Washington.— El turismo espacial puede verse como una excentricidad de multimillonarios, una utopía para el común de los mortales. Cuando hace 20 años, el estadounidense Dennis Tito pagó 20 millones de dólares por estar una semana en la Estación Espacial Internacional, se hablaba del inicio de una nueva era turística, aunque sólo estuviera reservada para aquellos con mucho tiempo libre y una billetera extremadamente llena. La dificultad de acceso a este tipo de viajes ha sido tal que desde entonces sólo otras siete personas han tenido el dinero y la preparación para hacer un viaje parecido al que hizo Tito hace dos décadas.
Algo podría estar cambiando, y la ignición de una nueva era podría empezar este mismo domingo. Con el financiamiento de unos pocos multimillonarios, con una mezcla de emprendeduría, aventura y atrevimiento, los viajes espaciales, ni que sea a nivel suborbital pero suficiente para ver la curvatura de la superficie terrestre, pueden empezar a ser más comunes de lo que nunca se creyó. Al menos para aquellos que tengan el dinero para pagarlo.
Al frente de la odisea están Richard Branson (Virgin Galactic) y Jeff Bezos (Blue Origin). Dos multimillonarios que invierten su capital a sus sueños de infancia: estar en el espacio. “Desde que tenía cinco años he soñado con viajar al espacio”, reconoce Bezos en un mensaje en Instagram.
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“Desde mi perspectiva”, apunta Wendy Whitman Cobb, profesora de estrategia y seguridad de la Escuela de Estudios Avanzados del Aire y el Espacio de la Fuerza Aérea de EU, “los anuncios recientes de empresas como Blue Origin son la apertura a una era en la que más gente puede experimentar el espacio. Con el deseo de construir un futuro para la humanidad en el espacio, estas empresas están buscando usar el turismo espacial como una forma de demostrar la seguridad y fiabilidad del viaje espacial al público en general”.
Según Dylan Taylor, filántropo e inversor de la organización Space for Humanity, el sector podría llegar a mover 3 mil millones de dólares en 2030.
Si las condiciones climáticas y tecnológicas lo permiten, hoy Branson se embarcará en su avión SpaceShipTwo, que le llevará en un viaje de más de una hora en el que, en su cenit, a unos 80 kilómetros de altura, experimentará gravedad cero durante cuatro minutos y, a su vez, podrá disfrutar de una visión única: ver la curvatura de la Tierra. Después, el avión volverá a entrar en las capas bajas de la atmósfera para aterrizar.
La intención de Branson es dar confianza y fiabilidad, después de que en el esprint que trató de hacer en 2014, un avión parecido se estrelló y mató a un copiloto.
Bezos, que abandonó su cargo de mandamás de Amazon para dedicarse a sus tareas filantrópicas, hará lo propio nueve días después en la cápsula New Shepard, el día que se celebran los 52 años del alunizaje del Apolo 11.
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Junto al exlíder de Amazon viajarán su hermano, una mujer de 82 años a la que en los 60 se le negó entrar en el mundo aeroespacial por su género, y el ganador de una subasta por el último asiento disponible, que desembolsó 28 millones de dólares.
Su sistema es diferente: su cápsula autónoma, una vez se separa del cohete impulsor, tarda poco más de 10 minutos en elevarse, estar en suspensión y regresar a la Tierra. Su punto más alto: 100 kilómetros de altura, justo en la línea de Kármán, considerada la frontera entre la atmósfera y el espacio exterior cuando se habla de aviación; la frontera entre ser un pasajero aéreo y un astronauta.
“Siempre hemos tenido la misión de querer volar por encima de la línea de Kármán, porque no queremos que haya asteriscos al lado de un nombre sobre si eres un astronauta o no”, decía hace un par de años Bezos. Una frase que ha recuperado ahora, básicamente para dar más trascendencia aeroespacial a su vuelo y dejar de lado el de Branson, quien por sorpresa, hace unos días, adelantó su fecha de despegue para así poder decir que él fue el primero en lanzar la era del turismo espacial.
“Nadie me va a creer, pero honestamente, no hay competición”, aseguraba Branson hace unos días. De todo esto se desprende al menos una lucha por el mayor impacto mediático, que a futuro puede convertirse en mayor cuota de un mercado de clientes que está deseoso de nuevas experiencias. Virgin Galactic, por ejemplo, ya tiene más de 600 personas con reserva de un billete en su avión, a cambio de 250 mil dólares por ticket; se espera que, si se llega a popularizar, pueda volverse hasta cinco veces más barato. Bezos todavía no ha puesto precio a su servicio.
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Si todo sale bien, la compañía de Branson pretende empezar los viajes turísticos a principio del próximo año, con la aspiración de, en el plazo más corto posible, poder ofrecer hasta 400 vuelos suborbitales al año.
A este grupo selecto de multimillonarios visionarios también hay que añadir a Elon Musk y su SpaceX, mucho más avanzado en tecnología aeronáutica y que ya hace negocios y colabora con la NASA; su propuesta de turismo es mucho más ambiciosa, con paquetes de tres o cuatro días gravitando alrededor de la Tierra.
Este viaje totalmente orbital ya tiene un primer cliente: el millonario Jared Isaacman, que compró los cuatro billetes disponibles para estar cuatro días en el espacio a bordo de la nave de SpaceX por un precio desconocido; el viaje está previsto para finales de este año, y pretende tener carácter benéfico, con el que se espera recaudar más de 200 millones de dólares.
Musk; sin embargo, no esconde que estos viajes sólo son un paso intermedio para su verdadero objetivo: colonizar Marte.
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