San José. – Hacia el exterior y en los primeros nueve de sus 48 meses de mandato, el presidente de Chile, Gabriel Boric, proyectó en 2022 una imagen renovada, fresca, rejuvenecida y moderna de una izquierda que se despojó de los pesados y añejos dogmas de unipartidismo, repudio a la propiedad privada y visceral ortodoxia contra Estados Unidos que marcaron a los partidos izquierdistas de América Latina y el Caribe en el siglo XX. 

Hacia el interior y en una turbia curva de aprendizaje de la tarea en la silla presidencial, el izquierdista Boric exhibió un rápido desgaste, transmitió el retrato de un gobernante acorralado y mostró que el combate entre izquierda y derecha está cada vez más vigente en Chile, con la secuela del pasado dictatorial de 1973 a 1990 y la urgencia de afianzar el futuro en democracia multipartidista y pluralista y de convivencia de la economía estatal con la privada. 

A Boric se le mezclaron varios factores: la derrota que sufrió el 4 de septiembre anterior en un plebiscito para disponer de una nueva Constitución, al que le apostó fuerte y cuyo resultado negativo estremeció la integración de su equipo de ministros, los violentos conflictos por las reivindicaciones de la etnia mapuche, la principal de Chile, y el alza en el costo de la vida. 

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“Todas las buenas intenciones de este gobierno muchas veces son coartadas por la derecha”, alegó la mapuche chilena Mónica Pilquil, viuda de preso político, socialista y víctima de la represión en Chile tras el golpe de Estado de 1973 del general derechista Augusto Pinochet (1915-2006) contra el presidente izquierdista Salvador Allende (1908-1973). 

Luego de que la opción del “rechazo” ganó en el plebiscito, los sectores de la derecha “se creen los triunfadores”, pero “hay pocas manifestaciones de repudio contra ellos”, relató Pilquil a EL UNIVERSAL, para describir el contexto de un país que el 11 de septiembre de 2023 recordará los 50 años de la asonada castrense de Pinochet a Allende. 

Una realidad persistió en Chile: la huella de Pinochet siguió gravitando en su política. 

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En un hecho que marcó a Boric al tener apenas seis meses al mando del Palacio de la Moneda, sede de la presidencia de Chile, el pueblo chileno rechazó en el plebiscito una propuesta de texto de nueva constitución política. 

El gobernante, de 36 años, invirtió su caudal político en esa consulta popular tras asumir el 11 de marzo pasado con un multitudinario respaldo popular que obtuvo en diciembre de 2021 en la segunda y final ronda electoral, en otra pelea de izquierda versus derecha en la que venció al derechista José Antonio Kast. 

Boric se lanzó con fuerza a favor del apruebo a la nueva Constitución, propuesta por una Convención Constitucional en julio de 2022 y redactada a partir de julio de 2021. Al triunfar el rechazo, Chile agudizó su honda división social y política y siguió regido por la Constitución Política que entró en vigencia en forma transitoria en 1980 y con validez total en 1990 y que heredó de la dictadura de Pinochet, uno de cuyos soportes fue el gobierno de Estados Unidos. 

“Boric no logró revertir el legado dictatorial ni mover el armazón de la economía de mercado diseñado para el fortalecimiento de los ‘más fuertes’ en lo competitivo y elitista”, dijo el politólogo, sociólogo y relacionista internacional boliviano Franco Gamboa, profesor de Estudios Latinoamericanos y Política Comparada en la (no estatal) Universidad Marymount, de Virginia, EU. 

“Tiende a gobernar con una fuerte dosis de continuidad con el viejo modelo político y económico. Esto condujo a su gobierno a un verdadero ‘statu quo’, ni más ni menos que (igual a) sus predecesores”, aseguró Gamboa a este periódico. 

“La sociedad civil chilena rechazó completamente la (nueva) Constitución (…) lo cual envió un duro mensaje a la clase política: nadie está dispuesto a experimentar con cambios desordenados y drásticos”, recalcó.


Cambiar rumbo


Al fracasar en su intento de aprovechar una intersección política para desprenderse definitivamente del legado institucional “pinochetista” y de salirse del camino de solo remendar o reformar el texto constitucional con más de 42 años en vigor, Boric maniobró para tratar de enderezar su ruta. 

Con el viento en contra, el mandatario buscó avanzar para cumplir con las expectativas que los chilenos que lo eligieron presidente le entregaron en las urnas hace un año por los agudos problemas nacionales y con la desigualdad social como uno de los principales. 

El Banco Mundial reportó que, con 100 como punto máximo de desigualdad por ingresos de dinero, Chile pasó de 57.2 puntos en 1990, cuando empezó el paulatino retorno a la democracia después de la dictadura, a 51.5 en 2013, 46 en 2011 y 44.9 en 2020. 

Pero en un cálculo de pobreza por acceso a salud, educación, seguridad social y vivienda y convivencia social, y no solo por factor monetario, la (no estatal) Fundación Superación de la Pobreza, de Chile, determinó desde 2017 que, con 17.5 millones de habitantes, al menos 20.7% o 3.6 millones de los chilenos ya vivían en algún rango de miseria. 

Boric llegará a 2023 con una prolongación de los conflictos con los mapuches. 

Narcotraficantes, paramilitares, policías y militares corruptos involucrados en contrabando de armas, maderas y otros negocios ilícitos se combinaron con un viejo reclamo cultural, socioeconómico y político de los mapuches en defensa de sus territorios. 

Boric quedó en el flanco interno con deudas pendientes y en el externo ganó posiciones como izquierdista moderno. “Fracasamos como sociedad” con la nueva constitución, admitió en una entrevista este mes con Diario Financiero, de Chile. 

Convencido de su prestigio en el exterior, el mandatario así lo reconoció al rotativo: “En visitas de Estado me han hecho ser consciente de la tremenda valoración que existe a nivel internacional de nuestro país y de las esperanzas depositadas en el proceso que estamos llevando adelante (…) en eso hay algo que cuidar, la imagen internacional del país se proyecta en aquellas cosas”. 

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