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Madrid
El aumento del turismo suele ser interpretado como una señal de bonanza; sin embargo, cuando el número de visitantes desborda las expectativas, los turistas pueden llegar a convertirse en una presencia incómoda para los vecinos, tal como sucede en algunas de las ciudades más cotizadas.
En situaciones extremas, los turistas acaban provocando el rechazo de grupos radicales que se oponen a que los foráneos invadan todos los espacios urbanos, conforme a un modelo de crecimiento que muchos consideran inviable.
Es lo que está sucediendo en Barcelona, la ciudad española con más visitantes, y donde se han registrado episodios de turismofobia por parte de organizaciones independentistas que protestan contra el turismo masivo que consideran perjudicial para la convivencia y el desarrollo sostenible de la capital catalana, además de contribuir a la precariedad laboral.
La última acción de Arran, colectivo de jóvenes catalanes independentistas, tuvo lugar en el emblemático edificio de La Pedrera de Barcelona, diseñado por el célebre arquitecto Antonio Gaudí. Los radicales colgaron de la fachada una pancarta con la leyenda: “El turismo mata la ciudad”. En julio de 2018, integrantes de Arran llevaron a cabo asaltos relámpagos a autobuses turísticos en Barcelona y Valencia para encender botes de humo y exhibir pancartas contra la llegada masiva de visitantes a lo que denominan Países Catalanes.
“El turismo masivo genera un trabajo absolutamente precarizado, que en buena parte asumen las personas jóvenes y a menudo sin contrato, sin horarios fijos, y cobrando sueldos pésimos”, denuncian los inconformes para justificar sus acciones de propaganda, que incluyen también performances y actos de protesta ante grupos de turistas.
La Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, que recibió en 2018 casi 16 millones de turistas, también se está movilizando contra las visitas masivas.
En algunas de las zonas más concurridas de la ciudad, la entidad repartió folletos entre los turistas extranjeros a los que pedía que no hablaran de sus vacaciones en la Ciudad Condal cuando regresaran a sus países de origen.
“Barcelona es un tesoro, ¡escóndelo!”, era el lema con el que los vesczvxcinos solicitaban a los visitantes que no alentaran el turismo hacia la capital catalana.
“La industria turística, que es importantísima para Barcelona, debe estar al servicio de la ciudad, y no al revés”, asegura el teniente de alcalde del ayuntamiento catalán, Jaume Collboni, sobre la pujanza de un sector que en 2018 aportó a la economía local 13 mil millones de euros.
El objetivo es que Barcelona siga siendo una ciudad habitada y no se convierta en un cascarón como Venecia, defienden las autoridades municipales que reprueban cualquier acto de turismofobia.
El combate contra la proliferación de alojamientos turísticos ilegales, la prohibición de construir nuevos hoteles en el centro y el reforzamiento de algunas líneas del transporte público, figuran entre las iniciativas del ayuntamiento de Barcelona para regular el turismo.
En otras ciudades como Palma de Mallorca se han producido también algunas acciones aisladas contra los visitantes por parte de grupos radicales que recientemente rompieron con bates los parabrisas y pincharon las llantas de varios de los coches que rentan los turistas.
En los muros del casco viejo de San Sebastián y Bilbao aparecen desde 2017 leyendas contra los visitantes (“Tourist go home”), firmadas por independentistas vascos.
Con un total de 82.6 millones de turistas anuales, España fue en 2018 el segundo país más visitado del mundo después de Francia.