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El clima de la Tierra está cambiando rápidamente.
En algunas áreas, el aumento de las temperaturas está incrementando la frecuencia y la probabilidad de incendios forestales y sequías.
En otras, hace que los aguaceros y las tormentas sean más intensos o acelera el ritmo del derretimiento de los glaciares.
Julio de 2023 es una clara ilustración de exactamente esto.
Partes de Europa y Canadá fueron devastadas por incendios forestales, mientras que Pekín registró sus precipitaciones más intensas en al menos 140 años.
Mirando hacia atrás, entre 2000 y 2019, los glaciares del mundo perdieron alrededor de 267 gigatoneladas de hielo por año.
El derretimiento de los glaciares contribuye al aumento del nivel del mar (que actualmente crece aproximadamente 3,3 milímetros por año) y a más peligros costeros, como inundaciones y erosión.
Pero las investigaciones sugieren que nuestro clima cambiante no solo puede influir en los peligros en la superficie de la Tierra.
El cambio climático, y específicamente el aumento de las tasas de lluvia y el derretimiento de los glaciares, también podría exacerbar los peligros debajo de la superficie de la Tierra, como los terremotos y las erupciones volcánicas.
La sequía en Europa y Norteamérica recibió mucha cobertura mediática reciente.
Pero el sexto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático reveló en 2021 que la precipitación promedio en realidad aumentó en muchas regiones del mundo desde 1950.
Una atmósfera más cálida puede retener más vapor de agua, lo que posteriormente conduce a niveles más altos de precipitación.
Curiosamente, los geólogos han identificado durante mucho tiempo una relación entre las tasas de lluvia y la actividad sísmica.
En el Himalaya, por ejemplo, la frecuencia de los terremotos está influenciada por el ciclo anual de precipitaciones de la temporada de monzones de verano.
Las investigaciones revelan que el 48% de los terremotos del Himalaya ocurren durante los meses más secos previos al monzón -marzo, abril y mayo-, mientras que solo el 16% ocurre en la temporada del monzón.
Durante la temporada de monzones de verano, el peso de hasta 4 metros de lluvia comprime la corteza tanto vertical como horizontalmente, estabilizándola.
Cuando esta agua desaparece en invierno, el "rebote" efectivo desestabiliza la región y aumenta el número de terremotos que se producen.
El cambio climático podría intensificar este fenómeno.
Los modelos climáticos proyectan que la intensidad de las lluvias monzónicas en el sur de Asia aumentará en el futuro como resultado del cambio climático.
Esto podría mejorar el rebote invernal y causar más eventos sísmicos.
El impacto del peso del agua sobre la corteza terrestre va más allá de la simple precipitación; se extiende también a los glaciares.
Cuando la última edad de hielo llegó a su fin hace aproximadamente 10.000 años, el derretimiento de grandes masas de hielo provocó que partes de la corteza terrestre se elevaran.
Este proceso, llamado rebote isostático, se evidencia en las playas elevadas de Escocia, algunas de las cuales se encuentran hasta 45 metros sobre el nivel actual del mar.
La evidencia de Escandinavia sugiere que tal levantamiento, junto con la desestabilización de las placas tectónicas de la región, desencadenó numerosos terremotos hace entre 11.000 y 7.000 años.
Algunos de estos terremotos incluso superaron la magnitud de 8,0, lo que indica destrucción severa y pérdida de vidas.
La preocupación es que el derretimiento continuo del hielo glacial hoy podría tener efectos similares en otros lugares.
¿Qué ocurre con la actividad volcánica?
La investigación también ha encontrado una correlación entre los cambios de carga glacial en la corteza terrestre y la aparición de actividad volcánica.
Hace aproximadamente 5.500-4.500 años, el clima de la Tierra se enfrió brevemente y los glaciares comenzaron a expandirse en Islandia.
El análisis de los depósitos de ceniza volcánica repartidos por toda Europa sugiere que la actividad volcánica en Islandia se redujo notablemente durante este período.
Hubo un aumento posterior en la actividad volcánica después del final de este período frío, aunque con un retraso de varios cientos de años.
Este fenómeno puede explicarse por el peso de los glaciares que comprimen tanto la corteza terrestre como el manto subyacente (la mayor parte sólida del interior de la Tierra).
Esto mantuvo el material que forma el manto bajo una presión más alta, lo que impidió que se derritiera y formara el magma necesario para las erupciones volcánicas.
Sin embargo, la desglaciación y la pérdida de peso asociada en la superficie de la Tierra permitieron que ocurriera un proceso llamado derretimiento por descompresión, donde una presión más baja facilita el derretimiento en el manto.
Tal fusión resultó en la formación del magma líquido que alimentó la actividad volcánica subsiguiente en Islandia.
Incluso hoy, este proceso es responsable de impulsar cierta actividad volcánica en Islandia.
Las erupciones en dos volcanes, Grímsvötn y Katla, ocurren constantemente durante el período de verano, cuando los glaciares retroceden.
Por lo tanto, es factible que el retroceso de los glaciares en curso debido al calentamiento global pueda aumentar la actividad volcánica en el futuro.
De todas formas, el lapso entre los cambios glaciales y la respuesta volcánica es tranquilizador por ahora.
Los impactos de un clima cambiante son cada vez más evidentes, y los fenómenos meteorológicos inusuales se han convertido en la norma y no en la excepción.
No obstante, los impactos indirectos del cambio climático en el suelo, debajo de nuestros pies, no son ampliamente conocidos ni discutidos.
Esto debe cambiar si queremos minimizar los efectos del clima cambiante que ya se han puesto firmemente en marcha.
*Matthew Blackett es profesor de Geografía Física y Peligros Naturales en la Universidad de Coventry, Inglaterra.
Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para leer la versión original (en inglés).
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