El gobierno de Venezuela ordenó el cierre de escuelas y empresas este lunes por los cortes de electricidad, que ya dura cinco días. La oposición asegura que al menos 17 personas fallecieron a causa del apagón. Algunos residentes en la capital, Caracas, hablaron con el periodista de la BBC Will Grant sobre su creciente desesperación.
Cada hora sin electricidad causa más estragos y caos en Venezuela, un país que ya está al límite.
"Los colectivos", pandillas de motociclistas con respaldo oficial, recorren las oscuras calles imponiendo orden a punta de pistola mientras se suceden episodios esporádicos de saqueos en medio de la desesperación.
Muchas partes del país aún están aisladas y es difícil conocer los detalles de su situación. Incluso cuando la electricidad vuelve, suele ser irregular y dura unas pocas horas antes de irse otra vez.
Lo que parece evidente es que desde que se produjo el corte de energía, el pasado jueves, grandes sectores de Venezuela tienen dificultades para salir adelante.
Sin internet, celulares, bancos, cajeros automáticos, cocinas eléctricas o aire acondicionado, la vida cotidiana es casi insoportable para muchos, especialmente en comunidades con bajos ingresos.
No es de extrañar que algunos estén a punto de venirse abajo.
"Tengo un hijo de dos años. Ayer por la noche no había nada para comer", dice Majorie, visiblemente enojada frente a un supermercado en el barrio de Terrazas del Club Hípico, en Caracas.
Una tienda cerca de su casa fue saqueada, cuenta, y un vecino le dio un poco de arroz hervido.
"Lo licué, le agregué un poco de azúcar y se lo di a mi hijo. Pero hoy, cuando me pida comida, ¿qué le voy a dar? Yo puedo soportar el hambre. Como adultos, podemos pasar con un vaso de agua. Pero ¿qué se supone que tiene que hacer un niño?"
Mientras hablamos con Majorie, detrás nuestro un grupo de madres, igualmente desesperadas y angustiadas, comienza a golpear las puertas de un supermercado cerrado exigiendo que las dejen entrar.
En el interior, las cajas registradoras y las máquinas de tarjetas no funcionan y el personal solo acepta pagos en dólares estadounidenses.
"No usamos dólares en este país, no ganamos en dólares, ganamos en bolívares", dice Majorie, alzando la voz una vez más. "No queremos saquear tiendas, no queremos causar problemas. Lo que queremos es comida. Tenemos hambre", añade.
Para otra gente, el problema es aún más grave que la falta de alimentos.
Patricia (nombre ficticio) trabaja como técnico de laboratorio en el hospital infantil JM de los Ríos de Caracas.
Preocupada por si hablar le puede causar problemas, se encuentra conmigo a cierta distancia del hospital para explicar el impacto que tiene el apagón para los pacientes.
Un colega le dijo que a los niños de esa sala los mantenían con vida con respiración manual.
En la unidad neonatal había bebés que apenas tenían unos días y en la de "cuidados intermedios" había otros que tenían meses.
"Mientras caminábamos por la sala, vimos a una madre llorando y nos enteramos de que uno de los bebés de la unidad de cuidados intermedios había muerto", explica Patricia.
A pesar de los esfuerzos del personal médico, uno de los recién nacidos también murió esa noche.
Finalmente llegó un generador al hospital, pero, en una señal del caos reinante durante el apagón, no lo entregaron funcionarios de salud o del gobierno sino los temidos colectivos.
Y la seguridad alimentaria y la atención médica no son lo único que se está desmoronando. También enterrar a alguien se volvió casi imposible.
Al hijo de María Errazo lo asesinaron en el humilde barrio de Caracas donde vive el jueves, cuando se produjo el primer corte de energía. Desde entonces, su cuerpo se encuentra en la morgue de Bello Monte.
Dado que la mayoría de las oficinas gubernamentales están cerradas desde la tarde del jueves, María Errazo no puede conseguir los documentos necesarios para ver el cadáver de su hijo o enterrarlo.
Y como las pocas oficinas que están abiertas no pueden imprimir ni conectarse a internet, ni siquiera recibió ninguna confirmación oficial sobre cómo mataron a su hijo.
Pero, aunque pudiera llevarse el cadáver de su hijo a casa, tampoco podría pagar el funeral. La desenfrenada hiperinflación de Venezuela se llevó por delante el valor de los pequeños ahorros en bolívares de los que dispone.
"No tenemos el dinero", explica estoicamente ante la imposibilidad de enterrar a su hijo. "Los bancos están cerrados y casi no hay cobertura para el celular. Ni siquiera puedo hacer llamadas para tratar de encontrar una solución", asegura.
Al caer la noche, nos dijeron que el supermercado que habíamos visitado por la mañana estaba siendo saqueado.
Fuimos corriendo y llegamos a tiempo para ver cómo detenían a decenas de personas y cómo sus madres, esposas e hijas no disimulaban su rabia ante la Guardia Nacional.
"¿Qué se supone que tenemos que hacer?", gritó una mujer a los guardias. "Nuestros nietos se están muriendo de hambre".
Su súplica marca el final de otro día en el caótico descenso de Venezuela a la oscuridad.
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