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Unos días antes del 22 de abril de 1985, el juez Ricardo Gil Lavedra se cruzó con un colega en el Palacio de Tribunales de Buenos Aires, y después de conversar sobre temas cotidianos el otro juez le preguntó incrédulo: "Decime una cosa ¿en verdad van a hacer ese juicio?"
"Ese juicio" del que preguntaba el colega de Gil Lavedra no tenía más antecedentes en la historia del siglo XX que el proceso de Nuremberg, que tuvo lugar entre 1945 y 1946, en el que fueron juzgados los crímenes del nazismo, y un juicio de 1975 contra los coroneles griegos que encabezaron el golpe de Estado en ese país en 1967.
En Argentina se trataba de juzgar en un tribunal civil a los nueve líderes de las tres primeras juntas militares que gobernaron el país tras el golpe de Estado de 1976, por delitos que iban desde homicidio y tormentos hasta privación ilegítima de la libertad. Organizaciones defensoras de los derechos humanos estiman que 30 mil personas desaparecieron durante aquellos años
La historia del juicio ha sido llevada al cine en la película "Argentina, 1985", del director Santiago Mitre, que se estrenó este septiembre en cines, y que -tras ser exhibida en festivales como Venecia y San Sebastián (en este último ganó el premio del público)- acaba de obtener el Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa.
El contexto en el que se desarrolló el juicio no era muy propicio a nivel local -la recuperada democracia argentina tenía un año y medio en la Casa Rosada- ni en la región, como recuerda a BBC Mundo el fiscal Luis Moreno Ocampo.
"En Chile, (Augusto) Pinochet tenía todo el poder; Uruguay, por referendo popular, se negó a investigar a sus militares; había militares en muchos gobiernos de la región, y Argentina -como siempre oscila entre el abismo y la cima- hizo una cosa totalmente inesperada".
Por eso, ni siquiera los seis jueces que iban a presidir las audiencias estaban seguros de poder terminar con el proceso:
"En el propio Palacio de Tribunales nos miraban como bichos raros y esto nos generaba una gran incertidumbre, no sabíamos si íbamos a poder llevar a cabo el juicio", le dice a BBC Mundo Gil Lavedra, quien en ese entonces tenía 36 años y era el más joven de los seis magistrados.
Los testimonios
Moreno Ocampo recuerda que el juicio fue parte de un proceso que había comenzado en la elección de 1983, cuando el tema de "los desaparecidos", las víctimas de la dictadura cuyos cuerpos no aparecían, se volvió parte de esa campaña electoral que llevó a Raúl Alfonsín a la presidencia.
Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que recopiló los testimonios de sobrevivientes y familiares de víctimas de la dictadura, e intentó que fueran los propios militares los que juzgaran a los excomandantes, pero finalmente fue la justicia civil -aplicando el Código de Justicia Militar- el escenario del juicio.
"Nosotros optamos por el Código de Justicia Militar porque nos posibilitaba un juicio oral y esto daba el mejor resguardo también para el tribunal, es decir, que todo el mundo viera qué pasaba", dice Gil Lavedra.
Y lo que pasó es que la crudeza de los testimonios de más de 800 testigos fue registrada cada día por los más de 500 periodistas que cubrían el proceso, y eso -en palabras de los protagonistas- permitió conseguir el apoyo de la opinión pública que se había mostrado reticente.
Moreno Ocampo, cuya familia tenía una rama civil y otra militar, recuerda cómo su madre, que había apoyado a la dictadura, lo llamó un día tras escuchar varios testimonios y le dijo: "Todavía lo quiero a (el expresidente militar Rafael) Videla, pero vos tenés razón: tiene que ir preso".
"Los testimonios para quienes cubrimos el juicio eran tremendos -dice el periodista Marcelo Pichel-, todos los días era como que se te cayera un edificio encima. Salías de ahí semidestruido, no había risas, no había nada. En un velorio, por ejemplo, se cuenta un chiste, ahí no había posibilidad de chiste alguno. Todo lo que se decía se tomaba como lo que era… terrible".
Cada persona que accedió a las audiencias recuerda el testimonio que más lo marcó. Para Pichel, periodista de la publicación "El Diario del Juicio", que se creó específicamente para la cobertura de este proceso, a veces las declaraciones eran impactantes porque se hablaba de gente que uno conocía personalmente, otras por lo aberrante de las torturas:
"Me acuerdo del caso del testimonio de la familia de Floreal Avellaneda. Todo lo que es con chicos y con mujeres ha lastimado más. El caso de él habla de un ensañamiento que superaba todo lo que uno podía esperar, que te imaginabas en la Argelia de los franceses o en la Nicaragua de (Anastasio) Somoza: eran bestias, ni siquiera animales, y todavía me duele recordarlo".
León Arslanián, el juez que presidió el tribunal y por lo tanto leyó la sentencia, aún guarda en su memoria la declaración de Adriana Calvo de Laborde, que había sido secuestrada cuando estaba embarazada y cerca de parir:
"Tuvo el hijo, fue tratada de la peor manera, le arrancaron la placenta, la tiraron al piso, la obligaron desnuda a que baldeara todo el lugar", le cuenta a BBC Mundo.
"Uno no se acostumbra a escuchar relatos desgarradores -dice Gil Lavedra-, no importa el número de los testimonios. Un ejemplo, al final de la audiencia, en agosto, cuando ya creíamos tener cierta coraza, vino uno terrible en el Hospital Posadas de Gladys Cuervo, una enfermera que fue salvajemente torturada, y nos volvimos a conmover como el primer día".
¿Pero cómo fue para los testigos declarar en el juicio?
Los testigos y la Fiscalía
Para Marcelo Pichel, los jueces cumplían su trabajo, los fiscales eran una suerte de "misioneros" encargados de la parte más sensible del proceso, pero "los que pusieron el valor fueron los testigos".
Miriam Lewin, quien fue secuestrada a los 19 años y pasó por dos lugares clandestinos de detención -el centro Virrey Cevallos y la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA)- recuerda que no todo el mundo pensaba que las condiciones estaban dadas como para declarar en el juicio:
"No sabíamos si no se iban a ejecutar represalias contra nosotros, los que habíamos sobrevivido a los centros clandestinos estábamos fichados e identificados por la inteligencia militar, y lo real es que desde la Justicia no se nos brindaba seguridad, ningún tipo de custodia, por eso algunos no testificaron".
La actual defensora del público de Servicios de Comunicación Audiovisual añade que le aconsejaron no vivir en su casa y abandonar temporalmente su trabajo los días previos y posteriores a la declaración "y esto daba cuenta de que la misma Fiscalía entendía que éramos vulnerables".
Alrededor del trabajo de la Fiscalía gira la película "Argentina, 1985". El fiscal principal era Julio César Strassera, su adjunto era Luis Moreno Ocampo, y luego -en palabras de este último- los secundaba un grupo muy particular:
"Era un equipo de jovencitos, porque yo tenía 32 años, pero en el equipo de ayudantes el más grande tenía 27 y los otros tenían 20, 21 años. Siete chicos de los cuales dos eran abogados. Aún hoy cuando nos juntamos, nos preguntamos cómo lo hicimos".
Para Miriam Lewin, la Fiscalía aportó la contención que los testigos necesitaban antes y después de declarar, porque -según ella misma describe- el escenario de la sala en el Palacio de Tribunales amedrentaba.
"Era muy imponente, la plataforma sobre la que estaban los jueces, toda la sala repleta de gente, el sector de la prensa, el hecho de que a mis espaldas estaban los nueve comandantes en jefe, los máximos responsables de ese gobierno ilegítimo que había asesinado a miles de personas, la verdad no aportaban a la estabilidad emocional, a pesar de que obviamente desde la Fiscalían habían tratado de reasegurarnos a los testigos que finalmente habíamos decidido declarar".
Aunque no siempre, como recuerda Moreno Ocampo, los intereses de unos coincidían con el dolor de los otros:
"Me acuerdo que uno de los chicos de la Fiscalía recibe a una señora que le explica que el oficial que se llevó a su hijo le devolvió los restos en una bolsa, unos huesitos, y un documento que confirmaba que ellos habían secuestrado a esa persona, lo cual era muy raro, y mientras ella lloraba el chico le decía 'señora, su caso es buenísimo', porque estábamos obsesionados con probar los hechos".
"Nunca más"
Tras los testimonios de los testigos en agosto, septiembre y octubre fueron los meses para los alegatos de la Fiscalía y de los abogados defensores.
En la memoria de los protagonistas del juicio, así como en la película, ocupa un lugar principal la persona de Julio César Strassera y su discurso final.
"Yo tenía al general Videla a un metro y medio y a (Emilio) Massera a tres metros, entonces era un momento único porque yo sentía que hablábamos en nombre de la sociedad argentina y le podíamos decir en la cara a estas personas lo que habían hecho", dice Moreno Ocampo y añade:
"Y después Julio, que realmente en la sala de audiencias se transformaba, cerró su alegato de una forma que fue maravillosa y que conmovió a todo el mundo, cuando dijo 'Señores jueces, nunca más', la sala vibraba y la gente lloraba. Fue increíble".
Para Arslanián, el fiscal Strassera -interpretado por el actor Ricardo Darín en el film- tenía, como dicen los franceses, el physique du role para asumir la función que cumplía en ese juicio oral: "Era un hombre culto y el cigarrillo le había dado un tono de voz que era extraordinariamente propicio para lo que estaba haciendo".
Santiago Mitre, director de la película "Argentina, 1985", señaló a BBC Mundo que cuando empezó a trabajar sobre de Strassera, "empezaron a aparecer un montón de condimentos porque era una persona muy particular y se podía transformar en un personaje muy atractivo en una película, esta personalidad un poco explosiva que tenía con su humor medio extraño".
Además de las características del fiscal, quien murió en febrero de 2015, el cineasta consideró otro aspecto al momento de centrarse en los jóvenes que eran los integrantes de la Fiscalía: su audiencia.
La película y la memoria
"Hay generaciones en Argentina que nacieron dando por sentada la democracia. Y no recuerdan, no solo el juicio, sino que apenas recuerdan la dictadura y lo sienten como algo prehistórico", le dijo Mitre a BBC Mundo.
Para el director, en el país sudamericano se ve -como en otras partes del mundo- gente muy joven enarbolando discursos muy reaccionarios y casi reivindicativos de gobiernos dictatoriales.
"La imagen de Strassera con su equipo de jóvenes, la manera en la que organizó la investigación teniendo que recurrir a gente joven porque la mayoría de los funcionarios de la Justicia no creían o no querían el juicio por desidia o por miedo o por adscripción en algún en algún caso, me pareció muy inspiradora, sobre todo pensando en que esta película tenía que hablarle a estos jóvenes que recuerdan poco de la dictadura".
"Si alguien ve esta película y escucha el testimonio de Adriana Calvo de Laborde me parece que es difícil que vuelva a relativizar la democracia", concluye el director.
Para Marcelo Pichel, "la película puede ayudar pero no alcanza sola, lo que es fundamental es la educación".
"Hay una batalla cultural que se está perdiendo con el tiempo. La sociedad no logra dar respuesta. Alemania sigue hablando del nazismo en las escuelas. Yo creo que aquí la educación debe explicar lo que pasó en la dictadura porque es la única manera de no repetirla", dice el periodista.
El 9 de diciembre de 1985, los jueces leyeron la sentencia por 709 casos presentados durante el juicio. Videla y Massera recibieron reclusión pepetua, Orlando Agosti fue condenado a cuatro años y seis meses de prisión, Roberto Viola recibió 17 años y Armando Lambruschini ocho años. Fueron absueltos Omar Graffigna, Fortunato Galtieri, Jorge Anaya y Basilio Lami Dozo.
Años después, algunos de los condenados fueron indultados y algunos de los absueltos condenados, en causas por violación de los derechos humanos que continúan hasta hoy en Argentina.
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