Bruselas.— Agotados de estar bajo la tiranía de un hombre con poderes absolutos, el pueblo bielorruso ha tomado las calles para exigir el legítimo derecho a comicios libres y transparentes, luego de las elecciones del 9 de agosto, no reconocidas por la Unión Europea (UE).
La respuesta del presidente Alexander Lukashenko ha sido acorde a su título de dictador: tolerancia cero y mano dura para quienes se atreven a desafiarlo.
Con un pueblo desesperado dispuesto a todo, un hombre aferrado a su sexto mandato consecutivo y con Rusia, un impredecible vecino que amenaza con intervenir, Minsk enfrena las horas más cruciales desde que dejó de ser una república soviética.
“Lo que estamos presenciando es una movilización de la sociedad bielorrusa como nunca vista desde principios de los 90. Las protestas registradas son las mayores presenciadas en este país”, dice en entrevista Jörg Forbrig, director para Europa Central y Oriental del German Marshall Fund of the United States.
“El hecho de que muchas empresas se han declarado en huelga también es nuevo, al igual que las deserciones en el aparato del Estado, los medios de comunicación públicos, las fuerzas de seguridad y el cuerpo diplomático”, continúa. “También es nuevo el nivel de violencia desencadenado por el Estado en contra de los manifestantes”. Sostiene que nunca antes hubo tantos arrestos en un periodo postelectoral como esta ocasión; en un lapso de tres días fueron detenidas alrededor de 7 mil personas.
“Todo es muy nuevo para Bielorrusia, lo que significa que ambos bandos, el Estado y la sociedad movilizada, están aprendiendo a lidiar con la situación buscando sacar la mayor ventaja posible”.
Forbrig tiene claro que los manifestantes no retrocederán, así como tampoco Lukashenko aceptará el reclamo popular de que se retire, convoque nuevas elecciones y libere los presos políticos. “Lukashenko no está dispuesto a irse, pelea no sólo por su cargo, sino básicamente por su vida. Nos encontramos en punto muerto”, precisa.
El desenlace de los recientes acontecimientos dependerá de hasta dónde está dispuesto a llegar Lukashenko y sus incondicionales, así como de las decisiones que tome el régimen del presidente ruso Vladimir Putin, sostienen expertos consultados por EL UNIVERSAL.
“Bielorrusia es el principal socio de Rusia y una importante zona de contención frente a la OTAN. No hay duda de que interferirá, sólo que no sabe cuál es la fórmula más conveniente”, explica Forbrig. Son cuatro los escenarios manejados por el investigador; el primero, que describe como improbable, consistiría en utilizar todos los recursos del Estado para suprimir violentamente la rebelión.
Otro implicaría la intervención de Rusia en apoyo a Lukashenko para desbaratar la movilización, “algo poco probable al estar en riesgo la reputación de Moscú”.
Un tercer escenario proyecta la eventual invasión rusa, una maniobra que resultaría delicada y que podría repercutir en la simpatía y las afinidades existentes del pueblo bielorruso con el vecino del Este.
El cuarto episodio muestra a Vladimir Putin abandonando a Lukashenko, promoviendo el diálogo con la oposición y nuevas elecciones. “En este escenario gana Rusia, mostrándose como un actor no violento y facilitador de una salida negociada”, indica Forbrig. “Si bien Lukashenko parece estar dispuesto a intensificar el nivel de violencia involucrando a unidades especiales de policía y del ejército, no se sabe si sus órdenes se llevarán a cabo cuando los oficiales se topen con la ciudadanía en la calle”, afirma Gwendolyn Sasse, directora del Centre for East European and International Studies (ZOIS).
“Tampoco es posible predecir hasta qué punto Rusia esté dispuesta a intervenir”, agrega la profesora de relaciones internacionales de la Universidad de Oxford. Lo que sí tiene claro Sasse es que el líder bielorruso no podrá recuperarse de la pérdida de legitimidad y no estará en condiciones de seguir gobernando aun recurriendo a la represión. “En el mejor de los casos, podía esperar, aguantar durante un periodo de transición. Esto haría posible que el Kremlin y las élites cercanas a Lukashenko encuentren un camino negociado hacia nuevas elecciones, sería la opción más deseable”, indica.
Un examen similar hace Amanda Paul, analista para Eurasia del European Policy Centre, quien está convencida de que Lukashenko tiene los días contados. “Los bielorrusos permanecerán en las calles hasta que él se vaya. No espero que Rusia intervenga militarmente, como lo hizo en Ucrania y Georgia, para salvarlo.
Prometiendo bienestar y prosperidad para una nación que acababa de nacer, con bandera de candidato independiente Lukashenko se convirtió en el primer jefe de Estado de la República en 1994. Desde entonces no ha dejado la silla presidencial.
Dos años después de instalarse en el palacio de gobierno subordinó las instituciones y las estructuras estatales poniéndolas bajo control. Simultáneamente emprendió una sistemática campaña que resultó en la eliminación de la oposición, el sometimiento de la prensa crítica y en una sociedad civil que tuvo que refugiarse en la clandestinidad.
Con enorme audacia, supo explotar las debilidades de una sociedad que acababa de nacer; la identidad nacional no estaba consolidada, el idioma local era débil y prevalecía la nostalgia por los años de gloria de la era soviética. Relativamente logró estabilizar el país y mantener de su lado a la élite y la población rural, con un modelo económico en manos del Estado y altamente subsidiado con patrocinio de Moscú en forma de combustible barato.
“Como muchos otros líderes que tomaron el poder después de la caída de la Unión Soviética, una vez que lo saboreó le gustó y ya no lo dejó”, asegura Amanda Paul. “Pero los bielorrusos han roto la barrera del miedo y han emprendido un levantamiento auténtico. La mala gestión de la pandemia y una economía en estado crítico, llevó la paciencia de muchos bielorrusos más allá del límite. El equilibrio de poder ha cambiado de una manera que se consideraba impensable hace poco tiempo”.
A menudo se escucha decir que Lukashenko es el último dictador de Europa, pero adjudicarle ese título al aficionado del hockey sobre hielo sería negar la existencia de otros en activo en el Viejo Continente. Gwendolyn Sasse señala que la referencia como “el último dictador de Europa” no es la más acertada. “Sugiere que Rusia con su presidente autoritario Vladimir Putin se encuentra fuera de Europa (...) La definición es un distractor de otras tendencias antiliberales en Europa, incluso dentro de la UE”, dice. La catedrática describe a Lukashenko como un “líder autoritario”, el presidente de un “régimen autoritario”. “Esto abre comparaciones con otros sistemas autoritarios en lugar de señalar a Bielorrusia como algo único”.