El presidente Donald Trump proyecta templanza y energía para un segundo mandato frente a la que aparenta Jo e Biden , aunque la pandemia ha cobrado precio al carisma del Presidente. Así lo evidencia también la forma en que Trump ha reaccionado al contraer COVID-19 .
A pesar de la cercanía de edades, se ha notado en este tramo final errores y olvidos de Biden le muestran senil frente a Trump.
El gobierno de Trump ha sido un espejo roto dentro y fuera de su país, sobretodo, para los electores, en su gestión de la crisis pandémica en EE.UU. Biden y Harris hasta ahora han buscado capitalizar los errores de Presidencia, sin acreditar una alternativa creíble a la catástrofe y la potencial eficacia de su plan de reforma a la salud pública.
El Presidente Trump contagiado por COVID-19 dentro de un universo de los más de 35 millones de casos reportados por todo el mundo, muestra a un gobierno cuyo titular es víctima de sus propias irresponsabilidades, e irónicamente, a un Presidente vulnerable por su edad/obesidad y a la vez sobreviviente, sin aparentes secuelas, frente al rey de los virus.
Predominan escándalos, temores y deserciones en las campañas republicanas al Senado estadounidense. Con el precedente del control demócrata en 2018 de la Cámara de Representantes, las encuestas nacionales registran una batalla territorial proclive a Biden/Harris para el control mayoritario del legislativo federal en noviembre de 2020, en el que eventualmente los demócratas podrían arrebatar la mayoría en el Cámara de Senadores.
Más que una narrativa propia, la campaña de Biden ha privilegiado que sea la pendiente sin freno aún de la catástrofe pandémica y las fallas del gobierno de Trump. la narrativa predominante en la campaña demócrata.
Evidenciando para su estrategia el debate presidencial como una escena sin sentido, en el que Biden podría haberse impuesto sólo por su posición más ecuánime y un imaginario nacional predominantemente anti Trump, la táctica del candidato republicano logró diluir la agenda/mensajes de Biden, poner a prueba su sensatez, intimidar sus reacciones con su combatividad. Biden reaccionó con entereza, coherencia pero respondiendo a las provocaciones, contribuyendo al descrédito del evento nacional.
El Presidente Trump posicionó parcialmente sus contrastes sin articular un plan de gobierno frente a Biden; a su vez mostró que el candidato demócrata, el moderador del debate y las reglas del juego de la competencia, no fueron para él objeto de respeto.
Ambos candidatos se sostienen en una estrategia en la que se dirigen prácticamente a sus bases electorales, desdeñando la de su contrincante.
A diferencia de las primarias partidistas durante el primer semestre de 2020, desde agosto de 2020, las donaciones privadas y ciudadanas a la campaña presidencial de Trump se han reducido sustancialmente, tanto en el flujo de recursos invertidos en spots televisivos y en las declaraciones oficiales de gastos de campaña de los candidatos. Se atribuye a la candidata vicepresidencial Harris la conquista de esta diferenciación favorable a los demócratas.
El creciente flujo de contagios y muertes en EE.UU y su impacto en cada vez más electores estadounidenses ha maltrecho la imagen y credibilidad del gobierno de Trump.
A pesar del avance de Biden en la conquista de electores de las minorías nacionales y por perfiles de edad/empleabilidad que dieran a Trump el triunfo en 2016, la campaña demócrata dista mucho de generar la resonancia y el entusiasmo que la propaganda y el entusiasmo para votar que genera el Presidente Trump en sus bases partidistas y leales.
Los electores conservadores estadounidenses han mantenido con relativa ventaja a Trump frente a Biden en el manejo de la economía, a pesar de la fuerte recesión y las consecuencias nocivas de la pandemia. En las encuestas se elogia su nacionalismo económico y su capacidad de manejar la economía nacional como un negocio con resultados aceptables, pero especialmente el haber logrado revertir la espiral de desempleo registrados en el periodo marzo-abril (alrededor de 20 millones) y la recuperación de más de 9 millones de empleos en el periodo mayo-julio 2020, en el que fueron claves dos paquetes de estímulos fiscales aprobados por el Congreso por COVID-19, que buscaron impactar directamente a familias de clase media.
La dupla Biden/Harris quedó empantanada en la inercia/guión de culpas y responsabilidades de Trump y su gobierno por omisiones y manejo de la crisis pandémica, pero no han podido convertir este acontecimiento en una crisis constitucional mayor ni han convencido al electorado promedio de que tienen un plan más plausible al de Trump.
El descrédito del gobierno de Trump por el escándalo mediático relativo al no pago de impuestos federales en su trayectoria como Presidente y su errática conducción ante esto, ha sido una losa de desprestigio poniendo en entredicho la fiabilidad y justicia del sistema de impuestos y contribuciones.
K. Harris ha sido una contendiente número dos progresivamente importante en la campaña de Biden. Sin embargo, ha sido ineficaz en inocular las debilidades políticas y la ausencia de carisma del demócrata y en el debate de vicepresidentes, Pence logró ponerla a la defensiva, neutralizar su ferocidad mediática y su capacidad de contrastar los proyectos de Presidencia de Trump y la eventual de Biden.
A pesar de la conmoción social y política que está ocasionando el contagio de coronavirus en la sociedad, que conmociona ahora su contagio a la propia élite gobernante en el Capitolio y en la Casa Blanca: el ex asesor del presidente Trump, Kellyanne Conway y Chris Christie expresaron que tienen el virus. El ex gobernador de Nueva Jersey tuiteó que ingresó al hospital debido a su historial de asma. El senador de Utah Mike Lee y el senador de Carolina del Norte Thom Tillis también dieron positivo. Ahora el senador de Wisconsin Ron Johnson y colaboradores cercanos al Presidente, han contraído el virus.
Trump no cejará en su empeño de que se designe a una nueva juez en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, lo que anuda los hilos tácticos que le darían la victoria más allá de la esfera del Colegio Electoral mismo.
Consabido el contexto de que Biden/Harris preparan un ejército de abogados para litigar, si fuese necesario, la defensa del triunfo que les sería arrebatado, es importante destacar que en el terreno de las encuestas los diferenciales entre ambos candidatos se han ido dramáticamente estrechando: pesar de que Trump lleva meses sin poder superar el 50%
del índice de aprobación nacional, ese artificio puede resultar lesivo para que los demócratas puedan confiar en su triunfo.
Trump persiste en que el sistema electoral no es confiable y mantiene su axioma del fraude electoral desacreditando el voto por mensajería que, incluso ante un eventual resultado cerrado o adverso en el Colegio Electoral, le podrá medrar el control de la victoria en sus propios términos hasta enero de 2021.
Las debilidades políticas del candidato Biden se han mantenido intactas durante la estrategia de campaña, buscando oxigenarse permanente del capital político electoral de los Obama/Clinton, estelas que no necesariamente implican dividendos electorales benéficos.
En los estados competitivos y decisivos en las elecciones presidenciales (Michigan, Ohio, North Carolina, New York, Florida, Pennsylvania, Nevada, Wisconsin, Arizona), Biden mantiene ventajas relativamente consistentes en las encuestas desde julio pasado, pero en octubre, acaso por los debates presidencial/vicepresidencial y la circunstancia del COVID-19 contraído por la familia presidencial, se ha entrado a una esfera de volatilidad e incertidumbre mayor.
Las comunidades latinas, cubano americana, judía y eventualmente la católica, particularmente cortejadas por la campaña republicana, pueden encriptar la relativa posición favorable que necesita Trump en el momento final de la elección presidencial.
Biden cultiva su campaña sobre todo en estados donde está latente la violencia y la movilización antiracial, con electores potenciales de raigambre negra y busca cosechar la inconformidad del desempleo masivo en buena medida ocasionado por la crisis pandémica, además de cultivar a blancos estadounidenses que no han visto beneficios con la política económica en la era de Trump.
Es importante subrayar que no ha sido del todo favorable a la campaña de Biden que hayan gravitado más que él mismo en su campaña la presencia de las ex familias presidenciales Obama y Clinton .
La base promedio de electores leales a la campaña de Trump, al menos en las redes sociales, evidencia que despierta más entusiasmo, resonancia y combatividad entre sus bases de electores frente a las de Joe Biden.
El carácter obligadamente medial de la campaña por efecto de la COVID-19, la ausencia de contacto físico con electores y la desmovilización inherentes, han hecho a la postre menos potente la campaña de Biden, quien a su vez ha evitado exponerse a la confrontación con Trump y aún desgaste personal que le hubiese mostrado débil y desconcertado.
La estrategia de Biden ha funcionado progresivamente con sectores de electores centrados en los jóvenes de ciudades urbanas y particularmente, con adultos mayores.
No sólo por la circunstancia pandémica, estamos ante campañas presidenciales y candidatos que han llevado a su máxima realidad virtual la dimensión política de pseudo evento (aporte de Donald Boorstin): mientras Biden decidió no aparecer en escena ni oponer combate frontal con posicionamientos, narrativas y actos genuinos de campaña, Trump reeditó la plataforma del 2016 en el 2020, minando toda competencia al interior del partido republicano, llevando al extremo al culto heroico a la personalidad patriótica supremacista, poniendo al límite extremo las reglas del poder democrático y las instituciones básicas y sistémicas que han regido la tradición de quien gana la Presidencia.
Al final, la apuesta central demócrata ha sido capitalizar la popularidad de la presidencia de Obama, desarmar la narrativa de la discordia trumpiana y cosechar los errores que Trump y su gobierno han cometido para enfrentar la pandemia; irónicamente, con un giro que eventualmente puede ser decisivo estratégicamente, Trump se presenta como un candidato que a pesar de haber contraído el virus COVID-19, se presume intacto para gobernar un segundo mandato. La sui géneris presencia de Obama en la campaña demócrata ¿hasta donde fue una confesión de debilidades del candidato Biden para alcanzar el triunfo?
La eficacia de la campaña celosamente discreta de Biden se ha hecho más notoria en los estados históricamente más competitivos, donde Pennsylvania, Minnesota, Arizona y Wisconsin se confirman como madejas de su competitividad electoral.
Trump ha hecho una especie de doble campaña nacional al paralelo: la que desencadena las tempestades mediáticas y políticas más impredecibles con su personalidad combativa/temperamental y su twitter político radical, y la pragmática del ejercicio del poder sin concesiones al flanco demócrata, apostando por un lado, a su ligera ventaja que le conceden los electores en el manejo de la economía frente al desastre gubernamental que le atribuyen en el de la pandemia y por el otro, al manto patriótico evangélico supremacista de su campaña, que apuesta a la confirmación de la jueza Amy Barret, como un enclave de cuestionamiento de la profesión de fe de los demócratas y una oportunidad de acercamiento/conquista de electores cristianos y católicos y finalmente, al ubicar a China como el autor del coronavirus y enemigo mundial de la grandeza y el futuro estadounidense.
Florida tiene nuevamente un lugar especial en esta elección y puede empañar la credibilidad de las encuestas que le atribuyen a Biden el triunfo en esta entidad: iba a ser la sede de la Convención Nacional Republicana; la gestión del gobernador ha sido destacada frente a la pandemia logrando el índice per cápita de menor letalidad por COVID; el brazo electoral trumpiano/republicano mantiene fortalezas en la comunidad latina por su fiel voto conservador (sobre todo de cubanos y caribeños), más el hecho de que ahí se concentra la mayor presencia de electores del país en la condición de jubilados.
Biden /Harris diseñaron una estrategia de campaña eficaz para evadir hasta donde les ha sido posible una confrontación abierta, frontal y directa con Trump. Para el equipo estratégico de Biden/Harris/Obama, Trump se volvió predecible y derrotable como candidato, aunque el republicano ha cultivado su estrategia en los nichos de control del proceso electoral como Presidente.
El análisis DISENSUM 3.0 concluye que D. Trump obtiene un índice de 51% en impactos cruzados en factores de eficacia en su estrategia de campaña para lograr la victoria presidencial, frente al 49% de índice estratégico de J.Biden. Como indican las encuestas Biden ganaría el voto popular, pero al menos en tres estados sigue el azar del fiel del triunfo, ya que North Carolina, Ohio, pero sobre todo Florida, podrían confirmar para el Presidente los 276 electores que necesita. en el Colegio Electoral.
Como se imaginó la campaña de Biden al elegir un compañero de fórmula para vicepresidente con un historial de litigantes feroces, se anticipan las consiguientes batallas legales y posibles conflictos postelectorales de dimensiones eventualmente mayores que las de las elecciones presidenciales de 2000, mientras que la campaña de Trump está dispuesta a preservar su control de la Presidencia más allá del resultado electoral, poniendo en jaque al Colegio Electoral si es necesario, objetando la nulidad de escrutinios estatales decisivos e imponiéndose a Biden por designio de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.