia en la institución. En ese entonces, la gran mayoría de la población apoyó la idea.
Pero el amor de los británicos por Europa duró poco.
"Quiero mi dinero de vuelta"
Si bien antes de convertirse en primera ministra Margaret Thatcher (1979-1990) promovió una mayor integración económica con el continente, una vez se convirtió en la inquilina del número 10 de Downing Street (la residencia oficial del premier en Londres) sus posiciones cambiaron radicalmente.
En 1980, la Dama de Hierro le pidió a la CEE que ajustara las contribuciones de su país y amenazó con retener pagos de impuestos al valor agregado si no lo hacía, con una frase que trascendió en la historia: "Queremos nuestro dinero de vuelta".
Su lucha con el continente duró cuatro años, pero finalmente Thatcher logró su propósito en la tensa cumbre europea de Fontainebleau en 1984.
Thatcher negoció lo que pasaría a llamarse "el cheque británico", una rebaja en las contribuciones por la que a Londres se le devuelven dos tercios del déficit fiscal de Reino Unido y el bloque europeo.
La medida se explicó porque en ese entonces más de dos tercios del presupuesto europeo iban a la Política Agraria Común, de la que Londres se beneficiaba poco.
El episodio deterioró las relaciones entre Reino Unido y otros países de la CEE.
"Sería un gran alivio si Reino Unido dejara la CEE", dijo el mandatario griego de la época, Andreas Papandréu.
El Brexit nació en Brujas
En 1986, con España y Portugal recién integrados al proyecto europeo, los 12 miembros del bloque firmaron el Acta Única Europea, la primera gran revisión del Tratado de Roma.
Este nuevo documento buscaba crear un "mercado interior" en Europa con libre circulación de personas, mercancías y servicios.
Pero en Londres, todo esto se veía con recelo.
Margaret Thatcher pronunció en 1988 un polémico discurso de Brujas que transformó para siempre el debate sobre Europa en Reino Unido.
En su discurso, la primera ministra advirtió sobre una supuesta intención de Europa de eliminar la soberanía nacional de sus miembros y concentrar el poder en sus instituciones.
"No hemos revertido exitosamente las fronteras del Estado en Reino Unido para verlas reinsertadas a nivel europeo, con un superestado europeo ejerciendo un nuevo dominio desde Bruselas".
Cuatro años más tarde, Reino Unido decidió abandonar el Mecanismo de Tipos de Cambio, que daría vida al euro.
En su libro Statecraft (El arte de gobernar), Thatcher aseguró que la moneda única europea era un intento de crear un "superestado " y predijo que fracasaría "económica, política y socialmente".
Y en 1995 entró en vigor el Acuerdo de Schengen, un tratado internacional a través del que varios países europeos suprimieron los controles entre sus fronteras interiores yReino Unido tampoco quiso unirse a este proyecto
La polémica expansión
El aspecto de la UE que desde un principio llevó a Londres a unirse al grupo fue el mercado común y mientras más amplio este se volvía, mejor para ellos.
Por eso, el gobierno del laborista Tony Blair se convirtió en uno de los grandes impulsores de una ampliación del bloque hacia el este del continente y gracias a la influencia británica, y el visto bueno alemán, el número de miembros de la UE pasó de 15 a 25 el 1 de mayo de 2004, incorporando, entre otros, a Polonia, República Checa y los países bálticos, creando así un espacio político y económico de cerca de 450 millones de personas.
La ampliación fue objeto de mucha controversia ya que fue la mayor en la historia de la organización.
La mayoría de los Estados miembros establecieron un período de transición de siete años antes de abrir sus fronteras a los trabajadores de los nuevos integrantes del club, con la excepción de Irlanda, Suecia y Reino Unido, que las abrieron de inmediato y sin restricciones.
Esta polémica medida hizo que entre las clases populares británicas muchos sintieran que estaban siendo "invadidos" por un contingente de trabajadores que cobraban menos que ellos y les quitaban sus empleos, un sentimiento que sería explotado por los euroescépticos.
"Es hora de que los británicos den su opinión"
Según una investigación realizada por la Unidad de Investigación de Migración del profesor John Salt, de la University College de Londres, 129.000 migrantes del llamado grupo EU8 -que incluye a Polonia, Hungría, República Checa, Estonia, Lituania, Letonia, Eslovaquia y Eslovenia- ingresaron a territorio británico entre 2004 y 2005.
Esta ola migratoria exacerbó la retórica antieuropea en Reino Unido y sumada con la crisis financiera de 2008, que golpeó fuertemente la economía británica y al resto del continente, puso sobre el tapete la cuestión sobre la membresía del país en la UE.
Tras 13 años de gobiernos laboristas, el Partido Conservador de David Cameron ganó las elecciones en 2010 y en enero de 2013 el exmandatario aseguró que era "hora de que los británicos dieran su opinión" sobre el tema.
Con esta filosofía y buscando la reelección en 2015, Cameron basó su campaña electoral en torno a la promesa de organizar un referéndum sobre la permanencia de su país en la organización.
Y tan solo un año después de su victoria, la cumplió. Lo demás ya es historia.
Una oportunidad para la UE
Para Jean Pierre Maury, director adjunto de la Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas con sede en París, Londres nunca estuvo "completamente" dentro de la UE.
"Se integró a una parte de la unión: la relacionada con el libre comercio. Pero siempre se mostró incómodo con una integración mayor", le dice a BBC Mundo.
El experto en relaciones internacionales cree que después del Brexit "nos daremos cuenta de que Reino Unido frenaba el avance de la organización" y aunque asegura lamentar la salida de los británicos de la UE, sugiere que la integración comunitaria será más fácil sin Londres.
Según un estudio publicado en 2014 por la firma Deloitte, el 40% de las multinacionales con una sede en Europa escogió Londres, ya sea para montar su sede principal o simplemente abrir una oficina, seguida de lejos por París con un 8%, Madrid (3%), Ámsterdam y Bruselas (2,5% cada una).
Con el Brexit, la UE no solamente pierde un miembro, sino su segunda economía más importante, que representaba cerca del 15% de su PIB y que contribuía con más de US$13.000 millones al año a su presupuesto.
También pierde un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y un Estado cuya capital es uno de los mayores centros financieros del mundo.
Sin embargo, dirigentes continentales -como el primer ministro francés, Édouard Philippe- ven la salida de Reino Unido del bloque como una ocasión para fortalecer la competitividad de sus países y atraer negocios instalados actualmente en Londres.
"Francia tiene una oportunidad única, aprovechando el potencial que tiene nuestro centro financiero, para hacer que París se convierta en el principal centro financiero europeo después del Brexit", aseguró Philippe en un discurso en la capital francesa en 2017.
Autoridades holandesas y alemanas han expresado deseos similares con respecto a Ámsterdam y Fráncfort respectivamente.
Otra ventaja del Brexit para los demás países de la EU, según Maury, es que, ante el temor de que la organización se desmorone, sus dirigentes se verán obligados a comunicar objetivos de una manera más clara a sus ciudadanos y establecerán mejor sus prioridades, lo que podría reforzar su carácter democrático.
Pero el futuro no será fácil debido, sobre todo, por el aumento del populismo en el continente.
Este 2020 se vienen unas negociaciones que se presentan complicadas entre la UE y Londres en las que las dos partes tendrán que determinar qué relación quieren. Todos coinciden en que lo que más les beneficiaría sería un divorcio amistoso. No está claro que lo puedan lograr.
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https://www.youtube.com/watch?v=A3ztTxP1Hpo