Arabia Saudita busca convertirse en una potencia mundial en el corto plazo. Ansiosa de dejar de depender de los ingresos petroleros, su Vision 2030 está llena de metas ambiciosas.
Triplicar el tráfico aéreo anual para alcanzar los 330 millones de pasajeros a finales de esta década; atraer 100 mil millones de dólares en inversiones en el sector del transporte aéreo; crear una nueva aerolínea nacional; un nuevo aeropuerto, King Salman, que espera se convierta en uno de los más grandes, si no el más grande, del mundo. El país cuenta con los recursos para lograr estas metas. Pero tratándose de convertirse en la nueva “meca” del turismo, no todo es dinero.
Cierto que fue apenas en septiembre de 2019 que Arabia Saudita anunció su decisión de ofrecer, por primera vez en la historia, visas de turismo para 49 países, México incluido. Se trata de una apertura con reservas: sitios con gran atractivo, como La Meca o Medina, seguirán vetados excepto a los turistas religiosos. El vino está proscrito.
Una breve visita al país basta para ver los enormes desafíos de un régimen que busca competirle a países como Estados Unidos en destino turístico. La palabra clave: libertades.
Quien viaja a este país de Medio Oriente es consciente de que hay un abismo cultural, y que uno de los temas más marcados es el trato a las mujeres. Aunque en el caso de las turistas no aplica, por ejemplo, la obligación de usar hiyab la libertad no va mucho más allá. Una extranjera en Riad enfrenta la mirada recelosa de los lugareños y el pasmo para responder a una sencilla pregunta ante la cual la respuesta más común es: pregúntele a ella. Entre más lejos, mejor.
La incomodidad es visible, sobre todo si uno se aleja de los lugares donde más puede haber costumbre de tratar al turista. Y la familiaridad de las árabes para hablar con extranjeros termina allí, en esa burbuja reducida. Afuera, en el mundo real, es difícil conocerles la voz, menos obtener alguna respuesta. No por falta de amabilidad, sino de costumbre, porque no hay esa noción de hablar con el que es —o la que es— tan diferente.
Una fila en una cafetería, o en el mismo aeropuerto, deja ver la preferencia hacia los varones. Dos filas. Primero pasan ellos.
Fuera de esta columna queda el trato a las mujeres locales por parte de sus esposos, el silencio permanente de ellas ante cualquier él, la invisibilidad.
Pero en un país que pretende atraer millones de turistas, el trato hacia “ellas”, las diferentes, las que no piensan como ellos, requiere de un cambio de chip urgente que no parece ser prioridad entre quienes promueven el país como nuevo destino. Quizá sólo estén pensando en atraer un tipo de turismo burbuja, que no deba salir ni ver la Arabia Saudita real, la Arabia de los contrastes, de las violaciones a los derechos humanos. Para el resto, el país, aparentemente, seguirá vedado.