Faltaban 15 minutos para la medianoche del lunes 19 de marzo cuando Marcelo Crovato logró ingresar a Buenos Aires junto con su familia.

Había pasado 1426 días como preso político en Venezuela y había estado dos días prófugo en Colombia.

"Cuando estaba entrando a la ciudad, veía los sitios conocidos y no podía creerlo, me parecía irreal estar aquí. Entramos por la avenida 9 de Julio y vi el Obelisco. Fue una emoción enorme saber que ya estábamos acá. Ahora sí mi libertad era absolutamente plena y la seguridad era total para mí y mi familia", dijo a LA NACION con la voz entrecortada.

La historia de este abogado de 51 años de nacionalidad argentina y venezolana dio la vuelta al mundo la última semana cuando se conoció que había logrado escapar del régimen de Nicolás Maduro que lo tenía confinado en su vivienda, sin acceso al tratamiento para el cáncer de piel que padece, la causa paralizada y una única certeza: "Si no me escapaba me iba a morir ahí".

Crovato fue apresado el 22 de abril de 2014 cuando un grupo de estudiantes, que había participado en manifestaciones en contra de Maduro, le pidió asesoramiento para evitar ir a la cárcel. En una redada de las fuerzas de seguridad y del servicio secreto venezolano en el departamento donde se llevaba adelante la reunión comenzó el calvario del abogado, que está casado y tiene dos hijos, de 11 y 7 años.

El abogado, integrante del Foro Penal y otras organizaciones de Derechos Humanos, fue detenido y enviado a prisión ese día. Aunque la ley en Venezuela fijaba la primera audiencia a los 60 días, eso no ocurrió y el argentino estuvo entre rejas 10 meses antes de volver al departamento que compartía con su familia en Caracas. Era febrero de 2015 y la salud ya comenzaba a pasarle factura. Llegó a bajar 30 kilos. En 2016, al cumplirse dos años sin una condena, debería haber sido liberado. Pero esto tampoco sucedió.

Las nulas respuestas por parte de la Justicia de Venezuela y el gobierno chavista a los pedidos de los abogados de Crovato y las recomendaciones de organismos de derechos humanos desde las Naciones Unidas hasta Amnesty International llevaron a Crovato y su esposa a pensar en el escape como única salida.

"Lo planificamos durante varios meses. Empezamos a investigar para tener las cosas adelantadas. Como se manejó con tanto secreto, no teníamos el temor de que alguien nos pudiera traicionar o vender a las autoridades . Pero en el fondo siempre está el miedo. Ellos no necesitan más que la mínima sospecha o su imaginación para llevar a una persona a la cárcel. El temor nunca desaparece cuando estás bajo un Estado policial donde no existe ninguna regla", detalló el abogado a LA NACION el domingo 18, tras pasar su primera noche en Colombia, sin saber aún cuando arribaría a la Argentina.

Pero en toda situación de crisis llega el momento en que se decide pasar a la acción. Crovato aún tiene muy presente aquello que lo llevó a ejecutar la fuga. "Luego de que el gobierno y la Justicia no escucharan el pedido de la ONU pensé: me voy a morir preso. No podía trabajar ni darle de comer a mi familia y tuve que tomar esta decisión".

El escape

Con la ayuda de amigos en el exterior y el Grupo de Trabajo Sobre Detenciones Arbitrarias del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos de aliado, Crovato puso en marcha su plan la semana del 12 de marzo. Lo primero que hizo fue asegurarse de que su esposa y sus hijos llegaran a Colombia sin ser detenidos.

Con su familia más cercana fuera de Venezuela, fue su turno de llegar hasta la frontera.

Fue en auto como decidió cruzar el país en el que se había radicado hacía más de una década. "Cuando me dirigía a la frontera pasé cerca de la casa de mi suegro, quería despedirme, pero no fui para no comprometerlo. Seguimos de largo, se me hizo un nudo en la garganta. Me fui sin despedirme de mi padre y de mi madre para evitar que alguien hiciera un comentario o quisiera ayudar. Por eso no di detalles de por dónde crucé, ni a qué hora, ni en qué vehículo o cómo lo logré, para que no me puedan rastrear. Si no hay información, no van a saber qué o por dónde buscar y voy a poder proteger a las personas que ayudaron", resumió.

Tras un viaje de 842 kilómetros llegó al puente Internacional Simón Bolivar, en Táchira, ese lugar por el que cientos de venezolanos deciden dejar su país para buscar una mejor calidad de vida en el país vecino.

En ese cruce la vida de Crovato pareció entrar en cámara lenta y cada segundo lo vivió con gran intensidad. El lento caminar entre la gente con su pequeña maleta y las miradas inquisidoras de los oficiales que revisaban en forma aleatoria a los peatones le quedarán grabados para toda la vida. Fueron dos palabras las que a Crovato le hicieron volver el alma al cuerpo y se las dijo un funcionario de migraciones que la repite cientos de veces cada día: "Bienvenido a Colombia".

"Crucé la frontera solo y cuando vi el cambio en las calles, me di cuenta de que estaba en Colombia; se me llenaron los ojos de lágrimas", dijo Crovato y agregó: "El personal del alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados había informado de mi caso, se lo habían presentado a Colombia. Una de las frases más hermosas que escuché fue del funcionario de migraciones, que me preguntó si yo era el caso de Naciones Unidos. Me dijo: 'Permítame sus documentos y bienvenido a Colombia'. Las palabras para mí fueron como música porque querían decir que estaba seguro y a salvo".

La estadía en Colombia no llegó a durar 78 horas, pero fueron suficientes para que Crovato comenzara a sentir que recuperaba su vida. Un paseo junto a sus hijos, un café en un bar y hasta una visita a una farmacia para comprar analgésicos que no había en Venezuela por el desabastecimiento fueron momentos cotidianos de una persona en libertad, que él pudo recuperar.

Las horas de vuelo desde Colombia fueron el último paso para llegar a la Argentina. Ni los DNI vencidos de Crovato y su hijo mayor, que nació en la Argentina, ni la falta de visa del menor y de la madre fueron un impedimento al momento de aterrizar.

Un par de mochilas, dos bolsos, una bolsa y tres peluches fuertemente aferrados entre los brazos del más pequeño fueron todo el equipaje con el que la familia salió de la terminal de Ezeiza. Un apart hotel es el hogar provisorio que tienen desde hace una semana.

"Dormí como no había dormido en mucho tiempo. Me sentí bien y esta mañana desayuné facturas con dulce de leche. Buenos Aires está como la recuerdo, o mejor", aseguró sonriente el martes, pero sin dejar de pensar en lo que quedó a 7mil 3 0 kilómetros: "Yo juré que ayudaría a que Venezuela esté mejor. Además de la alegría, también hay un sentimiento de tristeza por las personas que quedaron allí. Por los recuerdos que quedaron atrás".

Su primera semana en Buenos Aires transcurrió entre reuniones, visitas y encuentros con personas y organizaciones que colaboraron para que su libertad fuera una realidad. Para su familia también es un nuevo comienzo. Pensar en un colegio, buscar un nuevo hogar y retomar una vida que se paralizó aquel 22 de abril de 2014.

Los chicos se entusiasmaron por el desembarco en la Argentina. "Mi hijo mayor, porque es su país, donde nació, y siempre se sintió muy argentino", contó Crovato, y agregó: "El más chico, porque sabe que es un sitio muy bonito y agradable, mientras que en Venezuela hay todos los problemas del mundo. Además, se entusiasmó porque iba a poder conocer la Bombonera".

Sobre su salud, Crovato se mostró optimista: "Todavía no fui al médico, me siento tan bien que creo que podré aguantar hasta la consulta".

lsm

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