Bruselas.— Para algunos Estados productores de gas y petróleo, la abundancia de energía supone un activo estratégico que puede ser usado para sustraer beneficios en la arena internacional.
Esto es particularmente evidente en las naciones autoritarias, que han venido utilizando su posición ventajosa de manera ofensiva y defensiva para sumar aliados, obtener favores o castigar a sus adversarios.
La más clara ilustración es la invasión de Rusia en Ucrania. De no haber sido por sus reservas energéticas, la riqueza que generan y la vulnerabilidad de los clientes del hidrocarburo ruso, muy probablemente el presidente Vladimir Putin nunca se hubiera envalentonado a crear un conflicto de inestabilidad global. Rusia emprendió el camino de la guerra gozando el título de “titán” en los mercados energéticos. Moscú figura entre los tres mayores productores de crudo, junto con Arabia Saudita y Estados Unidos, mientras que en materia de gas no tiene rival, nadie genera y exporta más, sostiene la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
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Ambos sectores representaron 45% del presupuesto federal en 2021 y permitieron al régimen ruso iniciar una guerra con las arcas públicas llenas. En febrero de 2022, cuando las tropas rusas entraron a territorio ucraniano, las reservas ascendían a 643 mil millones de dólares, de acuerdo con cifras del Banco de Rusia.
La incursión armada en Ucrania arrancó teniendo como principal importador de crudo a China, con 1.6 millones de barriles por día, y a la Unión Europea (UE) como el mayor comprador de gas, casi 40% de la demanda total del bloque procedía de los gasoductos rusos en 2021.
Consciente de la dependencia energética de la Unión Europea y las eventuales oportunidades creadas por el desarrollo de infraestructura a lo largo de la última década para abastecer los mercados de Asia, particularmente China y Japón, Putin asumió el riesgo político de agredir a Ucrania.
En Bruselas no saben con precisión si las medidas de castigo adoptadas por la Unión Europea en represalia cumplen el objetivo de debilitar la capacidad de Rusia para financiar la guerra.
Lo que está confirmado es que la economía rusa está sufriendo. Un análisis del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) calculó que la economía rusa se habría contraído en 2022 entre 3.4% y 4.5%; mientras que para este 2023 disminuiría entre 2.3% y 5.6%.
Pero también Moscú está tratando de amortiguar las pérdidas por las sanciones de Occidente diversificando su mercado. “En un intento por liberar al país de su dependencia del mercado europeo del gas, Rusia ha aumentado las exportaciones de a China”, así como ha incrementado la producción de gas natural licuado, indica un análisis elaborado por Grzegorz Kuczynski, del think tank polaco Warsaw Institute.
Detalla que el suministro de gas natural licuado a China ascendió a 6.5 millones de toneladas, 43.9% más que en 2021; esto se tradujo en ingresos por 6,74 mil millones de dólares para las arcas rusas, pero Rusia no es la única nación que utiliza su riqueza energética para obtener más que ingresos económicos. La gran mayoría de los Estados con grandes reservas energéticas y clasificados por la organización Freedom House como autoritarios o sin libertades usan el “oro negro” como herramienta para influir en el exterior, para promover y proteger intereses nacionales, para castigar y recompensar.
Un estudio elaborado a solicitud de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo identificó en 2018 a un total de nueve países autoritarios (Rusia, Irán, Azerbaiyán, Kazajistán, Libia, Qatar, Arabia Saudita, Turkmenistán y Venezuela) que utilizan su riqueza energética como herramienta defensiva u ofensiva en el contexto de su política exterior. Uzbekistán también se consideró en este apartado, aunque el estudio reportó que no hay datos disponibles.
Por ejemplo, Qatar, el mayor proveedor de gas natural licuado del mundo, ha explotado este status para construir fuertes lazos con las mayores potencias consumidoras de energía. Esto le ha ofrecido un blindaje frente a la crítica exterior, particularmente con relación al apoyo a movimientos extremistas.
Otra nación que ha sabido utilizar a la defensiva su fortaleza energética es Arabia Saudita; su posición como principal productor de petróleo en Medio Oriente le ha permitido obtener el apoyo de Estados Unidos y China en los foros internacionales, a pesar de los abusos a los derechos humanos y su guerra en Yemen.
Azerbaiyán usa la carta energética en ambas vías. A la defensiva, para contener la influencia de Rusia construyendo fuentes de suministro directas a la Unión Europea, y a la ofensiva, desarrollando oleoductos y gasoductos que esquivan Armenia, país con el mantiene un conflicto armado abierto por la región de Nagorno-Karabaj.
Aunque el ejemplo histórico más claro de uso de las exportaciones de energía como herramienta ofensiva de política exterior fue el embargo petrolero a Occidente en octubre de 1973. En represalia al apoyo a Israel en su confrontación contra la coalición árabe formada por Egipto y Siria, la llamada guerra de Yom Kippur, Irán, Iraq, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Arabia Saudita y Qatar, decidieron elevar los precios del petróleo y recortar la producción. Como consecuencia, el precio global se cuadruplicó empujando a Estados Unidos, aliado de Israel, a negociar el alto al fuego.
“La mayoría de los Estados autoritarios usan su riqueza energética para asegurar la supervivencia del régimen, pero más que otros, Rusia utiliza su riqueza energética también para proteger y promover sus intereses en su esfera más cercana y hacer sentir su influencia geopolítica más allá, incluso en Europa”, indica el reporte de uso de los eurodiputados.
“Por supuesto, no todas las partes de la política energética de Rusia están dictadas por motivos geopolíticos, pero cuando lo es, ejerce presión política a través de los siguientes medios: manipulación de la política de precios, control de activos energéticos, como gasoductos y operadores de gas en países clave; cortes de suministro, acuerdos restrictivos y desarrollo de rutas alternativas para desviar flujos”.
Fuera del bloque autoritario hay otras naciones han usado estratégicamente la carta energética, como es el caso de Nigeria, que junto con Libia tienen las mayores reservas comprobadas de petróleo en África.
Nigeria, que pelea con Angola la corona como mayor productor de crudo regional, ha utilizado su fortuna energética para desarrollar vínculos estrechos con tres miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Estados Unidos, China y Rusia, y no precisamente para satisfacer las necesidades internas. El involucramiento de las potencias en la explotación de las oportunidades comerciales no se ha traducido en un mayor bienestar, sólo 55.4% de la población contaba con electricidad en 2020, precisa el último reporte del Banco Mundial.
“La corrupción sigue siendo endémica en la clave industria petrolera. Los desafíos de seguridad, incluyendo la insurgencia, los secuestros y la violencia comunitaria y sectaria en la región del Cinturón Medio amenazan los derechos humanos de millones de nigerianos”, indica Freedom House.
Pero no sólo los Estados proveedores del Golfo Pérsico, el Cáucaso, Asia Central y África usan la energía como medio de política exterior, también naciones que desempeñan un papel clave de tránsito. Turquía es esencial para dar salida al petróleo procedente de Asia Central y para el envío de gas a la Unión Europea por el gasoducto del Cáucaso del Sur. Por ésta última vía, Europa recibió 11.4 mil millones de metros cúbicos de gas natural (bcm) en 2022, por encima de los 8.1 bcm el año previo, lo que muestra su creciente importancia en el plan de diversificación comunitario para reducir su vulnerabilidad ante Rusia.
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