Los sirios, al igual que la mayor parte de la comunidad internacional, celebró la caída del exdictador sirio, Bashar al-Assad, tras décadas de imponer el terror en el país. Y antes que él, su padre.
El destino sirio es incierto. La posibilidad de que un régimen islámico se instale en el país y se convierta en un nuevo Afganistán; o de que el país quede fragmentado y en el caos total; o de que países como Turquía o Israel intervengan, con las consecuencias que ello puede tener para los kurdos, para el territorio sirio; o de que se desate la persecución de otras minorías religiosas, como los cristianos, significan que, por ahora, el festejo se limita a la caída del “carnicero de Siria”.
Sin embargo, son festejos que ocultan una triste realidad. Al-Assad cayó, sí; tuvo que dejar sus palacios y sus autos de lujo, y huir a toda prisa. Pero hoy se encuentra a salvo, refugiado en Rusia, a pesar de todos los crímenes que cometió en contra de su propio pueblo. Bajo el régimen de Al-Assad, más de 15 mil personas fueron torturadas hasta la muerte desde que comenzó la represión de las protestas de la mal llamada “Primavera Árabe” —que en la mayoría de los casos derivó en el Aplastamiento árabe—, en 2011, según cifras de la Red Siria para los Derechos Humanos (SNHR). Más de 150 mil personas fueron arrestadas de forma arbitraria.
De esos detenidos no se volvió a saber nada y es sólo tras el colapso de Al-Assad que la gente ha comenzado a dimensionar cuánta gente murió, cuántos perdieron la razón, cuántas mujeres fueron violadas… cuánto infierno han vivido los sirios.
Al-Assad no sólo torturó y encerró. Tampoco dudó en atacar a su gente con armas químicas. Sólo en agosto de 2013 lanzó gas sarín en Ghouta para acabar con la oposición. Se reportaron más de mil 400 muertos, en su mayoría mujeres y niños.
El entonces presidente estadounidense Barack Obama advirtió a Al-Assad que el uso de gas armas químicas era una “línea roja” que no toleraría que el régimen sirio cruzara.
Muy obediente, Al-Assad ya no usó gas sarín… optó por el gas cloro. Sólo en 2014 se reportaron 10 ataques con gas cloro en el norte de Siria. Obama no hizo nada.
En abril de 2017, uno de esos ataques mató a casi un centenar de personas. Ya con Donald Trump al frente, las advertencias volvieron. Trump, junto con Reino Unido y Francia, atacaron instalaciones de armas químicas. Fin del mensaje.
Al-Assad siguió masacrando a su gente impunemente, lanzando bombas de barril, pulverizando barrios enteros, con la ayuda de su gran aliado, Rusia.
Ahora que el dictador ha caído, finalmente podría hacerse justicia pero… ¿quién la va a hacer? Siria no es parte de la Corte Penal Internacional (CPI), como tampoco lo es Rusia. Otros países firmantes podrían hacerla valer, pero Al-Assad difícilmente saldrá del país que lo refugió porque sabe lo que le espera.
El nuevo liderazgo que se instale en Siria podría juzgar y condenar a Al-Assad y sus secuaces. Pero con el exdictador fuera del territorio, quedará en letra muerta.
Para los sirios que soportaron ese reinado de terror, es un panorama triste, ni siquiera tener la esperanza de que habrá justicia, de que lo único que pueden celebrar es que Al-Assad no estará más, pero tampoco pagará por lo que hizo. Su única oportunidad: que Vladimir Putin se canse de Al-Assad y lo entregue, o se encargue de él. Pocas esperanzas, para un pueblo tan cruelmente reprimido.