Washington.— Ahora sí: llegó el disparo de salida definitivo que da inicio a la campaña electoral en Estados Unidos. Extraña pensar que, con el incesante bombardeo político que se vive en la Unión Americana constantemente, haya una marca temporal concreta que dictamine el inicio oficioso de la carrera hacia las elecciones del 3 de noviembre, y más después de la distópica etapa de primarias vivida desde hace más de un año —especialmente en las filas del Partido Demócrata—.

Sin embargo, a partir de este lunes todo pasa a una nueva dimensión. Desde la semana pasada, las duplas de aspirantes de los dos principales partidos están por fin confirmadas. El demócrata Joe Biden postergó más de lo previsto la elección histórica de la senadora negra Kamala Harris como compañera de fórmula, y con ello se diluyó la única incógnita que quedaba para unos comicios que otra vez se consideran los más importantes de la historia.

El pistoletazo que dará pie a la recta final de la carrera electoral será este lunes con la inauguración de la convención política del Partido Demócrata, al que le seguirá una semana después la de su rival, el Partido Republicano. Dos cónclaves cuya función principal es coronar a sus aspirantes presidenciales, Biden y el actual presidente Donald Trump, respectivamente; dos eventos de gran tradición política que como todo en el planeta vivirán una edición distópica por la pandemia de coronavirus que está afectando de una forma sin precedentes a Estados Unidos.

Normalmente, las convenciones eran una bacanal de poder, una orgía de influencias y lobbys, un festín de discursos políticos, un paseo de caras conocidas. Pabellones deportivos con miles de simpatizantes políticos, llenos de globos y pancartas; parafernalia, pomposidad, fiesta grande con un único objetivo: la proyección mediática de la unidad del partido, de la grandeza del candidato, de las opciones reales de llegar a la Casa Blanca en noviembre.

“Las convenciones modernas son una oportunidad para presentar al nominado del partido gracias a la atención de los medios del país y la cobertura en máxima audiencia durante tres días”, comenta a EL UNIVERSAL Suzanne Leland, profesora de la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte y coautora de un libro sobre las convenciones políticas en Estados Unidos. Sin embargo, el coronavirus lo ha desmontado todo, y los partidos han tenido que hacer malabares para adaptarse.

En el bando demócrata, lo que tenían que ser cuatro días de horas y más horas de actos en la ciudad de Milwaukee (Wisconsin, estado que se prevé clave en las elecciones) se desmoronó por completo muy pronto, con un cambio de planes rapidísimo. En parte por precaución, en parte para contraponer su cautela y prevención al desbarajuste de las políticas de la Casa Blanca de Trump, decidieron desde hace semanas cancelar cualquier acto presencial y convertirlo todo en un encuentro virtual.

Serán cuatro noches de dos horas de emisión, en horario de máxima audiencia, con la aparición de las principales figuras del partido, que tendrán la difícil tarea de cambiar todo el guion escrito y adaptarse a un discurso en el que no habrá reacciones ni aplausos ni algarabía.

“Un discurso para televisión es muy diferente a uno para una audiencia en vivo”, analizaba Kathleen Hall Jamieson, experta en comunicación política de la Universidad de Pennsylvania.

“Mientras en un texto para una audiencia en vivo escribes frases para conseguir aplausos y vítores; uno para televisión puede permitirse más reflexión”, añadía.

Encajar todos los nombres relevantes ha sido una tarea titánica y no exenta de críticas; por ejemplo, a la gran estrella emergente del partido, Alexandria Ocasio-Cortez, sólo le han dado 60 segundos. Las protestas han sido enormes.

Donald Trump ha tenido que sucumbir a la realidad y renunciar a celebrar la convención republicana en un estadio lleno a rebosar de sus seguidores, la vitamina que le energiza y donde más cómodo se siente.

Durante días estuvo tratando de mantenerlo hasta las últimas consecuencias, incluso planteando un cambio de sede (de Charlotte, Carolina del Norte, a Jacksonville, en Florida) para tratar de sostener la posibilidad de rodearse de su base.

La realidad le ha hecho poner los pies en el suelo, y decidió cortar todo de raíz: en lugar de los correspondientes cuatro días de encuentro republicano, sólo se transmitirá en vivo su discurso de aceptación de la nominación, que hará desde la Casa Blanca. Decisión polémica por tratarse de un edificio público: “Es ilegal hacer eventos privados como las convenciones y discursos en propiedad federal a menos que se cambie la ley, no se permitirá que un presidente en el cargo dé el discurso de aceptación desde la Casa Blanca”, alerta Leland.

Pero más allá de las logísticas, los discursos y los mensajes, el coronavirus —como en otras cosas de la vida— ha hecho replantearlo todo, pensar el sentido real de las convenciones, y poner a los estamentos políticos a reflexionar sobre el papel que tienen y la necesidad y sentido que se hagan en el futuro.

“[La pandemia] quizá ha servido para responder una pregunta que se arrastra desde hace décadas”, se preguntaban hace poco en la televisión pública PBS: “¿Tiene sentido organizar un evento que crea una realidad tan artificial?”.

“Han mutado de auténticos encuentros políticos a astutas producciones publicitarias”, escribía recientemente el columnista Doyle McManus de Los Angeles Times. El suspense que había antaño ha desaparecido, con los candidatos elegidos desde hace meses y las plataformas políticas que debían debatirse en las convenciones establecidas con antelación.

“Es por eso que yo las llamo ‘convenciones de confirmación’”, resume para EL UNIVERSAL R. Craig Sautter, autor de tres libros sobre convenciones presidenciales y elecciones, y profesor de la DePaul University.

Mantener las convenciones presenciales es un debate a tener en cuenta.

Está en juego acabar con la tradición clásica de evento único de unidad del partido, con la importancia de los contactos cara-a-cara de los miembros del partido, las discusiones personales y de estrategia que pueden darse, el cónclave con todos los niveles de poder, el descubrimiento de nuevas figuras emergentes.

En la balanza hay que colocar qué se quiere conseguir con unas convenciones que, realmente, solo tienen un único punto de interés: el discurso del candidato, el anuncio publicitario que arranca la fase final de la campaña electoral. Hacerlo presencial antes miles de personas o virtual no significa mucho cambio en ese aspecto, y quizá servirá de justificación para aquellos que apuestan por acabar de una vez por todas con las convenciones tal y como las conocemos.

“El evento más importante de una convención en persona o virtual es el discurso de aceptación del nominado”, argumenta Sautter. “Los candidatos ya leen desde un teleprompter, así que a excepción de la audiencia, no será muy diferente. Será como el beisbol sin fanáticos en las gradas”, resume.

Además, hay que tener en cuenta que los medios de comunicación cada vez dedican menos tiempo a las convenciones, y si se achica el tiempo e importancia puede que reciban todavía menos atención, algo que los partidos no quieren.

Eso a pesar de que cada vez tienen menos impacto en la opinión pública estadounidense, con rebotes en las encuestas que no han superado los 3 puntos porcentuales en las últimas dos décadas y que no se mantienen ni por una semana, debido a la velocidad de vértigo de los ciclos informativos. Además, el número de indecisos es cada vez menor en un país extremadamente polarizado; el discurso de la convención es más para movilizar a los propios que para virar a los extraños.

El futuro de las convenciones dependerá del resultado de este año. “En función de cómo resulten esas convenciones, las futuras podrían ser reducidas a dos días, simplificadas. Producirlas cuesta millones de dólares, y las ciudades ya no quieren poner ese dinero”, reflexiona Sautter.

Ese es otro elemento: el impacto que tienen en las ciudades que deciden ser sede. Hospedar una convención es recibir el desembarco de decenas de miles de personas. “A las ciudades les gusta ser sede de grandes eventos como las convenciones porque conlleva ingresos y publicidad para la ciudad”, asegura Leland. Sin embargo, este año han sufrido un golpe tremendo: se estima que las ciudades que iban a ser sede de las convenciones perderán cada una unos 200 millones de dólares de ingresos en la economía local.

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