El primer ministro Benjamin Netanyahu tendrá que rendir cuentas por la peor masacre padecida por Israel desde su creación. Con más de 86% de opiniones negativas, los resultados de los sondeos representan una feroz condena para el hombre que se ha mantenido en el poder casi sin interrupción durante 14 años.
Más de tres cuartos de la población israelí considera que Netanyahu, que siempre se presentó como el “protector de Israel”, debe renunciar cuanto antes.
El premier no tiene ninguna posibilidad de escapar a la comisión de investigación oficial que, después de la guerra, estudiará los errores que permitieron a los terroristas de Hamas asesinar a más de mil 400 israelíes -civiles y militares-, dejar miles de heridos y secuestrar a más de 200 personas, entre ellas 26 niños, que aún están como rehenes en la Franja de Gaza.
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Ante ese calamitoso balance, Netanyahu tendrá que explicarse sobre la estrategia utilizada con el movimiento islamista. Todo indica que apostó por la economía para “contener” a Hamas, amo y señor de la Franja de Gaza. Por esa razón, permitió a Qatar transferir ingentes sumas de dinero, en valijas diplomáticas que transitaban por territorio israelí: más de mil millones de dólares llegaron en seis años al enclave palestino.
Pero sobre todo porque, enemigo acérrimo del principio de dos Estados, consideraba una prioridad debilitar a la Autoridad Nacional Palestina, dirigida por Mahmoud Abbas, aumentando el poder de Hamas. Una y otra vez habría declarado ante los diputados del Likud que “quien esté en contra de un Estado palestino debe estar a favor de la financiación qatarí de Hamas”.
“Oficialmente, se trataba de ayuda ‘humanitaria’ para su población, presa de la miseria y las privaciones. Pero no era misterio para nadie que la rama militar de Hamas retenía parte de esa fortuna para comprar y producir armas”, señala David Khalfa, especialista de Medio Oriente.
Netanyahu también esperaba que, aumentando los permisos de trabajo en Israel para los palestinos de Gaza, Hamas decidiría no poner en peligro esa entrada vital de divisas manteniendo una precaria calma, interrumpida por enfrentamientos esporádicos, pero limitados.
Esa voluntad de no ver los peligros quedó al descubierto seis días antes del terrible ataque islamista en las declaraciones de Tzahi Hanegbi, uno de los hombres de confianza del primer ministro y consejero para la seguridad nacional, para quien Hamas “estaba de rodillas” e Israel disfrutaría de “15 años de calma”.
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Falló la "magia"
Netanyahu tampoco estuvo a la altura de su reputación de “mago” en materia de comunicación. Tuvo que pasar una semana antes de que decidiera trasladarse a las localidades mártires del sur del país, y los cinco días de regateos, por razones de ego, en torno a la formación de un gabinete de urgencia nacional con el centrista Benny Gantz, exjefe de Estado Mayor, no mejoraron su imagen.
Pero el ataque del 7 de octubre no fue un hecho aislado. Se podría incluso decir que fue una de las consecuencias de la política profundamente divisiva que practicó en el país, sembrando una discordia social, que sin duda fue interpretada por Hamas como un signo de debilidad que lo animó a pasar a la acción.
Para conservar el poder, Netanyahu abrió por primera vez las puertas del gobierno a tres partidos de extrema derecha, religiosos y antiárabes, y lanzó una reforma judicial considerada liberticida por centenares de miles de manifestantes que desfilaron en las calles desde comienzos de año, para impedir que la Corte Suprema quedara sometida al gobierno.
Para gran cantidad de observadores y miembros de la oposición, el fin de esa reforma era, sobre todo, evitar que el primer ministro terminara en la cárcel. Netanyahu es, en efecto, juzgado en Jerusalén por corrupción, fraude y abuso de confianza en tres casos en los cuales afirma ser inocente.
En el plano internacional, los resultados son igual de negativos. La relación con el gran aliado estadounidense, pilar estratégico vital para el Estado hebreo, está en el peor momento. Hecho sin precedentes, Netanyahu es el primer jefe de gobierno israelí que nunca recibió una invitación de la Casa Blanca desde que formó su último gobierno, en enero.
La razón es simple y pública: el presidente demócrata, Joe Biden, no lo soporta, más allá de su reciente visita a Tel Aviv para expresar solidaridad. Como tampoco ocultó sus reservas sobre la reforma judicial. Por su parte, el expresidente Donald Trump estimó públicamente que debería ser destituido después del ataque de Hamas.
El primer ministro israelí pensaba borrar todos esos “tropiezos” concluyendo un acuerdo “histórico” de reconocimiento de Israel por parte de Arabia Saudita, cuna del islam. Pero las represalias israelíes en la Franja de Gaza obligaron al príncipe heredero, Mohammed ben Salman, a dar marcha atrás. Y lo mismo sucedió con todos los demás gobiernos del mundo árabe que participaban en ese proceso de reconciliación.
Toda la cuestión ahora reside en saber cuál será la táctica que Netanyahu adoptará para defenderse de las acusaciones que llueven sobre sus hombros. Algunos de sus partidarios ya acusaron al ejército (Tsahal), a los servicios de seguridad responsables de la lucha antiterrorista (Shin Bet), incluso a los servicios secretos (Mossad) de haberse dejado engañar por Hamas y dar al primer ministro un panorama erróneo.
Pero el argumento no parece sostenible. “Su responsabilidad es aplastante. Netanyahu cedió todo a su extrema derecha, con la cual concluyó una alianza en 2022 para volver al poder, favoreciendo la colonización a ultranza en Cisjordania. Con ese fin, usó al Tsahal para hacer de policía en esos territorios, desguarneciendo el flanco sur. Es decir, la Franja de Gaza”, analiza Gilles Keppel, especialista en el mundo árabe.
Mucho más virulento, el historiador y exembajador de Israel Eli Barnavi califica al primer ministro de “último promotor de una política imbécil”, que permitió a Hamas prosperar con el resentimiento de los palestinos.
“Para satisfacer a la extrema derecha más radical, a quien solo le interesa la extensión de la colonización, desprotegió lo que para él y su gobierno de ineptos consideran las ‘elites’ del sur. Pero fueron justamente ellos, los habitantes de los kibbutz, defensores del principio de dos Estados y calificados de ‘izquierdistas traidores’ por Netanyahu y sus lacayos, quienes sufrieron en carne propia el asalto de los terroristas. Son ellos también quienes soportan el esfuerzo de guerra” (pues los ortodoxos judíos pueden solicitar ser dispensados del servicio militar), declara Barnavi.
Quienes conocen su universo mental, afirman que, para él, el problema palestino nunca existió. “El ‘señor seguridad’, como le gustaba ser apodado, hizo campaña durante diez años con el lema: ‘En el poder destruiré de una vez por todas a Hamas y sus capacidades político-militares’”, recuerda David Khalfa.
Después de la tragedia, aunque no se pueda decir que Netanyahu haya inventado a Hamas, parece haberle asegurado las condiciones para la peor catástrofe militar que el Estado de Israel haya sufrido desde su creación.
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