Washington.— En su gira europea, su primer viaje oficial al extranjero como presidente de Estados Unidos, Joe Biden ha dejado el plato fuerte para el final. En la última parada en Ginebra, Suiza, le aguarda un cara a cara con su par ruso, Vladimir Putin, primera toma de contacto presencial entre dos figuras que se conocen hace tiempo, pero que ahora, con la llegada del demócrata al poder, abre una nueva era en la relación de las dos potencias.
Son viejos conocidos. Su largo historial político en sus países, oponentes clásicos del mapa geopolítico mundial, les ha hecho cruzar sus caminos en más de una ocasión. Pero nunca en el máximo nivel como ahora, y en un momento tan crucial en sus relaciones.
La tensión entre ambos es elevada. Son rivales en la búsqueda de la influencia mundial, del liderazgo global (con el permiso del tercero en discordia, China). Y los Estados Unidos de Biden, dispuestos a volver a tomar las riendas abandonadas por el aislacionismo y nacionalismo de Donald Trump, tienen ante Putin la oportunidad de demostrar que están capacitados para recuperar la gloria del pasado en cuanto a posición mundial.
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“Biden y su equipo deben desarrollar una estrategia integral para contener y a veces involucrar a la Rusia de Putin”, recomendaba Michael McFaul, exembajador de EU en Rusia durante la administración de Barack Obama, en una columna publicada en The Washington Post. El equilibrio necesario es complejo. Para Stephen Sestanovich, experto del Council on Foreign Relations, “Biden puede recorrer un largo camino hacia una cumbre exitosa simplemente evitando los errores de Trump”, y analizó que el estadounidense “parece estar ansioso de presentar quejas occidentales, incluso mientras intenta mejorar las relaciones”.
Ambos países saben de la necesidad de una coexistencia pacífica, dentro de lo posible, especialmente porque hay esos temas e intereses en los que coinciden y que, sin su aportación conjunta, no pueden avanzar. Ha habido algunos primeros acercamientos exitosos, como la renovación del tratado de control armamentístico New START por cinco años más, y existe un compromiso contra el cambio climático, además de un interés común en atajar la pandemia de coronavirus.
Y poco más. Como escribió recientemente en Michael Kimmage, profesor de historia de la Catholic University of America, en Foreign Policy, la idea de “resetear relaciones con Rusia” no estuvo en la campaña de Biden, ni será parte de su enfoque presidencial. “Su política hacia Rusia presupone un alto nivel de fricción con Moscú. Reconoce las muchas formas en las que Rusia daña los intereses de EU, desde la injerencia en las elecciones hasta la ocupación del este de Ucrania, en busca de disminuir la influencia de los EU en el mundo”.
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Biden no busca transformar las relaciones con Rusia, sino “restaurar la previsibilidad y la estabilidad de la relación entre EU y Rusia”, tal y como explicó la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, en el anuncio de la cumbre entre presidentes. Putin entiende lo mismo del estado de la relación bilateral. “La estabilidad estratégica es extremadamente importante”, dijo a principios de junio.
Pero hasta ahí llegan las coincidencias. Biden está decidido a cortar de raíz cualquier acercamiento de la administración anterior. El estadounidense ya dio muestra de ello cuando, alarmado por los movimientos autocráticos y vulneraciones de derechos humanos de su homólogo, lo amenazó con que “pagará un precio” por sus injerencias y acciones, especialmente por su interés probado por las agencias de inteligencia de EU de interferencia en las elecciones presidenciales de 2020.
Uno de los momentos más tensos en la previa del encuentro se vivió a mediados de marzo, cuando Biden le llamó “asesino” tras conocerse el intento de asesinato por envenenamiento del opositor ruso Alexei Navalny. Putin, en su retórica clásica entre la ironía y la socarronería, respondió al día siguiente que “hay que ser uno para reconocer a otro”.
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A ello hay que añadir todo lo que se arrastra, y como muestra los ataques cibernéticos recientes, que han puesto en jaque cadenas de suministro vitales en EU, y que han obligado a la administración estadounidense a endurecer su postura. Ayer Biden señaló que dejará claro a su par ruso “dónde están las líneas rojas” y que cualquier acción en ciberseguridad tendrá respuesta.
Biden llega preparado a la cumbre de este miércoles. Dedicó los últimos días a cerrar filas con sus aliados, tener las espaldas cubiertas para hacer frente a su envite con su rival ruso. La gira por Europa sirvió para demostrar otra vez el músculo de EU como líder de las democracias occidentales; justo antes de subir al avión rumbo al Viejo Continente, habló por teléfono con su homólogo ucraniano, Volodimir Zelenski, para refrendar el compromiso estadounidense con Kiev ante la amenaza, presión y hostilidad de Moscú.
“No vemos esta reunión con el presidente ruso como un premio”, alertó el asesor en seguridad nacional de Biden, Jake Sullivan. “Lo vemos como una parte vital de la defensa de los intereses y valores de Estados Unidos: Joe Biden no se está reuniendo con Vladimir Putin a pesar de las diferencias de nuestros países, se está reuniendo con él por las diferencias de nuestros países. Simplemente hay mucho en lo que trabajar”, añadió.
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Nadie espera un resultado concreto de la reunión. Ni Putin. Ni Biden. El primero dijo que, cuando mucho, ve “intereses coincidentes”. El segundo afirmó que “me reuniré con Putin para hacerle saber lo que quiero que sepa”. Que es, básicamente, posicionarse como figura alejada de la autocracia que Putin representa, y que no aceptará amenazas de ningún tipo.